Así se titula la pieza escrita y dirigida por David Olguín puesta en escena en el Teatro El Milagro. Reflexiva, desencantada e irónica, Amor y rabia nos sitúa en estado de guerra del país, la oquedad en la que se hunden las tres generaciones representadas en la obra (con cinco actores que se alternan los roles), mismas que se corresponden con distintas izquierdas. Del 68 a los nuevos movimientos sociales, de la guerra sucia a la narcoguerra, de la Liga Comunista 23 de Septiembre al Bloque Negro, los personajes contienden contra una realidad que los apabulla y malcomprenden, la cual intentan transformar mediante la acción si bien por distintas vías. Los esfuerzos son inconsistentes y vanos, las consecuencias escapan a los propósitos enunciados, el Poder se refuerza en lugar de derrumbarse, pero el fracaso aviva la furia de los más jóvenes ávidos de quemarlo todo, purificar con el fuego un orden podrido, aunque la única arma que verdaderamente dominan es el aerosol que rueda y rueda en el escenario.
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Vinculados por la rabia, los jóvenes/viejos (Santiago Alfaro, Sunem Cedillo, Emmanuel Pavía, David Juan Olguín Almela) presentan diferentes perspectivas vitales, conductas o sentimientos de las individualidades anárquicas (primitivismo, amor, egocentrismo, irracionalidad), mientras que la Mano/Abuelo (Laura Almela) engarza el relato y nos revela la lógica de las posturas contrapuestas del ayer y el Ahora (con mayúsculas), del horizonte utópico frustrado con el presente continuo (posmoderno) negador de cualquier proyecto de futuro con base en la libertad natural del sujeto. La Mano —amoral (en ese sentido nihilista), instrumental (como tenemos dos, la responsabilidad de la izquierda puede descargarse en la diestra) e implacable (nada detiene su fría racionalidad)— desarma uno a uno los argumentos de los jóvenes libertarios, mostrándoles invariablemente que hay un sustrato idealista en sus motivaciones, tesis vacuas, egocentrismo y una ridícula ingenuidad en sus objetivos. Quieren ser ellos en lugar de ser nadie, incapaces de diluirse en la noche, de invisibilizarse para ser verdaderamente eficaces: la capucha es una simple máscara que más bien los delata. Mientras sueñen serán vulnerables, inofensivos. Soñar con el apocalipsis no los hace mejores que sus predecesores quienes fantaseaban con la revolución.
Buscando al nieto extraviado en el hoyo (seducido por la propuesta de los ecoextremistas), el Abuelo traba un diálogo ríspido (en rigor dos monólogos) con el Perro Huérfano (alfil de la destrucción) intentado tender un puente generacional, comunicar su experiencia y esclarecer las causas del fracaso de la tentativa revolucionaria. Los militantes de antaño justificarían el sacrificio y la violencia, la renuncia a la vida personal en favor de “la causa”, dentro de la perspectiva de que el futuro sería mejor que el presente y ganarlo lo sería para todos y por siempre. Sin proyecto no hay sentido, y sin sentido no hay acción que sirva para la emancipación humana, pensarían los viejos. Los jóvenes rebeldes considerarían esto irrealizable e inútil, pasando a la acción directa, la única asequible frente a la Civilización del Dominio que controla todo, menos a sus subjetividades indómitas. De igual forma, ellos considerarían un sinsentido reciclar las ideas del pasado (modernas) tras los rotundos fracasos del siglo XX: los revolucionarios se volvieron seniles. Los nexos históricos están rotos, el pasado les parece ajeno y el futuro no les pertenece, únicamente pueden afirmarse en el Ahora.
En igual forma que los puentes intergeneracionales están truncos, la acción de los jóvenes rebeldes es episódica, dispersa y destructiva, no hay un centro (el Partido, también con mayúsculas, de los comunistas) ni sujeto colectivo (“el pueblo” de los populistas o “la clase” de los socialistas), sólo fragmentos irreductibles a una entidad mayor que los agrupe, pues es innegociable la singularidad de cada uno y la libertad irrestricta que le es intrínseca. Mucha confusión hay alrededor del agujero del cual ignoramos su profundidad y si siquiera existe la posibilidad de salir. Observamos que domina la rabia a la razón y el desconsuelo a la esperanza. También hay miedo. No nos queda más que pensarlo todo de nuevo.
Carlos Illades
Profesor distinguido de la UAM y miembro de número de la Academia Mexicana de la Historia. Escribió, con Rafael Mondragón Velázquez, 'Izquierdas radicales en México. Anarquismos y nihilismos posmodernos' (Debate, 2023).
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