Hay autores que no merecen su suerte. Algunos, porque su obra parece sobrevivir mejor las décadas que la crítica; otros, al contrario, injustamente se olvidan, incluso antes de alcanzar a esos lectores que no saben todo lo que pierden con la desaparición de algunos libros. Es el caso de Bernard Groethuysen, que parece haber desaparecido del catálogo del Fondo de Cultura Económica, que había publicado dos grandes obras suyas: Filosofía de la Revolución francesa (México, 1989, en traducción de Carlota Valleé), y La formación de la conciencia burguesa en Francia durante el siglo XVIII, en la colección de Historia (México, 1943, reimpresa en 1985) y con traducción y prólogo de José Gaos, su principal y entusiasta promotor en la lengua española: “este libro es considerado como una obra eminente de historia del espíritu, y como fundamental en el plano de la historia de las ideas y la historia social, ante todo por la utilización del material olvidado (sermones, etc.) y el estudio de las corrientes generales, incluso las extrañas a toda literatura”, y luego de hacer el recuento de Groethuysen, Gaos apuesta a que “es, en efecto, todo esto —y acaso aún algo más: una de las dos o tres obras maestras de la ciencia histórica en lo que va del siglo”. Uno de los libros mayores de Gaos, la Historia de nuestra idea del mundo, es deudor de la obra de Groethuysen.
Los copiosos elogios de Gaos prendieron en Hugo Hiriart, a quien sus amigos hemos oído no pocas veces continuar el encomio de Groethuysen, y que sus lectores pueden hallar en su reciente y breve obra maestra: Lo diferente. Iniciación en la mística (Random House, México, 2021). Respecto a la formación de la burguesía, dice Hiriart: “no conozco libro más logrado”, que el de Groethuysen. Y en él se apoya para resumir un paso de capital importancia en la concepción del mundo, de las morales, de la trascendencia: “En la creencia ingenua del pueblo había unanimidad. Y así estaban las cosas cuando hizo aparición un personaje desconocido. El hombre estaba atribulado por un sufrimiento que nadie más padecía: la duda, el hombre dudaba. Y para calmar su dubitación solicitaba explicaciones personales, no las de la grey, no las del redil, sino las suyas, sus dudas, las de él. Tampoco esta actitud se había visto nunca. Este personaje indagador es el burgués”.
Bernard Groethuysen (1880-1946) nació en Berlín, estudió ahí, en Viena y en Múnich; fue discípulo de Wilhelm Dilthey, Theodor Gomperz, Georg Simmel, Heinrich Wölfflin, por ejemplo. Huyó del régimen nazi e hizo campaña para que los intelectuales condenaran el racismo y la tiranía; se instaló en Francia y adquirió la nacionalidad francesa. Fue amigo de André Gide y Jean Paulhan. La lengua francesa le debe, además de sus propias obras, una traducción de Goethe y la obra de Franz Kafka (él mismo tradujo y prologó El proceso).
En su trabajo de historia de las mentalidades, con Dilthey, y en sentido contrario a las corrientes historiográficas y de historia de las ideas de su época, Groethuysen supo que “la visión del mundo no es filosofía, sino que la filosofía se limita a dar expresión de un modo especial a una visión del mundo ya existente”. Cometemos un error en creer que la historia se hace con las cimas literarias de las épocas cuando se fragua mucho más con las formas cotidianas del pensamiento y sus normas puntuales. O sea: el cura de la parroquia influye mucho más que Balzac en la conducta y los juicios de esa región. La formación de la conciencia burguesa... inicia justo en el recuento de sermones, opiniones dichas entre vecinos, diálogos transmitidos en documentos personales y familiares y desde la menuda arena de las opiniones va concretando su edificio histórico.
No sólo es un ejemplo de trabajo de historiador sino una templanza de las pretensiones de la grey libresca: el mundo es mundo con o sin intelectuales, y tiene ideas metafísicas y certezas morales y guías de pensamiento con y sin libros. Desde luego, no es un anti-intelectual; todo lo contrario, pero que las formas más depuradas del pensamiento sean guía y motor de las sociedades es una suposición supersticiosa e infundada: la mentalidad que surge con el burgués cambió la historia y el lugar de las personas en el mundo sin el requerimiento de sus intelectuales... Y por eso, dejar a Groethuysen en el olvido, además de un error editorial, es tirar un recurso de templanza intelectual.
AQ