Escribo desde otra parte del mundo, desde otra época y otra era. Desde una casa grande a orillas de Long Island, lejos de mi Italia y de Roma, donde nací y crecí, con mi maleta de historias que no solo me pertenece a mí; aquí estoy otra vez para iniciar una nueva aventura, con una colección de álbumes ilustrados y libros de artista para niños que provienen de Italia y que es fruto de una selección basada en premios y menciones. Vine aquí para trabajar en un proyecto de educación para la lectura en lengua italiana, pero los primeros rayos de sol que se reflejan en los capullos florecientes distraen por un momento mi atención: ¡es primavera! Aterricé en Nueva York bajo un cielo de nieve, pero ya en este momento aparecen en las ventanas pequeños huevos de chocolate y adornos de Pascua junto a los primeros botones que florecen en los árboles de durazno y cereza.
¿Qué hago aquí en los Estados Unidos, en el estado de Nueva York, a una hora de la ciudad, en una reserva natural de Long Island?
Inmediatamente después de la sexagésima edición de la Bologna Children's Book Fair desembarqué del otro lado del océano para llevar a cabo un tour de lecturas en voz alta y en lengua italiana en la que participan varios consulados italianos en los Estados Unidos y diferentes escuelas que cuentan con programas de lengua italiana. Me encuentro en una casa con piso de madera oscura y con decoraciones de colores sobre los muros blancos, gruesas paredes llenas de libros y un sofá rosa con botones amarillos, turquesa y naranja. Permanezco junto a una chimenea en una silla mecedora enfrente de grandes ventanales que dan hacia un bosque que de noche se llena de ciervos, estrellas, sueños: gracias a la hospitalidad de la profesora Polezzi del Center for Italian Studies de la Story Brook University, estoy aquí para escribir nuevos proyectos y para coleccionar historias para leer.
Todo esto representa apenas el último paso de mi enésimo viaje fuera de Italia. Después de haber estado encerrada en el balcón de casa por meses durante el confinamiento, después de haber vuelto a abrir mi librería y haber regresado a las calles a contar historias, reanudé también el sobrevolar los cielos del mundo y a sobrepasar los límites. Si hay una cosa que este confinamiento pandémico evidenció es mi urgencia de “ir más allá de los límites”.
“Don't cross the line”, se lee frecuentemente en los asientos de los trenes, frase implícita de muchas conversaciones, límite impuesto por las convenciones sociales, por las reglas de los sistemas de poder, pero para nosotros los artistas esto representa una invitación a sobrepasar el vado hacia otro sitio que hay que imaginar y que nos observa como protagonistas.
Mi aventura en los Estados Unidos nació el 8 de noviembre de 2021, con el primer vuelo después de la suspensión del travel ban que mantuvo alejados a nuestros dos continentes por casi dos años. Partí con cuatro maletas más grandes que yo llenas de decenas de álbumes ilustrados italianos, en el primer vuelo que reanudaba las conexiones entre nuestras culturas después del apogeo de la pandemia. Me dirigí hacia la comunidad italoamericana de Nueva York, decidida a abrazar a los pequeñitos italoamericanos que se habían quedado bloqueados en los Estados Unidos, alejados de sus raíces italianas por más de 19 meses, tenía el sueño de llevar conmigo el sonido y el sentimiento de mi lengua materna.
El consulado italiano de Nueva York, el organismo In Italiano Bilinguismo y el Ministerio de Relaciones Exteriores apoyaron mi trashumancia de historias italianas, mis lecturas, mi arte, mi historia personal, apoyaron ese primer viaje hacia lo desconocido, aún en plena pandemia, cuando se comenzaba a salir con el fantasma de poderse contagiar y perder la vida.
Un día podré contar a mis nietos esto sin decir una mentira: el 8 de noviembre de 2021 arriesgué la vida para poder llevar el sonido de mi lengua materna a los niños que durante 18 meses se habían quedado sin ella en la otra parte del mundo. Leer en línea no es la misma cosa: esta pandemia ha separado las voces de la tradición, los abuelos, de las voces del futuro, los nietos, quitándonos el tiempo del compartir y del contar, quitándonos no solo los abrazos, sino también el gusto por estar juntos.
