Ciencia ficticia

Bichos y parientes | Nuestros columnistas

La primera representación de un hoyo negro está hecha de millones de datos visuales ficticios; es una imagen verdadera, pero no sabemos qué tan real.

Simulación de un agujero negro. (NASA)
Julio Hubard
Ciudad de México /

La verdad es un orden de símbolos; la realidad, un estado de cosas, o hechos. La ciencia primero fue perfectamente descriptiva. Por eso, el esclavo de Menón pudo reconstruir el teorema de Pitágoras por sí solo y con las preguntas de Sócrates. Todos los números eran construibles: con una regla y un compás, cualquiera puede entender matemáticas y geometría. De ahí, Platón concluye que el alma no solo es inmortal sino que sabe todas las cosas y, más que aprender, recuerda, se deshace de su olvido. Lo sencillo era la ciencia; lo arduo, proponer la inmortalidad del alma.

En rasgos toscos, el Renacimiento trajo, además de traducciones asequibles de Platón, una nueva relación con el conocimiento y las ciencias: la experimentación como recurso doble: descubrir y demostrar. El alma seguía siendo eterna, pero ya no sabía todo; tenía que aprender arrancándole el conocimiento a las cosas y mostrándolo a otros.

La Humani corporis fabrica, de Vesalio, tiene una portada narcisista y genial: él mismo, diseccionando un cuerpo humano, en el centro de un anfiteatro repleto. Hasta el siglo XVII, las disecciones fueron una suerte de espectáculo público que llegó a rivalizar con el teatro.

Galileo y la Academia de los Linces popularizan unos telescopios rudimentarios. Las muestras y demostraciones científicas se vuelven parte de la vida pública y, el conocimiento, espectáculo. Rembrandt pinta la lección de anatomía del Dr. Tulp; la geometría de Descartes recurre a los mismos cortes y demostraciones. El mundo se acostumbró a concebir el conocimiento como asunto visible. La evidencia, lo puesto ante los ojos, es la prueba directa; las matemáticas o la lógica, indirectas.

Newton y Leibniz inventan el cálculo, que puede producir un tipo de conocimiento verdadero incluso sin objetos directos que mostrar en el mundo. A partir de ahí, la inteligencia se adelanta a la realidad: la predice.

Mendeléyev deja escaques vacíos en la tabla periódica de elementos: que nadie hubiera hallado un elemento era un accidente; la existencia de ese elemento, necesaria. La tabla se fue poblando y desde 1937 incluye al tecnecio, que solo se produce artificialmente... Matemáticas que producen datos; verdades que pueden ser intangibles y no depender de objetos: podemos tener datos reales acerca de cosas que nadie ha visto. Los circuitos electrónicos se calculan con números imaginarios.

Goethe, por ejemplo, había descubierto el os intermaxillare, o “hueso de Goethe”. ¿Cuántos maxilares pudo haber visto directamente? Unos pocos, pero tenía acceso a cientos de dibujos, y dedujo que un mamífero, el Homo sapiens, debía tener las mismas estructuras y elementos de los demás. Es una deducción narrativa. Poco después comienza la literatura policiaca: perseguir sospechas y hallar verdades. Desde un orden específico de objetos hay que dar con la verdad, que es narrativa.

Pero en 2017 apareció por todos lados la formidable imagen de un agujero negro. La primera. El azoro y el asombro. Las revistas de divulgación científica alzaron banderas para celebrar la imagen y los ignorantes supusimos que se trataba de una fotografía. Ni un electrón ni un Hoyo Negro pueden ser vistos con los ojos ni con herramientas directas. (Lo mismo sucede con las operaciones de Blockchain, la nanotecnología.) Son millones de imágenes. Los telescopios de México, Chile, Arizona, Hawaii, Francia, España y el Polo Sur, por sus datos reunidos y recombinados, construyen un súper telescopio computacional: el Event Horizon Telescope... cuyo funcionamiento responde a la idea de una verdad indubitable, pero imposible de abordar con la sola mente humana. De la galaxia M87, a una distancia de 55 millones de años luz, y en cuyo centro hay un gran Hoyo Negro, se han obtenido unos pocos millones de imágenes. Indicios, entre mucho ruido. Lo emocionante es esa convergencia en la generación de dos verdades sin realidad mostrable todavía: una narración que explica el fenómeno, y un montón de datos que no habían podido generar una imagen. La doctora Katie Bouman ha contado la historia de esa imagen, que resulta tan conjetural como verdadera.

No es a medias invento y a medias descripción sino algo más allá: son imágenes ficticias, pero verdaderas. Como un personaje de Dostoievski o de Flaubert: un ser inventado, cuya consistencia es su invención, no su descripción. Existe, como la eterna alma del esclavo de Menón. Es una imagen verdadera, pero no sabemos qué tan real.

La primera imagen conocida de un agujero negro supermasivo.

AQ

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