De ferias y bolsas

Bichos y parientes

La mecánica del capitalismo no está amenazada, pero el mercado sí; el hombre de negocios está mucho mejor parado que el pobre marchante.

'Paisaje con la caída de Ícaro', pintura de Peter Brueghel. (Foto: Wikimedia Commons)
Julio Hubard
Ciudad de México /

Todas las lenguas distinguen, señala Braudel: no es lo mismo un marchante que un hombre de negocios; un négociant que un marchande, un mercante y un negoziante, un tradesman y un merchant, el gran Kaufmann y el pequeño Krämer. Y así como no hay lengua primitiva, en tanto que toda lengua es capaz de expresar el universo entero, o no es lengua, tampoco hay mercado primitivo. El valor y las riquezas son mucho más complejos que la noción de tesoro. Se trata del dinamismo, de los intercambios materiales y simbólicos, donde la riqueza resulta del movimiento y, en muchos casos, del puro azar: la procuración de accidentes afortunados, impredecibles.

Lo han dicho autores tan distintos como Fernand Braudel y Gabriel Zaid: el mercado y el capitalismo no son lo mismo. Lo había señalado desde antes, en El progreso improductivo, pero en su Cronología del progreso, Zaid hace ver que “mercado y capitalismo son fenómenos diferentes y en buena parte opuestos… No sólo nacen en momentos distintos sino en lugares distintos de la sociedad… El capitalismo no es el mercado sino el control del mercado”. Braudel aclara: “no existe el capitalismo antes de la Revolución Industrial: ¡el capital, sí, pero el capitalismo no!”.

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Muchos gobiernos pusieron cordajes y andamios para que no muriera el mercado. Otros, como el escandaloso caso de México, eligieron preservar un capitalismo de Estado, por encima del mercado. De suyo, el capitalismo es una matriz de jerarquías y desigualdades: es la desecación del mercado por salvar los monopolios.

En Civilización material, economía y capitalismo, la segunda de sus obras magnas, Braudel abunda en las diferencias entre las ferias y la Bolsa de Valores. Las ferias convocan a ricos y pobres; hacen confluir ofertas, recursos, técnicas, inventos, modas, mestizaje culinario; aceleran la circulación de bienes y generan una dinámica compleja y multiforme. Con el tiempo, las ferias han cedido su lugar a las Bolsas, que negocian documentos y dinero financiero. Si las Bolsas son negocios de dinero y bienes; las ferias, de dinero, técnicas, objetos, modos y modas, formas y costumbres, novedades, sorpresas, son multiplicadoras de cultura. ¿Habrían los historiadores de la Edad Media y el Renacimiento comprendido a fondo sin la obra de Brueghel? Braudel insistió en poner Paisaje con la caída de Ícaro en la portada de su Civilización material.

Pero las ferias no son sólo dinámica antigua sino moderna, y quiero mostrarlo con una analogía y un puro azar. En la Exposición Universal de París, de 1889, además de las innovaciones técnicas y tecnológicas —como el sorprendente pabellón chileno, de hierro, acero y zinc, que se armaba y desarmaba, y actualmente es un museo en Santiago—, se dio, por pura serendipia, una de las innovaciones más profundas en la historia de la música. Un estudiante pobre, Claude Achille Debussy, se halló frente al modesto pabellón de Java, animado por una orquesta de gamelán (música ceremonial indonesia). Debussy quedó embrujado. Regresó varios días seguidos, sólo para escucharla. Había hallado un recurso para salir del dilema de la música diatónica, clásico entre la tonalidad y el cromatismo. Y allí da comienzo el camino de la atonalidad, que marca de raíz a la música del siglo XX. Pero la música se entiende mejor cuando la explica un músico con su instrumento: hay en YouTube una magnífica explicación de Leonard Bernstein (“Bernstein on Debussy”, son dos videos breves).

Es despectiva la mirada desde el Estado y las cimas del capitalismo: niegan, o desprecian, la capacidad humana de improvisar, adaptar, inventar y dejarse sorprender. Muchísimas empresas que hoy forman parte del gran capital comenzaron modestamente. Amazon era una librería que conseguía cosas imposibles en la calle; Facebook, una fábrica de encuentros y reencuentros; Twitter, el laconismo informativo y el aforismo ingenioso. Ahora tememos su poder de persecución, su metichismo en la privacidad de la vida y el movimiento privados.

La pandemia nos manda a encerrarnos. La mecánica del capitalismo no está amenazada, pero el mercado sí. El business man está mucho mejor parado que el pobre marchante. No podemos imaginar una feria como la de 1889, pero, ¿se pueden hacer ferias nuevas con nuevas tecnologías? ¿Propiciar encuentros azarosos, inventar entusiasmos, adquirir destrezas nuevas y nuevas técnicas? Si algo entendimos de Zaid, de Braudel, es que el mercado, en las sociedades libres, no requiere permiso.

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