Entre el idealismo filosófico, especialmente el canalizado en la utopía, y el realismo cómico existe una antigua querella. Al igual que otros comediantes de la época, Aristófanes gustaba de utilizar a los filósofos como blanco de sus sátiras. Para los comediantes, la naciente enseñanza filosófica era pomposa e impráctica y podía pervertir la moral y el sentido común e inspirar proyectos políticos desastrosos. Es célebre la caracterización que hace Aristófanes de Sócrates como el extravagante embaucador de “Las nubes”, mientras que, en “Las asambleístas”, la comedia que alude a la toma del poder de las mujeres y la comunidad de los bienes, busca ridiculizar algunas de las tesis de “La República” de Platón.
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El filósofo retoma la pulla del comediante y utiliza a Aristófanes como uno de los personajes más ordinarios de “El banquete”; además, en su condena de la poesía, que expresa en “La República”, censura especialmente la poesía cómica, por su vulgaridad y elogio de los más bajos apetitos.
En su libro La crisis de la utopía. Aristófanes contra Platón, (FCE, 2019) el filólogo italiano Luciano Canfora estudia la relación entre estas dos figuras. El autor ilustra el contexto (la crisis política y la devastación económica después de la derrota con Esparta, las prácticas de difusión del pensamiento y debate, la competencia por prestigio entre gremios intelectuales) de la rivalidad entre estos dos grandes influencers de la Atenas clásica. Más allá del abrumador despliegue erudito, el libro permite observar las diferencias esenciales, como cosmovisión y método de conocimiento, entre el género utópico y el género cómico.
La utopía es un género solemne que aspira al perfeccionamiento del individuo y la vida social y busca cambiar el mundo a partir de premisas más o menos rígidas. La comedia, en cambio, es un género que se solaza en la imperfección y que advierte los límites de la virtud y el progreso. Como señala Canfora, las utopías platónicas no sólo eran elaboraciones intelectuales sino propuestas políticas que buscaban materializarse y que alertaban la prudencia de Aristófanes por sus efectos adversos, por su severidad tan opuesta a la naturaleza humana y por su inducción al fanatismo. Por eso, aunque su humor misógino se encuentra hoy completamente desfasado, lo que pretendía Aristófanes en “Las asambleístas” era exponer los excesos del ánimo racionalista, los modelos inflexibles y la planificación social.
La tensión entre utopía y comedia, es decir entre los impulsores de transformaciones definitivas y los escépticos y socarrones, es permanente. Si bien la utopía y la comedia son géneros antípodas, podrían equilibrarse saludablemente: el consumidor de utopías haría bien en sazonarlas con un poco de comedia para relativizar y remozar sus ideales; por su parte, el lector de comedia podría aprender que, a partir del conocimiento y aceptación de la debilidad humana, cierta virtud es deseable y, tal vez, alcanzable.
AQ