8 con M de madre

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Las maternidades y otros acontecimientos que atraviesan los cuerpos femeninos son hoy un tema mucho más frecuente en la literatura escrita por mujeres. No es que antes no se escribiera sobre ello, sino que era un riesgo publicarlo.

Madre e hija en una marcha feminista. (Foto: Naomi Antonio)
Socorro Venegas
Ciudad de México /

Si usted ha puesto la mirada esperanzada en el horizonte y se ha preguntado cuándo existirá la igualdad de género en el mundo (ahí donde es patente que no la hay, porque por ejemplo Islandia lo ha logrado: es el país con más igualdad), sepa que la Organización de las Naciones Unidas ya ha analizado las posibilidades de este gran desafío humano. No solo no se avanza sino que los logros en la materia “se están desvaneciendo ante nuestros ojos”, dijo hace únicamente un año Antonio Guterres, secretario general de la ONU*. “Los derechos de las mujeres están siendo pisoteados, amenazados y violados en todo el mundo”, añadió.

Además, nos asesta esta proyección: según ONU Mujeres, la igualdad de género está a unos 300 años de distancia. Pido perdón a mis alumnxs, a quienes he dicho que en algún lado había leído que se hablaba de 100 años: es evidente que mi imaginación nos quiso ahorrar un buen tramo. Viéndolo bien, ¿cómo van a faltar solo 100 años si en Estados Unidos se tiene que recomenzar la lucha en varios estados para que vuelva a garantizarse el derecho humano de las mujeres al aborto? En México, en contraste, en 2023 la Suprema Corte de Justicia lo despenalizó en todo el país, con lo cual todas las instituciones de salud pública deben brindar el servicio de aborto sin que nadie pueda sancionar a quien recurra a esta opción ni al personal médico que la realice.

La decisión de la Suprema Corte en Estados Unidos de dejar de proteger a las mujeres representa volver atrás 50 años. Y pienso que, si esto ocurrió allá, en el país que solía ser un modelo de libertades, puede ocurrir en cualquier lado. Ese mundo igualitario, pues, no lo veremos. “Pero hay esperanza, hay que seguir haciendo lo que hacemos”, me dijo una amiga cuando coincidimos para presentar Nuestras resistencias. Escritoras que nos vuelan la cabeza, una bella antología dirigida a adolescentes para invitarlxs a que conozcan y lean a más escritoras.

Cómo van a faltar 100 años si aún podemos leer la queja de un colaborador del diario digital español, El Confidencial, porque otra vez, por quinta ocasión consecutiva, una mujer ganó el Premio Tusquets de Novela. Pero cuando estos premios los ganaban solo escritores, a nadie le parecía esto una anomalía. Él pregunta, imagino que desolado: “Chicas, yo no sé cómo no os cansáis de escribir siempre lo mismo y leer siempre lo mismo a otras autoras”. El columnista critica los temas que le parecen excesivamente recurrentes en la escritura de las autoras contemporáneas, entre otros, la complejidad de la maternidad, la menstruación o, como él los ridiculiza con algunas frases, “tener hijos es horrible, visibilizar la regla, visibilizar la brecha de género en el trabajo, las mujeres se adoran entre ellas”. Pensé que iba seguir con un “calladita te ves más bonita”.

Sí, las maternidades y otros acontecimientos que atraviesan los cuerpos femeninos son hoy un tema mucho más frecuente en la literatura escrita por las mujeres. Por fin. Y no es que no se escribiera sobre ello: es que se arriesgaba mucho si se decidía publicarlo, como ocurrió a María Virginia Estenssoro, primera autora boliviana que narró un aborto. Recibió tantos ataques de la sociedad de su tiempo que no volvió a publicar nada más.

