Christian Duverger nació en Burdeos, Francia. Es doctor por la Universidad de la Sorbona, en París, y profesor de la cátedra de antropología social y cultural de Mesoamérica en la École des Hautes Études en Sciences Sociales.
Se cumplen cinco siglos de la Conquista de México, y a lo largo de este tiempo Hernán Cortés ha desempeñado un claro papel en el imaginario colectivo de la nación: el de villano. Sin embargo, para Christian Duverger esta apreciación no podría ser más injusta. Lejos del ambicioso y sanguinario invasor que los libros de texto han urdido, el historiador francés presenta en esta biografía en dos tomos a un humanista, un hombre de armas y de letras que vio en las tierras americanas la posibilidad, no de trasplantar una copia de la sociedad castellana, sino de inventar un mundo nuevo. Para Cortés, el mestizaje era la clave de este proyecto cultural.
Publicada por primera vez en 2005, la primera parte de esta biografía cortesiana retrata, desde luego, al conquistador fascinado por el mundo indígena, pero también al interlocutor y competidor de Carlos V, al seductor, al independentista, al empresario, al introductor de la caña de azúcar y el gusano de seda en México, al explorador que descubre California, que comercia con el Perú y que llega hasta las Filipinas.
FRAGMENTO
Los orígenes de Cortés están envueltos en cierto misterio. Nació en Medellín, Extremadura, en el corazón de la meseta ibérica, probablemente en 1485. Se desconoce la fecha exacta de su nacimiento y el aludido la omitió siempre, sin que se sepa por qué. Incluso su biógrafo oficial, el padre Francisco López de Gómara, a quien Cortés tomó como capellán y confesor al final de su vida, se conforma con proporcionar, en su Historia de la conquista de México, el año 1485. Ese laconismo de los primeros biógrafos no se rompe más que una sola vez en un texto anónimo de unas veinte hojas del que solo se conoce una copia, que data del siglo XVIII. El autor desconocido traza allí una biografía sucinta de Cortés que se detiene el 18 de febrero de 1519. Se menciona en ella que el conquistador nació en 1485, a finales del mes de julio. Tal imprecisión en la precisión no deja de ser extraña, aunque existen variantes.
La tradición franciscana de finales del siglo XVI sitúa el nacimiento de Cortés en 1483. Se cree comprender por qué: es el año del nacimiento de Lutero. En México, los franciscanos vieron en esta conjunción una especie de signo divino: ¡Cortés, el evangelizador de la Nueva España, vino a la tierra para convertir a los indios y compensar así la pérdida de batallones de cristianos volcados en la Reforma!
Desde su primer día de vida, el hombre queda atrapado por su leyenda, y su biografía se vuelve una apuesta simbólica. Si se agrega que existe en Medellín (Badajoz), en el lugar de su casa natal, una especie de estela que indica: “Aquí estuvo la habitación donde nació Hernán Cortés en 1484”, se observa que no hay dogma en la materia. Aunque uno se pueda conformar con la versión que sugirió el mismo Cortés a sus allegados, es decir, 1485, esta verdad a medias representa quizá el indicio de una voluntad de no ser más explícito.
Referencias genealógicas
Cortés fue también muy discreto respecto a su origen familiar. Con su apoyo, se impuso a la historiografía una especie de vulgata: fue el vástago de una familia de pequeños hidalgos, honorables pero pobres. De allí le vendría el gusto por el dinero —del que habría carecido— y su sed de honores y de poder sería la consecuencia de la fascinación clásica de los pequeños hidalgüelos por los grandes de España. Esta lectura, bastante difundida, tiende, se sabe bien, a presentar a Cortés como un conquistador entre los conquistadores; es decir, el producto banal, en suma, de su tiempo y de su clase social. ¿Es así?
De acuerdo con todos los documentos, Fernando Cortés de Monroy es hijo único de Martín Cortés de Monroy y de Catalina Pizarro Altamirano. Bautizado en la iglesia de San Martín en Medellín, lleva el nombre de su abuelo paterno. No es sorprendente que Fernando, Hernando y Hernán, al ser en español tres grafías de un solo y mismo nombre, se utilicen indistintamente en los textos. La historia ha conservado la forma abreviada, Hernán, pero sabemos por testimonio de Bernal Díaz del Castillo que se hacía llamar Cortés, a secas, por sus hombres y sus amigos, lo que arreglaba un problema protocolario que distaba de ser anodino. En efecto, los nobles españoles o las personas titulares de un cargo oficial tenían derecho al tratamiento de don junto a su nombre; ese don era el apócope del latín dominus, señor. Ahora bien, Cortés siempre se negó a hacerse llamar don Fernando o don Hernando, lo que varios miembros de su círculo le reprochaban. Consideraba que la esencia de la autoridad no estaba contenida en una fórmula de tratamiento ni se heredaba al nacer. Se descubre detrás de tales detalles una personalidad bien templada, con una mirada crítica sobre las costumbres propia de un analista sagaz.
Él es hidalgo, por sus dos ascendencias. “Su padre y su madre son de linaje noble”, escribe Gómara. “Las familias Cortés, Monroy, Pizarro y Altamirano son ilustres, antiguas y honradas”. Otro documento precisa que se trata de “linajes antiguos de Extremadura, cuyo origen se encuentra en la ciudad de Trujillo”. Algunos turiferarios se las ingeniaron para hacer remontar la genealogía de Cortés a un antiguo rey lombardo, Cortesio Narnes, ¡cuya familia habría emigrado a Aragón! En cambio, el dominico Bartolomé de las Casas, quien profesa una enemistad declarada hacia el conquistador de México, proporciona una versión minimalista; lo presenta como “hijo de un escudero que yo cognoscí, harto pobre y humilde, aunque cristiano viejo y dicen que hidalgo”. Fue el mismo Cortés quien facilitó a López de Gómara informaciones sobre la modesta situación económica de su familia. El cronista lo expresa con una fórmula elegante: “Tenían poca hacienda, empero mucha honra”. Durante la década de 1940, un historiador local se dedicó a estudiar la importancia de la hacienda de los Cortés en Medellín y llegó a una estimación que confirmaba la mediocridad de los ingresos familiares. Con la distancia, esta adición de fanegas de trigo y arrobas de miel, esa especulación sobre los arrendamientos cobrados (cinco mil maravedíes), esa reconstrucción a partir de reconstituciones no parece nada convincente. El método implica evaluar todo a ojo de buen cubero: el nivel de vida, el precio de las mercancías y los rendimientos. El ejercicio entonces es puramente teórico y de todas maneras no estamos seguros de contar con la totalidad de la información sobre las propiedades familiares de los Cortés. Así que no es indispensable repetir lo que se ha dicho sobre la pobreza de Hernán Cortés; se puede incluso tener una opinión radicalmente opuesta.
Vida de Hernán Cortés. La espada
Autor: Christian DuvergerEditorial: Taurus
País: México
Año: 2019
LVC