Armando Bartra: “La pandemia obliga a reflexionar sobre la condición humana”

Entrevista

Escritor, sociólogo, filósofo, el autor de Exceso de muerte. De la peste de Atenas a la covid-19, publicado por el FCE, comparte sus pensamientos sobre la experiencia de los últimos años.

Armando Bartra es un escritor, sociólogo y filósofo de origen español nacionalizado mexicano.
Ciudad de México /

Armando Bartra (Barcelona, 1941) encontró en el encierro provocado por la pandemia de covid-19 una obligación para reflexionar sobre el “exceso de muerte”, pero no desde el ámbito epidemiológico del término, sino desde la filosofía, como parte de la condición humana, la angustia por la finitud de vida.

“No pudimos evitarlo; no hubo un ser humano que escapara del hecho de que la muerte se presentaba ante nosotros de manera excesiva, la presencia de la muerte se volvía avasallante, abrumadora, estábamos rodeados por la muerte por todos lados, arriesgamos la vida; nuestra muerte era posible e inminente, sobre todo la de aquellos que tenemos una edad avanzada; había un exceso de muerte en las familias, barrios, países, en el mundo, que nos obligaba a reflexionar”, explicó el filósofo y sociólogo.

Se sentó así a una mesa de café imaginaria con escritores desde la Grecia clásica hasta el siglo XXI, que en términos de plagas y condición humana son contemporáneos: Tucídides, Daniel Defoe, Katherine Ann Porter, Virginia Woolf, por supuesto Albert Camus, Susan Sontag y Henning Mankell.

Y fruto de esa conversación publicó sus reflexiones en Exceso de muerte. De la peste de Atenas a la covid-19, en la nueva época de la serie Breviarios del Fondo de Cultura Económica (2022).

En el libro, apoyado por la postura del médico Bernard Riux, personaje de La peste, Bartra también aborda el dilema ético en el contexto de la pandemia, al cuestionar a quienes anteponían intereses políticos en México contra estrategias gubernamentales de salud, antes que curar enfermos.

“Por el momento hay unos enfermos a los que hay que curar. Después ellos reflexionarán y yo también. Pero lo más urgente es curarlos”, cita el académico la respuesta de Rieux en la novela de Albert Camus.

En entrevista sobre su nuevo libro, Bartra desecha el lugar común de que los mexicanos se ríen de la muerte, porque a su juicio la pandemia demostró que esas ideas acerca de la muerte eran equivocadas y también que las fórmulas de Octavio Paz por caracterizar al mexicano eran un esquema insostenible.

“Este libro es justamente para reflexionar sobre ese exceso de muerte, no es solo como el término técnico de los epidemiólogos para referirse al hecho de que durante una pandemia el número de muertes efectivo es mayor al esperado, sino porque tiene retos ontológicos, que tienen que ver con nuestra condición humana, con nuestra fragilidad, con nuestra finitud en el tiempo y en el espacio, con nuestro carácter de seres mortales”, precisó.

“Enfrentarnos a la condición de mortales no es algo cotidiano, que uno haga como un ejercicio de todos los días; uno no se levanta y se mira en el espejo del lavabo para decir: ‘Soy mortal’; uno no habla en la sobremesa con sus familiares para decir: ‘Soy mortal, nos vamos a morir un día de estos’; uno no habla de la muerte porque a la muerte es algo que hay que mantener en el clóset, que hay que ocultar si es posible, de la que hay que olvidarse para poder seguir viviendo. Y la pandemia no nos permitió ocultarla, negarla, teníamos que vivir con la muerte, la muerte cercana”, expone Bartra.

Escritor de izquierda y autor de Los nuevos herederos de Zapata. Un siglo en la resistencia 1918-2019, reconoce que sin duda hay que hacer reflexiones epidemiológicas, de salud, económicas y políticas sobre las circunstancias y consecuencias de la pandemia, para corregir las injusticias, como el hecho de que a las mujeres les tocó durante el encierro forzado más de la habitual triple jornada, porque ahora ellas tuvieron que fungir también como maestras de sus hijos y enfermeras de sus enfermos.

