Breviario del movimiento gay en México

Teatro

41 detonaciones contra la puerta de un clóset es un compendio de hechos verídicos con pinceladas de sarcasmo y una gran investigación de fondo.

La obra de Martín Acosta revela una alta necesidad de traer al presente tramos de este arduo camino. (Foto. Hector Ortega)
Alegría Martínez
Ciudad de México /

Entre teatro testimonial y ficción, las escenas comienzan y terminan a gran velocidad, como golpes de memoria intermitente, que aluden tanto al hecho del Baile de los 41, que tuvo lugar en 1901 en la colonia Tabacalera, como a algunas reuniones del Frente Homosexual de Acción Revolucionaria surgido en 1978, entre anécdotas sobre Salvador Novo, Carlos Monsiváis, Jaime Torres Bodet, Xavier Villaurrutia, Nancy Cárdenas y algunos más.

Fragmentos del recorrido histórico permeado por lucha y resistencia de la comunidad gay en México conforman 41 detonaciones contra la puerta de un clóset, escrita por Sara Pinedo y David Gaitán, un compendio de hechos verídicos con pinceladas de sarcasmo.

El montaje inicia con una canción y cuatro hombres en torno a una mesa en la que una montaña de muñecos Ken —la pareja de Barbie—, algunos con centelleantes vestidos y otros desnudos, se entrelazan entre las manos de los actores y el enjambre de piernas, brazos y cuerpos de plástico, hasta que son devueltos a su caja.

El recuento, la investigación, el hecho de plantear escénicamente el proceso que ha llevado a la comunidad gay, hoy LGBTTTIQ+, a poder ejercer solo algunos de los derechos que se les han negado sistemáticamente es un paso adelante.

La puesta en escena, con dirección de Martín Acosta, revela su alta necesidad de traer al presente tramos de este arduo camino. Sin embargo, en esta urgencia ponderó el fondo y eligió una forma que tropieza con un ritmo que la atropella sin velocidad en su progresión y en cambio requiere depurar acciones, editar escenas, pulir actuaciones, dicción y cambios súbitos de personaje.

41 detonaciones contra la puerta de un clóset es un texto que plantea la batalla política y social de la comunidad homosexual y al mismo tiempo hace un acercamiento al rompimiento individual de hombres cercados por atavismos familiares que los encadenan a una existencia de simulación sobre su preferencia sexual.

La dramaturgia de Pinedo y Gaitán integra chistes que evidencian la burla de la que ha sido objeto durante años esta comunidad, además de prejuicios, rechazo y persecución, mientras expone rencillas contra la postura del grupo de lesbianas, al que necesitaban políticamente, sin dejar de lado conflictos internos y lastres propios de una sociedad que se resistía al cambio.

El espacio escénico de Natalia Sedano, diseñadora también de un vestuario fielmente setentero, propone un ciclorama curvo, como media luna horizontal, rígido con microventanas, desde donde hablará un trasero que con su movimiento intentará constituirse en el emisor del discurso de un personaje ante el micrófono, y más tarde será la puerta que se abra a una fiesta o el marco de un predicador con aura reverberante de efectos especiales creados a la vista del espectador.

La sucesión de escenas rápidas enuncia y diluye lo que plantea, que no se alcanza a fijar, quizá por la necesidad de abarcar tanto, de poblar de personajes y situaciones que culminan, algunas, antes de crecer, a excepción de otras, como aquella en la que el actor Ricardo Rodríguez se toma el tiempo, a contracorriente, de hacer que las palabras tomen su dimensión propia, que el personaje pueda entrar en la ruta de su caída o de su arrebato, de su trampa o de su juego.



No sucede así con el resto del elenco conformado por Ramón Hernández Lara, Joshua Okamoto y Emmanuel Varela, quienes, si bien alcanzan momentos destacados, no consiguen encontrar al personaje siguiente con la rapidez que el marcaje y el texto exigen.

El recuerdo de Carta al artista adolescente, o de La secreta obscenidad de cada día, incluso de la imborrable Naturaleza muerta y Marlon Brando, dirigidas por Martín Acosta en los años noventa, cuyo discurso estético y contenido aún viven en la memoria, contrasta con estas 41 detonaciones contra la puerta de un clóset en las que si bien hay mucho qué decir, la forma requiere, incluido el falo parlante, un pulimento escénico mayor que se abra paso por vías más amplias.

​LVC

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