Ciencia ficción capitalista | Por Michel Nieva

Laberinto 1000

Lo curioso de las utopías tecnológicas es que no buscan solucionar las crisis de nuestro planeta sino acabar de destruirlo.

Cráneo en arroz (2020). Encáustica. (Arte: Alexis de Chaunac)
Michel Nieva
Ciudad de México /

Pareciera que el planeta asiste a una era en la que, más que nunca, el futuro se ha vuelto un asunto de extrema urgencia política. En 2009, el teórico británico Mark Fisher diagnosticó que vivimos una época de “realismo capitalista”, esto es, la nihilista sensación hegemónica de que el capitalismo es el único sistema político y económico viable, porque no se puede imaginar nada mejor ni nada peor*. Un presente perpetuo de neoliberalismo, endeudamiento y precarización laboral en el que, como vaticinaban los Sex Pistols, no hay futuro. Sin embargo, en los últimos años, la grave crisis socioambiental en curso que pone en potencial riesgo la habitabilidad total o parcial de la Tierra, suscitada tanto por el calentamiento climático como por las pandemias zoonóticas, ha renovado los discursos de CEOs y multinacionales en una nueva narrativa que aspira a imaginar un hermoso futuro que sostenga el status quo vigente y que, contra todas las previsiones, no sea apocalíptico. A este futuro yo lo llamo (en un libro que estoy escribiendo) “ciencia ficción capitalista”. Es decir, la apropiación por parte del capitalismo tecnológico de conceptos y estéticas de ciencia ficción. Porque si alguna vez se dijo que era más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo, las corporaciones ya desarrollaron ese capitalismo que sobrevivirá al fin. Y sus multimillonarios CEOs nos hacen creer que, si también queremos sobrevivir, debemos adquirir estos productos, porque solo ellos nos salvarán (o al menos a quien cuente con suficiente dinero pueda comprarlos).

Esta “ciencia ficción capitalista” se aprecia en un rápido repaso por las recientes tendencias de los gurúes de Silicon Valley. En octubre de 2021, Mark Zuckerberg, tras rebautizar su emporio tecnológico bajo el nombre “Meta Platforms”, manifestó su deseo de convertir en un futuro cercano a Facebook, Instagram y WhatsApp en una plataforma de realidad virtual a la que llamó “metaverso”. La noticia resonó fuertemente en la opinión pública por varios motivos, y quizá uno de los menos comentados fue que Zuckerberg y su equipo habían robado el concepto de Snow Crash, una novela de ciencia ficción de Neal Stephenson, en la que también se inspiró la plataforma SecondLife, y que popularizó el término de origen sánscrito “avatar”.

Otro ejemplo resonante es SpaceX, la compañía espacial de Elon Musk. En mayo de 2020, se convirtió en la primera organización privada en enviar un vuelo tripulado al espacio, la misión Crew Dragon Demo-2. Quien haya visto las fotos de los dos astronautas comandando los controles de la aeronave, habrá notado la inmaculada estética de sus trajes y del interior del vehículo, que evocaban más el lenguaje visual de 2001: Odisea del espacio, Interstellar o Armaggedon que de los funcionales trajes abombados de pasadas misiones de la NASA. En efecto, un vestuarista de Hollywood, José Fernández, quien confecciona los cascos de Daft Punk, el vestuario de El planeta de los simios y las películas de Marvel, fue el encargado de diseñar la estética de la misión y de todos los productos de SpaceX. No es casual esta cuidada estetización hiperfetichizada y cinematográfica de la marca, si tenemos en cuenta que uno de los máximos objetivos a corto plazo de SpaceX es volver asequible y redituable la industria del turismo espacial, que claramente se hace más atractiva para el cliente con una sugerente estética hollywoodense de ciencia ficción. La misión a largo plazo de SpaceX, declara la página web de la empresa, es “hacer de la humanidad una especie interplanetaria”, con el fin de salvarla de la potencial inhabitabilidad de la Tierra, y cuyo primer paso es colonizar y terraformar Marte. Musk afirmó que su compañía “lograría enviar el primer humano a Marte para 2029” con la esperanza de “construir mil naves interplanetarias en los próximos 10 años” y así conquistar el primer paso de una civilización interplanetaria. Dice Elon Musk en una famosa frase inspiracional citada en los textos institucionales de SpaceX: "Cualquiera quiere despertarse por la mañana y pensar que el futuro será grandioso: y eso es de lo que se trata ser una civilización que viaja por el espacio. Es creer en el futuro y es pensar que el futuro será mejor que el pasado. Y no puedo imaginar nada más excitante que salir allá afuera y estar entre las estrellas".

Es decir que, mientras el capital condena a lxs trabajadorxs del mundo a un presente perpetuo de inestabilidad, incertidumbre y endeudamiento, son los multimillonarios los únicos capaces de imaginar un hermoso futuro interplanetario. Porque serán los únicos capaces de disfrutarlo, ya que un pasaje al espacio cuesta, actualmente, nada más y nada menos que 450 mil dólares. Y lo curioso de este futuro hipertecnológico es que no busca solucionar las graves crisis de nuestro planeta, sino que aspira a terminar de destruir este para que los multimillonarios se transformen en ciudadanos de Marte, y se saquen selfies en la gentrificada superficie marciana mientras la Tierra se prende fuego. Porque este futuro capitalista se edifica sobre una irresoluble aporía: que el mismo capitalismo puede solucionar con más capitalismo las mismas crisis que el propio sistema provocó, y puede colonizar otros planetas con las mismas tecnologías que destruyeron a este.

En una alocución reciente, el antropólogo brasilero Viveiros de Castro sentenció que las comunidades indígenas ya habían vivido el fin del mundo, porque la Conquista de América, tanto por el exterminio y saqueo sistemático como por la introducción de enfermedades desconocidas en el continente, había terminado para siempre con formas de vida propias de las culturas amerindias. Por eso, cuando la pandemia de covid-19 comenzó, y al mismo tiempo los incendios devastaban de manera irreversible el Amazonas y otros bosques del planeta, este antropólogo afirmó que el único archivo para entender un mundo que sentíamos a punto de perecer era el de dichas comunidades. Quizá, entonces, un futuro divergente al que imaginan los gurúes de Silicon Valley y que incluya a las mayorías sea aprendiendo de las formas no destructivas ni extractivas de habitar que caracterizaron desde tiempos inmemoriales a las comunidades amerindias, y que definen y valoran a los cuerpos por pertenecer a la Tierra en lugar de ser propietarios de esta.


Fisher, Mark. Capitalist Realism: Is There No Alternative?. Zero Books, p. 2.

Michel Nieva.

(Buenos Aires, 1988)

Premio O. Henry de Ficción Corta 2022. Profesor en la Universidad de Nueva York. Autor de '¿Sueñan los gauchoides con ñandúes eléctricos', entre otros libros.

AQ

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