Una hora después de salir de Madrid, uno llega a Segovia y al bajarse del autobús lo primero que ve es el imponente Acueducto Romano. Son 167 arcos, construidos en el siglo II después de Cristo, considerados una obra maestra de la ingeniería hidráulica, sin argamasa de unión, sólo piedra sobre piedra. Es necesario esquivar los enjambres de turistas ingleses y chinos para adentrarse en el casco viejo de esta ciudad castellana repleto de iglesias, conventos, sinagogas y antiguos palacios aristocráticos separados por angostos callejones. Corre un fuerte viento frío y, quizá por eso, los olores a pan dulce y a chocolate se estampan con facilidad en las narices de los viandantes. Estamos sobre una elevación rocosa entre los valles de los ríos Eresma y Clamores. La torre de la Catedral gótica es perfectamente visible desde los alrededores y en un extremo se levanta el famoso Alcázar segoviano, residencia de los reyes de Castilla durante la Edad Media y fuente de inspiración de Walt Disney.
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Antes de deslumbrarse con el castillo (y de disfrutar un sabroso cochinillo asado y un trozo de pastel empalagoso en algún mesón centenario), llego a la Plaza Mayor, con sus infaltables Ayuntamiento e iglesia, donde nuevamente hay que esquivar hordas de turistas. Dos cuadras más allá, al final de la Calle de los Desamparados, se encuentra la Casa-Museo Antonio Machado. Es el edificio de la Pensión (aunque hoy la llamen casa) donde vivió el poeta de 1919 a 1932. Además de las habitaciones, hay dos salones que acogen actos culturales y una librería. En el jardín, entre rosales y hiedras, se encuentra un busto de Machado tallado en piedra.
Dicen que la casa se mantiene tan modesta como cuando la habitó don Antonio y que también se ha conservado el mobiliario y la distribución de la época. La que fue su habitación (por la que pagaba cinco pesetas diarias) está intacta y de las paredes, para materializar su ausencia, se han colgado diferentes versiones de su retrato, sacadas de viejas fotografías o plasmadas en óleos, dibujos y carteles que llevan las firmas de Rafael Peñuelas, Jesús Unturbe, Álvaro Delgado y Pablo Picasso.
El jueves 27 de noviembre de 1919, el periódico local El adelantado de Segovia, saludó así la llegada del más joven representante de la Generación del 98: “Ayer llegó a esta población el vigoroso y culto poeta Antonio Machado, que en hermosas estrofas ha sabido cantar las grandezas de Castilla, de la que es un ferviente enamorado”. Si vino a vivir aquí fue por trabajo. Le ofrecieron impartir clases de francés y él aceptó con gusto, pues la ciudad le ofrecía un ambiente cultural “acorde con sus gustos” y le apetecía ser parte de los fundadores de la Universidad Popular Segoviana, una experiencia educativa pionera en España. En ella, Machado ofreció cursillos nocturnos y gratuitos a la clase obrera y también lideraba animadas tertulias.
Para entonces, el poeta ya había pasado por la Sevilla de su infancia, el Madrid bohemio, el París simbolista, la Soria tremendista y la Baeza analfabeta. Y con cada cambio de ciudad su sensibilidad artística y social fue en aumento. Desde Segovia comenzó sus colaboraciones periodísticas en publicaciones como El Sol, El Imparcial o La Pluma. Sus artículos tenían, sobre todo, un claro “enfoque pedagógico”. Desde Segovia se desplazaba semanalmente a Madrid, donde seguía de cerca la actualidad cultural y política y por eso estaba constantemente implicado en multitud de actos e iniciativas que buscaban la defensa de los derechos y libertades. De hecho, cuando el 14 de abril de 1931 se proclamó la República, el propio Machado fue quien izó la nueva bandera tricolor en el balcón del Ayuntamiento de Segovia. En 1928 conoció aquí a Pilar Valderrama, una mujer casada (pero “en plena crisis conyugal”) de la alta burguesía monárquica, con quien mantuvo una relación hasta el estallido de la guerra civil en 1936 y a la que le escribió cartas y poemas llamándola Giomar.
Esta casa segoviana conserva su primitiva cocina de hierro, el comedor común y en la habitación del autor de Campos de Castilla hay una pequeña estufa que le ayudaba a sobrellevar los duros inviernos. Esparcidos por toda la estancia, abundan recortes de prensa, primeras ediciones de sus libros y una mesa redonda que él utilizaba como escritorio, al lado de una ventana desde donde se divisan los campos verdes que rodean a esta vetusta ciudad que no lo olvida.
AQ