En cuanto a la maternidad, precisamente es debido a los prejuicios de nuestras sociedades patriarcales que no se podía hablar ni escribir sobre ella desde otra perspectiva: desde las protagonistas y sus cuerpos, secreciones y dolores, para revelar otras versiones que resultaban inaccesibles porque ser madre solo podía argumentarse desde la plenitud, pues era imposible la pena, la carencia o la incomprensión.

Existen libros en los que se ha problematizado la decisión de interrumpir un embarazo, y no se publicaban no solo por el temor de sus autoras a la censura o a ser estigmatizadas sino porque podían tener consecuencias legales. La escritora francesa Annie Ernaux arriesgó su vida haciéndose un aborto clandestino en 1963, cuando en Francia estaba prohibido por “una ley que deja morir a las mujeres”, escribió en su angustiante diario. Registró el día a día en que sus amigos —varones—, que sabían que buscaba un médico que la ayudara, la veían con una mezcla de fascinación y deseo: era una joven estudiante universitaria que se negaba a convertirse en madre y se enfrentaba sola a un tabú que la aislaba más y más. De ninguno de esos amigos recibió apoyo. Ella pudo procesar ese documento vital, el diario, y convertirlo en un libro muchos años después. Se trata de El acontecimiento, publicado en 2000. Aunque en español apareció en una colección de ficción, Ernaux insiste a lo largo de sus páginas en recordarnos que lo que ahí cuenta efectivamente ocurrió. Aporta datos como nombres, fechas, lugares. Sabe muy bien cuánto puede batallar una mujer para que le crean, pues lo usual es ser desacreditada. Por fortuna hace unos días, y en contraste con la época que a Ernaux le tocó vivir, Francia se convirtió en el primer país del mundo en consagrar el derecho al aborto en su Constitución.

En su célebre ensayo Los hombres me explican cosas, Rebecca Solnit dice:

Durante casi toda mi vida hubiera dudado de mí misma y me hubiera echado para atrás. Tener un lugar en el espacio público como escritora de historia me ayudó a defender mi posición, pero pocas mujeres tienen ese empujón. Debe haber miles de millones de mujeres, a quienes se les insiste que no son testigos confiables de sus propias vidas, que la verdad no es de su propiedad, ni ahora ni nunca. Eso va mucho más allá de los hombres explicando cosas, pero forma parte del mismo archipiélago de arrogancia.

En El acontecimiento el deber de cumplir con el mandato de la reproducción es una violencia. El cuerpo de la mujer es considerado como “lugar de paso para las generaciones futuras”. La necesidad de preservar la especie es legítima, pero lo que nos dice Ernaux es que es algo que las mujeres deben poder elegir, como ella misma hizo al aventurarlo todo. Mostrar un episodio vital tan íntimo, hacerlo público, representa desde luego una postura política. Ernaux dice explícitamente que lo hace para que, eso que le ocurrió, no le suceda a otra mujer. Y la historia que nos traslada la escritora es traumática pero no culposa. La única culpa que la autora reconoce es también el origen del libro: “Haberlo vivido y no haber hecho nada con él”.

El cuerpo se convierte en texto. “La única y auténtica memoria es material”, afirma Ernaux, y no debemos renunciar a escribirla. Ahí se cifra y articula todo: lo que hemos sido y lo que podremos ser. El cuerpo es el documento.

Anteriormente, ser madre solo podía argumentarse desde la plenitud, pues era imposible la pena, carencia o incomprensión. (Foto: Naomi Antonio)