“Pero también necesitamos enfrentarnos al hecho de que la muerte nos acosa, es inminente, y el riesgo de muerte es impredecible, porque una pandemia es un hecho incertidumbre, sabíamos que iba a ocurrir, no cuándo ni cómo, y habrá otras. Esto nos enfrenta a la incertidumbre, a sentimientos que la humanidad prefiere no enfrentar; preferimos creer en la certidumbre y que mientras duremos somos inmortales. La pandemia nos obligó a enfrentar una reflexión más profunda que la habitual, que no es sociológica, económica, política, sino filosófica: la certidumbre de la muerte como condición humana”.

Para ello, el catedrático de la UAM-Xochimilco rechazó establecer diálogo con filósofos como Giorgio Agamben, Slavoj Žižek o Byung Chul Han, que a su juicio se apresuraron a hablar sobre la pandemia y a acomodar sus posturas previas a ella, en alusión a la publicación Sopa de Wuhan, de marzo de 2020.

En cambio, partió de obras como Historia de la guerra del Peloponeso, del historiador griego Tucídides, Diario del año de la peste, de Defoe, Pálido caballo, pálido jinete, de Porter, Estar enfermo, de Woolf, La peste, de Camus, o La enfermedad y sus metáforas y El sida y sus metáforas, de Sontag.

—Exceso de muerte, independientemente que trata sobre las pandemias, también me parece que puede leerse como un análisis de usted a esas obras literarias.

Así es. No es un análisis, no pretendo hacer un análisis, pero sí es importante que tú lo menciones. Podría yo haber dialogado con mis contemporáneos (como Agamben o Žižek) que estaban viviendo la pandemia, pero me pareció más prudente, útil, productivo y estimulante tratar de acercarme a otras voces que en el pasado han vivido la pandemia, gente que padeció, enfermó, vivió y sobrevivió a una. Empecé con Tucídides, que nos da un recuento somero, pero enormemente poderoso, de lo que fue la peste en Atenas hace 2 mil 500 años, y al leerlo resulta un contemporáneo. Cuando el historiador habla que la enfermedad llegó como algo imprevisto, nos habla de que a nosotros nos sorprendió igual que a los griegos. Y después dice que la peste “es algo que quebranta nuestros corazones”, porque es algo que no sabemos manejar, no es algo del cuerpo, de la salud lo que quebranta nada más, sino que quebranta nuestros corazones y nuestros espíritus, que se ven quebrantados por el exceso de muerte.

Esto que dice Tucídides lo podría decir cualquier ciudadano del mundo contemporáneo enfrentado a la covid-19 y lo mismo podríamos decir de Defoe, Porter, Woolf o Camus. Porque son nuestros absolutos contemporáneos, están hablando desde la condición humana, no de su condición de griegos de la época clásica, de habitantes del corazón del imperio en la época del colonialismo, desde la Primera Guerra Mundial —como Katherine Ann o Virginia—; nos están hablando desde el sufrimiento, desde el dolor y la angustia que provoca la inminencia de la muerte. Y por eso son a los que yo recurrí; concurrimos ellas, ellos y yo a una misma mesa de café para hablar de lo que habían vivido y de lo que yo estaba viviendo, porque —repito— cuando se trata de la fragilidad humana, Tucídides, Virginia Woolf, Daniel Defoe o Katherine Ann Porter y yo, somos contemporáneos.

—Maneja dos ámbitos de afectación de la pandemia: individuo y ciudad. ¿Qué diferencias hay?

