Roja y luminosa es la tarde en que te recuerdo
Todos estamos enfermos, es decir todos padecemos la nostalgia, todos extrañamos a los que se fueron, les prendemos una veladora, sonreímos cuando escuchamos en nuestra cabeza sus voces, o cuando los soñamos, a veces les escribimos poemas, porque los poemas, al igual que los sueños o las veladoras, nos alumbran.
Desde 1480 con Manrique en las coplas de la muerte de su padre, se puede observar en la literatura los temas de la orfandad y el duelo. Gabriela Cantú, ante lo ido, honra la memoria paterna y superando al llanto y al silencio, pronuncia:
Los muertos huyen de las ciudades hacia las montañas
andan sobre las puntas de los pinos, entre las ramas de los arboles llorones
o descansando sobre las hojas de los sauces.
A veces van hacia las aguas saladas
y algunos los han visto caminar sobre ellas como Jesucristo.
Los muertos no quieren estar en las ciudades
pues son falsas las luces artificiales
los olores llenos de químicos
y la gente se mueve de su casa al trabajo de manera mecánica.
La intuición me dice que mi padre
Toma su siesta en la larga y gruesa rama de un pino
(“¿Dónde está mi padre?”, II, fragmento, página 28)
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Un tapiz de toda clase de flores
Textos sencillos y profundos que no buscan digerir el tiempo ni diferenciar los espacios y esto no lo buscó Gabriela (ni lo buscamos nosotros) porque en ese momento no se puede hacer otra cosa más que pensar y pensar en cómo una persona, un guía, de ahora en adelante será una metáfora incrustada en el corazón y en estos casos nos preguntamos ¿qué nos urge? Por supuesto que una rápida asimilación del hecho, un plan porque es ahí cuando nos damos cuenta de que, como dice Manrique: Partimos cuando nacemos y llegamos al tiempo en fragmentos así que cuando morimos descansamos, entonces no es absurdo preocuparnos por alguien que ya no se enterará de nada o pensar que el pájaro que se alimenta en las jacarandas es su reencarnación, entonces la energía del ausente, su recuerdo, sus frases, sus gestos nos avivan el seso y nuestro rastreo en la memoria nos convoca inspirados a escribir esas cartas que sabemos que no llegarán a su destinatario, pero los pensamientos y las ideas esos sí, porque el poeta escribe primeramente para él mismo y lo que se acomoda y se vuelve verso y no distingue a los vivos de los muertos, los hijos como los adioses son el perpetuo comienzo.
Pienso en una antorcha encendida
La poesía es un lugar para mirare desde otro ángulo, la poesía aun en estos casos de reflexión termina siendo un diálogo, este libro (Cartas que no llegan a su destinatario) acoge las inquietudes de la transformación que viene a partir no específicamente de la muerte o de la ausencia o de lo que se hereda, aunque lo que se herede sean dudas, sino de la intuición de Gabriela ante la luz que se filtra por las cortinas, la antorcha encendida es su corazón lleno de recuerdos, la antorcha encendida es la inspiradora voluntad para traducir la luz que emana su padre.
El trámite de abrir la puerta
Entender la muerte, reflexionar sobre ella, es entender la mundanidad de la existencia, aunque sea esperada, vaticinada o incluso anunciada con exactitud, la muerte siempre será algo novedoso en nuestra vida, la muerte de nuestros cercanos siempre nos llenara de inquietud, nos incomodará incluso, entonces el trámite de abrir la puerta para entrar o para salir o eso que hagamos a diario sin tener una idea de que por más rutinario que sea, por más simple, por más empírico, nos está creando experiencia o bagaje, ¿cuándo llegará nuestro último suspiro? No lo sabremos ni ahora es tiempo para averiguarlo, y como la vida es un lugar común el cual se convierte en un lugar extraordinario gracias a la poesía, que la vida siga en el entendido como bien lo entienda la autora que el ser está en la boca y con ausencias y presencias hay que seguir diciendo cosas porque la escritura tiene como único fin la vida:
Era la noche y guardé mis ojos
Sentí una vibración en mi sueño:
una voz callada, un rostro atrapado
en el centro del corazón
por donde corren la sangre y los instintos.
El rostro crecía dentro del robusto órgano,
e estiraban las membranas, los tejidos la musculatura.
El ser golpeaba, suplicaba salir de su encierro.
(“Mi ser está en la boca”, II, fragmento, página 42)
Todo sigue más o menos igual que antes pero todo se ve muy distinto
Cada poema es el tiempo exacto para una despedida, Cantú Westendarp sabe que la verdadera muerte es el olvido y escribe empeñada en que no se olvide nada de lo que a ella le provoca ese empeño sin vacilación, escribe y reescribe, escribe y re vive consciente de la firmeza de nuestras debilidades, esas que nos hacen sentirnos vivos.
AQ