Y entonces aquí estoy, casi dos años después, con mis maletas narradoras, en este nomadismo que cada año en otoño y en primavera me ve partir con las mejores producciones editoriales italianas dirigidas a la infancia, para ir allí donde me llaman, sin importar qué tan distante esté el punto en el que un niño me espera. Hablo italiano, aprendo el inglés y otras lenguas, que se confunden cuando entro a un salón de clases en un país multicultural y contradictorio como los Estados Unidos. No siempre es fácil decidir qué poner en la maleta: aquí no se trata de un vestido o de un par de zapatos. Se trata de elegir qué contar al entrar a las escuelas públicas de otro Estado, escuelas en las que es estrictamente controlado cada cosa que entra y sale. Lo que es adecuado para un niño de Italia no siempre es conveniente en otro país, y en consecuencia mi ingenua idea de llevar las mejores historias italianas en la maleta se convierte en un reto mucho más complejo y articulado, posible solo poniéndose a la escucha de las comunidades educadoras del país de destino y de las instituciones italianas en el extranjero. Para lograr elegir 100 álbumes ilustrados italianos, paso mi tiempo en Italia escribiendo y reuniéndome con decenas de editores para niños, consultando sus catálogos, pero sobre todo hojeando páginas, leyendo textos e imágenes, imaginando qué reacción podría provocar en los niños italoamericanos, y en los que se acercan por primera vez a la lengua italiana por curiosidad o incluso por casualidad. La lista de los títulos seleccionados debe ser presentada a la Oficina Escolar del Consulado Italiano de Nueva York y a la institución acreditada que funge como intermediaria con las escuelas. Antes de llegar a los niños, la selección de historias es sometida a evaluación por parte de la dirigencia escolar y de los docentes estadunidenses. Por último, también los padres de los alumnos deben ser informados frecuentemente. Hasta el día de hoy siempre he tenido la libertad de elegir los libros para leer y en muy pocas ocasiones se han considerado inadecuados. Sin embargo, en un contexto en el que el uso de las armas ha creado tantos incidentes, problemas y masacres en las escuelas, la figura del cazador con el fusil en mano en algunas ilustraciones de Caperucita Roja ha provocado perplejidad en algunos docentes y por ello se me ha sugerido cambiar la figura del cazador por la del guardabosques, desarmado: en este nuevo cuento el guardabosques es capaz de sacar a Caperucita Roja y a la abuela de la panza del lobo poniéndolo con la cabeza hacia abajo sin usar las tijeras, como en la versión original de los hermanos Grimm, en una adaptación soft más adecuada al contexto en el que se presenta el cuento.
Como casi todo cuento, Caperucita Roja nace de una tradición oral que se pierde en la noche de los tiempos y se atribuye a los ritos iniciáticos que involucran a los jóvenes en las comunidades de los pueblos, cuando no existían todavía las ciudades. Ese, como muchos otros cuentos, recuerda el paso de la infancia a la vida adulta, con la presencia en el bosque de fuerzas oscuras que ponen a prueba el valor y la habilidad de los futuros jóvenes adultos. Estos cuentos, en un pasado remoto en el que el mundo no estaba tan interconectado, se vuelven portadores de valores y enseñanzas útiles para la sobrevivencia de la misma comunidad. Los mismos cuentos no son narrados de la misma forma en otras partes del mundo: cada país adapta peligrosamente a sus propios valores actuales algunos pasajes, sobre todo los más cruentos y espectrales, pedagógicamente considerados capaces de impresionar y perjudicar la feliz visión del mundo que se cree que protege a la infancia. A los niños, por el contrario, les gustan las pruebas, por más duras que puedan parecer, se examinan en esos pasajes sanguinarios que recuerdan los cambios que están experimentando, el dolor y la pérdida de partes de sí mismos que al crecer están obligados a dejar en el campo. El crecimiento no es un proceso inmune a los sufrimientos: es un camino lleno de obstáculos. Crecer es un poco como morir: muere la infancia y nace la edad adulta. Uno se sumerge en el agua también en el bautismo, el primer rito iniciático de nuestra historia personal. Se sumerge el neonato y resurge el niño, con un ajuar de signos supersticiosos que exorcizan el miedo a la muerte e interviene la bendición de la comunidad que trae a la vida.