A nivel individual ya ha habido reflexiones, por ejemplo, del italiano (Franco Berardi) Bifo, que ha hablado muy intensamente sobre la repercusión psicológica de la pandemia en los individuos, a través de su individualidad. Yo no hablo tanto de eso, aunque sí me refiero a ello. Prefiero hablar de las colectividades, cómo las afecta. Pero, ciertamente, sí me acerco a ellas de dos maneras: a través de su condición social, es decir, no es lo mismo vivir en una gran ciudad donde el contagio es mucho más intenso, difícil de controlar, que vivir en una comunidad indígena de Oaxaca o Chiapas. No es lo mismo ser mujer y tener la carga de la triple jornada. Hay diferencias sociales, por clase, por género, por país, por región geográfica, pero hay la condición humana. Yo hablo de las dos cosas. La condición humana no es individual, es algo que está en nosotros, en cada uno y cada una de nosotros, pero es una condición del género. Yo hablo del género humano y también de los grupos sociales, y ahí sí hay una diferencia: los grupos sociales son golpeados de manera desigual, la enfermedad —digo en el libro— es injusta y hay que combatir esta injusticia. Pero la humanidad es retada igual en todas partes, edades, géneros, retada por nuestra finitud, nuestra fragilidad y la incertidumbre en todas partes y en todas las personas, en lo individual y en lo colectivo y en lo global. Son dos abordajes, y están ambos en el libro.

—Existe el lugar común de que los mexicanos nos reímos de la muerte. ¿Qué pasó con la pandemia? Quizás parezca absurdo, pero, paradójicamente, ella también nos hizo conscientes de que estamos vivos, acostumbrados a vivir en automático.

No, no me resulta absurdo, para nada. Hay dos partes en tu pregunta y me parecen muy provocadoras. La primera: la pandemia no solo demostró que nuestras ideas acerca de la muerte eran equivocadas, sino también que las fórmulas de Octavio Paz, en su intención de caracterizar al mexicano, eran un esquema absolutamente insostenible. Paz habló con más elaboración y más brillantez literaria y ensayística sobre el que los mexicanos enfrentamos a la muerte con una sonrisa, etcétera, etcétera; pero lo mismo yo había leído en los años 20 referidos al pueblo ruso, al español. Donde hay guerras y violencia y muerte, donde hay canciones que hablan que “si me han de matar mañana que me maten de una vez”, surge toda una teoría de que los pueblos están acostumbrados a la muerte y no le tienen miedo a la muerte. Y, si además en México, como en todas sociedades antiguas y tradicionales, hay un culto a los ancestros, hay un ritual de recordación de los ancestros, pues entonces tendremos como cierto lo que nos han vendido de que los mexicanos viven con la muerte y no le tienen miedo. ¡Claro que le tienen miedo a la muerte! Vean las representaciones de la muerte en las esculturas aztecas, vean el modo en que manejaban la muerte a través de los sacrificios humanos los aztecas. Sí, la muerte provocó y provoca miedo, terror, más bien diría yo angustia. Y si alguien pensaba que los mexicanos no tenían miedo a la muerte es que se habían dejado convencer por Paz, pero es un error.

Lo otro, que sí es importante, es que la inminencia de la muerte nos obliga a vivir de otra manera, a darle a la vida una intensidad y una globalidad, una colectividad, una solidaridad que no tenía antes. Hoy debemos y podemos vivir con más intensidad nuestras vidas individuales y asumir —no necesariamente será fácil—, que estas vidas individuales no transcurren en la soledad, sino que son parte de una colectividad, no la de un barrio, de un país, sino que es la colectividad humana; que tenemos que vivir las vidas de todos, de cada uno de nosotros y de los colectivos de los que formamos parte y de una humanidad que tiene que ser solidaria con la humanidad entera. Hoy es claro que no podemos seguir viviendo el tema de salud como si fuera un problema de cada familia, de cada ciudad o país; es global e intergeneracional, los jóvenes también tienen que ser solidarios con las personas más viejas.

AQ

  • José Juan de Ávila
  • jdeavila2006@yahoo.fr
  • Periodista egresado de UNAM. Trabajó en La Jornada, Reforma, El Universal, Milenio, CNNMéxico, entre otros medios, en Política y Cultura.

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