Cuando Aura García-Junco empezó a escribir Mar de piedra (Seix Barral, 2022), su segunda novela, tenía pocos indicios sobre el rumbo que seguiría la trama o sobre el carácter de sus personajes. Se abandonó al hechizo de la página vacía, guiada únicamente por la intuición como quien se lanza de una plataforma de 10 metros. Dio un salto al vacío con la certeza de que, llegado el momento, nadaría en aguas tranquilas.
Era, por entonces, 2016. Aún no había publicado Anticitera, artefacto dentado —su celebrada novela debut—, ni El día que aprendí que no sé amar —el provocador ensayo donde cuestiona las nociones del amor romántico—. Aún no había sido seleccionada por la revista Granta como una de las mejores narradoras jóvenes en español. Ni siquiera había comenzado a publicar videos en el canal de YouTube donde reseña libros, da consejos de escritura y hace recomendaciones literarias. Era una narradora en ciernes a punto de atestiguar la transformación de sus circunstancias.
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Mar de piedra experimentó una reorganización similar en el transcurso de los seis años que requirió su escritura. “Lo empecé a escribir sin guía y sin ningún objetivo en particular”, cuenta García-Junco (CdMx, 1988) en entrevista con Laberinto. “Fue un descubrimiento constante y eso me obligó a reescribir todo muchísimas veces. Empezó a crecer desmesuradamente, como una masa que tenía vida propia”.
El producto de esas reelaboraciones es una novela de vocación arcana, plagada de metáforas marítimas, alusiones cósmicas y saberes pertenecientes a una cultura remota. La historia ocurre en 2025, en una versión análoga de la Ciudad de México. Entre sus habitantes se ha instalado una nueva religión, materializada en los mattangs, una suerte de mapas hechos con varitas de fibra de coco que contienen el destino de quien los posee. Hay, además, otro elemento inquietante, quizá la imagen más sugerente e ilustrativa de la novela: lo que alguna vez fuera la avenida Madero, se ha transformado en un extenso paseo de seres humanos petrificados.
“Adolezco del fetiche del explorador occidental”, me cuenta Aura cuando le pregunto a qué obedece la voluntad de proyectar la mirada hasta una geografía lejana —la Polinesia— para introducir algunos de sus elementos en el contexto mexicano. “Lo distante me obliga a repensar mi propio contexto a partir de cosas que no se le parecen, o que son semilla de algunos aspectos de la sociedad”.
La premisa de Mar de piedra surgió de una amalgama de piezas que habían estado reverberando en los confines cerebrales de la narradora. “Por un lado, tenía en mi escritorio impresiones de los moáis de la Isla de Pascua (esas monolíticas estatuas antropomorfas que simbolizan a los ancestros de aquella cultura); por otro lado, tenía en mente la imagen de una mujer y un hombre hablando con una estatua”.
En la novela son tres los personajes que sostienen la narración: Sofía es una escéptica profesora universitaria; Ana, una joven de sangre febril y convicciones afanosas; y Luciano, un alcohólico en recuperación que, además, sintetiza el arquetipo de hombre contumaz.
“Luciano tiene para mí un simbolismo muy fuerte. Representa cómo algunos hombres se relacionan con mujeres desde una lejanía en la que no esperan que sean humanas, sino que sean la idealización de una mujer. Es un personaje que no logra relacionarse con mujeres en la realidad y que prefiere, por mucho, relacionarse con una estatua. A fin de cuentas, una estatua puede ser simplemente el lienzo en el cual plasmar todo lo que se desea”.
Como casi todos los personajes entrañables, los de García-Junco experimentan cierta orfandad. “Son personajes que cargan una herida. Tienen dificultad para conectar con el mundo y padecen una soledad muy profunda. Son islas que intentan unirse, pero sus relaciones nunca acaban de cuajar”.
Lo que en la novela sí cuaja, en cambio, es la unión de doctrinas, una praxis de probada efectividad en este país. Por eso Aura también entiende esta novela como un laboratorio de experimentación sociológica. “Quise explorar la idea del sincretismo religioso: ¿qué pasa cuando introduces un montón de elementos de culturas ajenas a la cotidianidad mexicana, pero las juntas con el catolicismo imperante?” La indagación le permitió abordar una discusión más honda sobre el destino y el libre albedrío. “Desde Boccaccio, un autor que me encanta, ese ha sido un debate central. Me gustó la idea de incluir una religión que tuviera ese debate, pero que ya lo hubiera zanjado, que hubiera aceptado el destino como algo dado, algo que estaba ahí sólo para ser descubierto”.
Una constante en la literatura de García-Junco es la irrupción de elementos visuales en la página. En Anticitera, artefacto dentado, los diagramas y bocetos son tan relevantes para el hilo narrativo como los textos y las anécdotas. En Mar de piedra, los recursos visuales “le dan un carácter tridimensional al mundo en el que transcurre la novela”.
“Me gusta mucho la dimensión visual de los textos, me gusta poder jugar con la hoja como objeto. Por eso creo que mis libros no se traducen muy bien en audiolibros, porque están pensados no solamente en los términos sonoros del lenguaje, sino también desde cómo se plasma en el papel”.
En la conversación queda claro que Aura García-Junco es una narradora de su tiempo. Utiliza sin reparos la terminología de la narrativa audiovisual para describir el material literario, y viceversa. De hecho, dedica la otra mitad de su labor creativa a la escritura de series. Uno de sus proyectos se estrenará en Netflix el 12 de octubre. Se trata de Belascoarán, adaptación de la popular saga policiaca de Paco Ignacio Taibo II. Aura coescribió uno de los tres episodios, una tarea que la transportó a su época de veinteañera, cuando leyó las novelas y descubrió cuán refrescante era la mexicanización del paradigma del detective.
“Fue un proceso muy divertido, disfruté muchísimo la escritura comunal y también repensar los personajes de Taibo desde otra perspectiva. Son muy disparatados, muy ricos y algunos de ellos muy sorprendentes”.
ÁSS