Faltan seis horas para que comience la proyección y en la taquilla del viejo Cine Doré, sede la Filmoteca Española, ya hacen cola una veintena de personas. La mayoría son jóvenes, lectores y groupies de Annie Ernaux, la escritora francesa que visita España por primera vez después de haber ganado el Premio Nobel de Literatura 2022, para presentar Los años de Súper 8, el documental sobre una etapa decisiva de su vida. La expectación se desató al anunciarse que después de la función habría un coloquio con la autora y su hijo, David Ernaux-Briot, director de la cinta. Así que la venta de entradas comenzó cuatro días antes, pero la web de la Filmoteca no tardó en colapsarse. Por eso ahora, bajo los furiosos rayos del sol y entre una marabunta de turistas coloraos, en pleno centro de Madrid, la gente se ha formado con la esperanza de alcanzar un boleto.
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¿A qué se debe la estrecha conexión que una escritora octogenaria ha logrado establecer con una legión de veinteañeros? Tal vez a que ofrece libros cortos, con una prosa diáfana, sin adornos, con frases “como un cuchillo” (“y muy tuiteables”), que cuenta situaciones a veces cotidianas, a veces extraordinarias, reconocibles para todos, siempre exponiéndose ella misma, sin pudor y con los sentimientos a flor de piel. Así que aquí está una buena parte de sus seguidores, dispuestos a ver y a escuchar, casi con devoción, a la “maestra” de autores como Emmanuel Càrrere o Èdouard Louis, grandes exponentes de la actual autoficción francesa.
A mí también me gusta la escritura de Annie Ernaux. Y la leo desde antes de que le dieran el Nobel. La admiro y, de hecho, la envidié profundamente cuando leí Mira las luces, amor mío, un espléndido reportaje sobre la sociología del supermercado. Durante unos meses, mientras ella iba por la despensa a Auchan (que aquí en España, donde todo traducen, se llama Alcampo), observó y apuntó una serie de comportamientos del lugar en donde se mezclan individuos distintos por edad, ingresos, cultura, origen geográfico y apariencia, para “atisbar la forma de ser y vivir de los demás”. ¡Qué gran idea!, pensé (y sigo pensando). Las páginas de ese libro son una soberbia radiografía social, pues en el súper es “donde nos acostumbramos a la presencia cercana de los unos y los otros, movidos por las mismas necesidades esenciales de alimentarnos. Lo queramos o no, aquí nos constituimos en una comunidad de deseos”.
Otros prefieren el relato de su aborto clandestino o el de su desclasamiento, o el de la vida de su madre o el de la muerte de su padre, o aquel en el que cuenta su relación con un joven amante o el del divorcio del padre de sus hijos o, de plano, el monumental y entrañable repaso autosociobiográfico (Ernaux dixit) que constituye Los años. Este último es imprescindible, lo sé, ¡pero es que a mí el libro del supermercado me parece tan original! Se lo estaba comentando a mi vecina de asiento cuando, de pronto, entraron al cine Annie Ernaux y su hijo. Avanzaron lentamente entre una ovación cerrada y ella agarró el micrófono para agradecer la presencia de todos y decirle al proyeccionista que la función podía comenzar.
Para no desentonar con el resto de su obra, Los años de Súper 8 también es un trabajo corto. En una hora, la autora le pone voz a una serie de imágenes mudas captadas en los años 70 y 80 del siglo pasado, ya sea en su casa o en viajes familiares a países como Chile, España y Portugal. Al igual que en sus libros, con ella en el centro del relato, aquí la intimidad es utilizada como arma política y poética, como recurso estético y ético.
Vestida de negro y con el pelo recogido, Annie (aquí todos la tutean) regresó para conversar con Lydia Vázquez, su traductora al español. Después de hablar un poco sobre la película, ambas pasaron a ahondar en el propósito literario de esta frágil mujer (“escribir para vengar a mi raza”) y en las características de sus libros. “Toda mi preocupación es relacionar la escritura con lo real. No busco frases bellas sino frases acertadas, palabras precisas.” Antes de concluir, la traductora le preguntó qué le parecía tener un numeroso público joven. “Se identifican conmigo”, dijo, “porque hoy atraviesan por los mismos problemas sociales que había en mi época. Y porque las diferencias culturales, de género y de clase continúan. Tal vez por eso sienten que al hablar de mi en realidad hablo de ellos”.
AQ