Me gusta narrar los cuentos con sus pasajes originales usando álbumes ilustrados artísticos y que son capaces de mantener toda la fuerza de los significados simbólicos y los arquetipos que los acompañan, pero también y principalmente el misterio, y ese sentido de lo desconocido que atesora cada cuento. Me gustan las diferentes estratificaciones de sentido presentes en los cuentos y esos significados profundos que se manifiestan de repente como relámpagos de luz imprevista en las ilustraciones. El mal y todas las formas que el mal logra asumir en estas historias representan arquetípicamente todas las fuerzas oscuras que se asoman en cada uno de nosotros en los límites de la infancia y la edad adulta e incluso más allá, fuerzas indomables que aprendemos a conocer y a domesticar, fuerzas ocultas en la maleza de nuestro inconsciente que no podemos ignorar por mucho tiempo.
El arte ayuda a representar las figuras arquetípicas que son protagonistas en los cuentos, de forma no demasiado definida y detallada, dejando a la interpretación y a la lectura compartida la tarea de atribuir significados o sencillamente la de buscarlos, cuestionándose para que cada uno pueda llevar a cabo su rito iniciático. Mis maletas transportan principalmente libros ilustrados pues los textos son esenciales y poéticos, están inmersos dentro de figuras gigantescas pobladas de extrañas formas y creaturas. No existe un solo tipo de lectura, los diferentes lenguajes dialogan entre sí devolviendo toda la complejidad del cuento y de sus figuras arquetípicas. La lectura no siempre es tranquilizadora, no quiere serlo: es más bien una experiencia iniciática compartida en la cual uno se puede reconocer y dentro de ella poder experimentar lo diverso y el más allá. Tranquilizador es en cambio el marco en el que se mueve la lectura, en el ritual repetido del inicio y del final, que coinciden con la apertura y el final del libro. Pase lo que pase puede ser cerrada y puesta en el librero, pudiendo discutir sobre ella, hablar en un discurso colectivo que ahuyenta los miedos y revela secretos. La hora de la lectura se convierte entonces en el tiempo y el espacio donde todo es posible, en un recorrido imaginativo en el que el lector se vuelve el protagonista.
Me encuentro ahora en Long Island, a pocos minutos del campus de la Stony Brook University porque el enfoque artístico en el estudio de la lengua italiana ha sido reconocido como un ámbito de investigación y es así como nació una planificación dirigida a la Investigación-Acción, a documentar la eficacia de este trabajo en grupos con programas de lengua italiana. El docente se convierte en lector, facilitador de un diálogo entre texto e imágenes, entre los lenguajes del álbum ilustrado y sus contenidos, de un debate abierto entre estudiantes que tiene como objetivo la participación emotiva y la lectura crítica.
El enfoque emotivo de una lengua siempre es muy eficaz: si te emocionas aprendes mejor, es más fácil memorizar nuevos vocablos, adquirir competencias gramaticales. El lobo es el miedo a no tener éxito, la tentación al atajo, la sensación voraz que se traga a cada uno de nosotros cuando queremos masticar rápidamente palabras y costumbres, sin darnos cuenta de que debemos quedarnos por más tiempo en el sótano oscuro de un vientre vacío, alejados de toda certeza, para después poder ver ese sótano desgarrado a la mitad, y volver a la luz, renacer a una nueva vida y a una nueva lengua. No por nada en Italia los cuentos terminan con “Y vivieron todos felices y contentos… y nosotros con la lengua entre los dientes”. No importa de qué lengua se trate, es bueno no dejarla callar.
Traducción: Verónica Nájera
AQ