Alfabetizaciones futuras | Por George Steiner

Adelanto

Con autorización de editorial Siruela, publicamos este fragmento de uno de los ensayos incluidos en el recientemente publicado Un lector.

Portada de 'Un lector'. (Siruela)
George Steiner
Ciudad de México /

La razón misma se ha hecho represiva. El culto de la “verdad” y de los “hechos” autónomos constituye un cruel fetichismo. Elevato ad idolo di se stesso, il fatto è un tiranno assoluto di fronte a cui il pensiero non può non posternasi in muta adorazione. [Elevado a la condición de ídolo de sí mismo, el hecho es un tirano absoluto frente al cual el pensamiento no puede sino prosternarse en muda adoración]. La enfermedad del hombre ilustrado es su aceptación (ella misma enteramente supersticiosa) de la superioridad de los hechos respecto de las ideas. La spinta al positivo è tentazione mortale per la cultura. [El impulso hacia lo positivo es tentación mortal para la cultura]. 

En lugar de servir a espontaneidades y fines humanos, las “verdades positivas” de la ciencia y de las leyes científicas se han convertido en una prisión, más sombría que la de Piranesi, una carcere para aprisionar el futuro. Son estos “hechos”, no los hombres, quienes regulan el curso de la historia. Como lo subrayan Horkheimer y Adorno en la Dialektik der Aufklärung (Dialéctica de la Ilustración), los viejos oscurantismos de dogma religioso y de casta social han sido reemplazados por el oscurantismo aún más tiránico de la “verdad científica, racional”. “La realidad se ha impuesto a la ideología”, dice Perlini, con lo cual quiere significar que un mito de evidencia objetiva, verificable, científica, anonadó las fuentes utópicas, fundamentalmente anárquicas, de la conciencia humana: In nome di un’esperienza ridotta al simulacro di se stessa, viene condannata come vuota fantasticheria la stessa capacità soggettiva di progettazione dell’uomo. [En nombre de una experiencia reducida al mero simulacro de sí misma, se condena la capacidad subjetiva misma de proyección del hombre como vacua fantasía]

El vigor de la denuncia, su atracción moral e intelectual son evidentes, pero también lo son sus debilidades. No es un accidente la circunstancia de que Horkheimer y Adorno no fueran capaces de completar la Dialektik. En ninguna parte encontramos ejemplos sustanciales de cómo un hombre liberado, “pluridimensional”, podría en verdad reestructurar sus relaciones con la realidad, con lo “que es así”. ¿Dónde está el programa de un modo de percepción humana que esté libre del “fetichismo” de la verdad abstracta?

Pero el argumento es defectuoso en un plano más elemental. El perseguir los hechos, actitud de la cual las ciencias constituyen tan solo el caso más visible, más organizado, no es un error contingente en que incurrió el hombre occidental en algún momento de rapacidad elitista o burguesa. Ese empeño está, según creo, impreso en la estructura misma, en la electroquímica y en el empuje de nuestra corteza cerebral. Estando dado un medio nutritivo y climático adecuado, dicha corteza tenía por fuerza que evolucionar y crecer mediante una constante alimentación de nuevas energías. La ausencia parcial de esta compulsión a indagar y progresar como ocurre en las razas y civilizaciones menos desarrolladas no representa una libre elección o un rasgo de inocencia. Representa, como lo sabía Montesquieu, la fuerza de circunstancias ecológicas y genéticas adversas. El floreciente niño de la ciudad occidental, el neoprimitivo que canta sus cinco palabras en tibetano en la carretera están realizando una charada infantil, fundada en el superávit de riqueza de esa misma ciudad o carretera. No podemos volvernos atrás. No podemos permitirnos los sueños de no saber. Abriremos, así lo espero, la última puerta del castillo aun cuando esta nos lleve (y quizá precisamente porque nos lleva) a realidades que están más allá del alcance de la comprensión y el control humanos. Lo haremos con esa desolada clarividencia, tan maravillosamente expresada en la música de Bartók, porque abrir puertas es el trágico mérito de nuestra identidad.

A esta concepción se puede responder evidentemente de dos maneras. Está la respuesta de Freud, su estoica aquiescencia, su suposición hosca y fatigada de que la vida humana es una anomalía cancerosa, un rodeo entre vastos estudios de reposo orgánico. Y, por otro lado, está el alborozo nietzscheano ante lo inhumano, con su tensa e irónica percepción de que somos, de que siempre hemos sido, huéspedes precarios en un mundo indiferente, frecuentemente asesino, pero siempre fascinante:

Schild der Notwendigkeit.

Höchstes Gestirn des Seins!

—das kein Wunsch erreicht,

—das kein Nein befleckt,

ewiges Jas des Seins,

ewig bin ich, dein Ja:

den ich hebe dich, a Ewigkeit! (1)

Ambas actitudes tienen su lógica y su dirección de conducta. Uno elige o alterna entre ellas a causa de inciertas razones de sentimiento íntimo o de circunstancias individuales auténticas o imaginadas. Personalmente, me atrae mucho más la gaya ciencia, la convicción irracional, por temeraria que pudiera ser, de que es enormemente interesante vivir en esta última y cruel fase de las cuestiones occidentales. Si un dur désir du durer fue la fuente principal de la cultura clásica, bien pudiera ser que nuestra poscultura estuviera marcada por una disposición no tanto a soportar los riesgos del saber cuanto a reducirlos. Ser capaz de encarar posibilidades de autodestrucción y sin embargo entablar el debate con lo desconocido no es cosa de poca monta. Pero estas son solo conjeturas indistintas. No es una posición retórica insistir en que nos encontramos en un punto en el que los modelos de hechos y culturas anteriores pueden prestarnos escasa ayuda. Hasta el término Notas es demasiado ambicioso para designar un ensayo sobre la cultura escrito en este momento. A lo sumo puede uno tratar de precisar ciertas perplejidades. La esperanza puede formar parte de este pequeño ejercicio. “Una cáscara rendida que está terminada”, dice Ezra Pound del hombre y de sí mismo, viajero maestro de nuestra edad, cuando regresa al hogar:

A blown husk that in finished

but the light sings eternal

a pale flare over marshes

where the salt hay whispers to tide’s change. (2)

(1)Escudo de la necesidad./ ¡Supremo astro del ser!/ que ningún deseo puede alcanzar/ que ninguna negación puede manchar,/ eterno Sí del ser,/ eternamente yo soy tu afirmación:/ pues yo te amo, ¡oh, eternidad!


(2) Una cáscara rendida que está terminada pero la luz canta eternamente, con pálido fulgor sobre las marismas donde la salina hierba susurra al cambio de marea.

G.O.​

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