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Hace unos días, en la Feria Internacional del Libro del Palacio de Minería, celebramos cinco años del nacimiento de la colección de novela y memoria Vindictas de la UNAM, un proyecto que recupera a escritoras invisibilizadas del siglo pasado y las reúne con jóvenes autoras que escriben los prólogos de cada obra: en una pirueta espacio-temporal, imaginativa y al mismo tiempo rigurosa, logran dialogar con sus ancestras literarias. “Pensamos en retrospectiva a través de nuestras madres, y tenemos varias madres, las del cuerpo y las del alma”, escribió Virginia Woolf. Hemos publicado ya 17 novelas de autoras latinoamericanas y una española, cada una prologada por una escritora contemporánea; además editamos una antología de 20 cuentistas latinoamericanas e iniciamos dos series en la colección Material de Lectura: Vindictas Poetas Latinoamericanas y Vindictas Pensadoras Feministas Latinoamericanas. En la conversación con el público conté que es inusual que al presentar libros de otras colecciones me pregunten por los criterios para publicar a sus autorxs. Con Vindictas casi siempre es al contrario: sigue pareciendo sospechoso que haya tantas escritoras desconocidas que incluso quienes estudiaron posgrados o especializaciones en literatura latinoamericana no conozcan. De plano me han cuestionado si se trata de cubrir una cuota de género. Hay esa suspicacia a la que se refiere Solnit: se espera el mínimo titubeo para activar el resorte que justifique la marginalización pues no eran tan buenas escritoras como ellos; hoy las publican porque hay un boom de mujeres que escriben. Rebecca Solnit misma aclara que no escribió su ensayo porque se sintiera “particularmente oprimida”. Pero sí porque quería ayudar, sobre todo a mujeres jóvenes, a comprender las violencias cotidianas que no deben considerarse normales, a revelar esas formas del discurso cortés mediante las cuales “se expresa el poder —el mismo poder que en el discurso descortés y en los actos físicos de intimidación y violencia, y muy a menudo en la forma en que el mundo está organizado—, silencia, borra y aniquila a las mujeres como iguales, participantes, seres humanos con derechos y, en muchas ocasiones, como seres vivos”. Leer esto, comprenderlo, en el país en que a diario mueren entre 10 y 11 mujeres víctimas de feminicidio, en particular jóvenes, es fundamental y urgente.

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En el libro Maternidad y creación. Lecturas esenciales, compilado por Moyra Davey, Susan Rubin Suleiman cita a la psicoanalista Helene Deutsch: “Las madres no escriben, están escritas”. La recopilación es un compendio de artistas excepcionales, casi todas escritoras, que decidieron contar sus experiencias acerca de la maternidad o, como en el caso de Sylvia Plath, sobre un periodo en el que le fue muy difícil concebir: “Me va a tocar meterme en el horrible ciclo clínico de planificar los coitos, ir corriendo al médico para que me hagan análisis cuando tenga la regla y cuando haga el amor, dejar que me pongan inyecciones de esto y lo otro, hormonas, tiroides, convertirme en algo distinto de lo que soy, en alguien sintético. […] He llegado, con gran dolor y esfuerzo, al punto en que mis deseos, emociones y pensamientos se centran en aquello en lo que se centran las mujeres normales, y ¿qué he descubierto? La infertilidad”. Aquí me conmueve mucho esa voluntad domesticada para ser normal, para querer lo que otras quieren, para tener hijos con Ted, a quien menciona constantemente. Engendrar y criar un hijo suyo consumaría el amor entre ambos. Así lo creía.

Lydia Davis, Margaret Atwood, Nancy Huston, Ursula K. Le Guin, Adrienne Rich, Tillie Olsen, Doris Lessing, Toni Morrison, entre otras, nos muestran la importancia de que no se desestime la maternidad como gran tema literario. En México podemos acercarnos a los recientes libros de jóvenes autoras como Daniela Rea, Jazmina Barrera, Isabel Zapata o Elvira Liceaga.

“Abrumados por el lenguaje cursi y sentimental de las tarjetas de felicitación, carecemos de un lenguaje realista con el que plasmar los placeres y dolores ordinarios/ extraordinarios de la labor maternal”, nos dice la filósofa Sara Ruddick. Casi se trata de un nuevo léxico, a veces oscuro y esencial, para recordar el líquido amniótico en el que hemos nadado todas y todos.

* https://cnnespanol.cnn.com/2023/03/07/onu-advierte-300-anos-igualdad-de-genero-trax/

AQ

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