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Más que un mero registro mental de eventos, es una herramienta individual y colectiva de supervivencia.

Álbum familiar. La memoria es un acto de imaginación reminiscente que cimienta la identidad de una persona. (Foto: Laura Fuhrman | Unsplash)
Armando González Torres
Ciudad de México /

El oficio de la escritura utiliza a menudo el material inflamable del recuerdo y uno de los riesgos profesionales del escritor radica en la sobredosis de memoria. En abril de 1970, por ejemplo, Paul Celan, el atribulado superviviente del exterminio nazi, ahogado por sus recuerdos, en los que valientemente había hurgado para legar a las próximas generaciones un atisbo del mal absoluto, decidió terminar de ahogarse en el río Sena. Y es que la memoria no es una mera función cerebral, sino un acto de imaginación reminiscente que cimienta la identidad de una persona y le brinda, o le quita, sentido a su existencia. Por eso, la memoria constituye un instrumento ambiguo, un duelo de esgrima entre el recuerdo y el anhelo, entre la retrospección y la proyección al porvenir, que puede movilizar y estimular, pero también abrumar y, literalmente, matar. En La trama de la memoria. Una filosofía del recuerdo y el olvido (Tusquets, 2023), Mayka Lahoz analiza la memoria y las consecuencias individuales y sociales de ejercerla.

Para Lahoz, la memoria consiste en la capacidad de almacenar y organizar trozos difusos del pasado y suele estar en constante renovación y reinterpretación, incorporando nuevos recuerdos y suprimiendo otros. La memoria no evoluciona aislada, se cruza con las percepciones e intervenciones de los demás y la memoria individual y colectiva suelen fundirse.

En ocasiones, por supervivencia, la memoria pretende borrar determinados recuerdos lancinantes y se compone, más que de evocaciones, de olvidos selectivos. Sin embargo, este tipo de olvido paliativo puede llevar al individuo a la más inauténtica fantasía o al más autodestructivo silencio. Si el olvido inducido es perjudicial para el individuo, resulta aún más nocivo para el cuerpo social, pues, detrás de los episodios de mayor maldad y barbarie histórica, se encuentran el falseamiento, la amnesia o la indiferencia hacia el pasado. Por eso, sugiere Lahoz, debe fomentarse una memoria individual y social que recupere de la manera más auténtica y constructiva los recuerdos y se oponga a la propensión contemporánea al olvido, representado por la idolatría a la técnica, las modas y el consumo o por los relatos únicos de las ideologías.

La literatura ayuda a depurar los recuerdos y a indagar incluso en los más martirizantes, inventando nuevos giros para nombrar al dolor y ayudando a la memoria a balbucear lo indecible. No es posible, sabe la autora, desmontar el dolor, pero al enfrentarlo, es posible “redecirlo” y afirmar el poder de la vida. Además, la memoria del dolor puede ser pedagógica, ya que muestra las ambiciones y desmesuras de la condición humana. Así, la retentiva agudizada, la constante construcción y mejoramiento de la memoria son un antídoto contra la deshumanización, pues la memoria verídica refuerza el sentido de los límites, fomenta la identificación y solidaridad con los otros y le da un nuevo significado al recuerdo, reencauzando su potencial hacia el futuro.

Armando González Torres


Poeta y ensayista. Entre sus libros se encuentra 'De la lectura y la sospecha'

AQ

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