Contra el liberalismo iliberal

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La búsqueda del poder es contraria a la idea de liberalismo, el cual, sea de la corriente que sea, no pretende anular al otro y está dispuesto a escucharlo.

Una sociedad liberal, republicana y democrática no debe perder de vista a su enemigo: el poder. (Pixabay)
Julio Hubard
Ciudad de México /

Desde que apareció esa cosa llamada “democracia iliberal” hay bobos que confunden taxones y acaban afirmando que hay peces con pelos y conejos con escamas. México vio décadas de algo parecido, hasta la incipiente democracia que tuvimos antes de que la tendencia autocrática se arrogara la etiqueta de “liberal”, y en este lustro generó un disparate: un “liberalismo iliberal”. Pero el asunto no es ya el análisis de ideas más o menos complicadas sino la mera transmisión de un esquema muy simplificado para rehuir las pegajosas confusiones. Porque, como dijo Giovanni Sartori: “las democracias carecen de viabilidad si sus ciudadanos no las comprenden”.

Y es que el liberalismo ha recibido definiciones de todo tipo: económicas, jurídicas, políticas, morales, antropológicas… Ninguna sobra, pero ninguna acierta. Entre esas definiciones se deja ver un rango y no un objeto. Y es por una diferencia visible respecto de los movimientos y afiliaciones políticas que nacen y quedan amarradas al tronco central de una ideología. Y es que el liberalismo no es una ideología – lo cual no significa que los liberales carezcan de ideología sino, precisamente, que casi cualquier ideología puede caber en el rango de un liberal, pero no del liberalismo que, de hecho, carece de ideario. Todo es ad libitum: liberales hay de izquierda, derecha, progresistas, conservadores, estatistas, anarquistas. Liberal es todo aquel que entiende la necesidad de que su detestable enemigo siga siendo siempre un interlocutor. Puede ser de izquierda y creer que el Estado es el sujeto y el individuo un predicado, o puede ser lo contrario y concebir al Estado como un contrato entre individuos cuyos derechos son anteriores a las cosas públicas. La discusión no tiene final. Son nociones complementarias y se camina con los dos pies: adelanta uno, luego el otro. Único rasgo en común: la certeza de que el poder debe ser limitado.

Cualquier poder, desde el Estado hasta el que pudieran ejercer las mayorías sobre las minorías, o viceversa. El poder sin límites no es lugar para humanos. Hay que partirlo en pedazos: los poderes. En tres, dice la mitología: ejecutivo, legislativo, judicial. Independientes. Es el segundo término: cuando el poder se ha dividido así, lo llamamos República. Y entonces podemos hablar de política; es decir, el lugar plural en el que los ciudadanos tienen libre voz y mecanismos de influencia. En sentido estricto, el poder es enemigo de la política: el poder existe sometiendo o anulando al otro; la política exige que ese otro no sólo exista, sino que su oposición me obligue a responder racionalmente y mejor que él, o conceder. La política puede existir solamente cuando la sociedad logra meter a la bestia del poder en un chiquero.

Pero el poder se mantiene siempre feroz y homicida. Incluso dividido conserva su capacidad de generarnos daño severo. Hay que pulverizarlo y distribuirlo en tantas partes electoras como ciudadanos. Y eso es democracia.

Una sociedad liberal, republicana y democrática no debe perder de vista a su enemigo: el poder. Y cualquiera que esté dispuesto a romper instituciones para acumularlo en su persona traiciona los tres pasos: la limitación, la división, la distribución. Ni liberal, ni republicano, ni demócrata.

Pero la claridad está estorbada por un esquema falso que no deja de copiarse. Ni siquiera es un mapa. Y, como es falaz, genera lo contrario del conocimiento y actúa como trampa racional.

Es esa línea de abscisas, que se presenta como continua y comienza con la “extrema izquierda”, se desplaza hacia una “izquierda democrática” y luego una “derecha democrática”, para terminar en una “extrema derecha”. Es una total falsedad. Supongamos que hubiese todavía algún sentido en eso de izquierda y derecha. Lo que sigue es una confusión taxonómica que no distingue entre escamas y pelo, branquias y pulmones. En realidad, habría que cortar los extremos y figurarse dos esferas que sólo accidentalmente se tocan. Las dos partes centrales (las moderadas, o democráticas) forman el universo político, aquel que cumple con las dos exigencias: una, que el otro tenga igual voz que yo; dos, que habitemos la claridad de que el poder está limitado, dividido y distribuido. La otra esfera, con las dos partes de los extremos, de izquierda y derecha, está habitada por bestias adoradoras del poder, y no de la política. Y, por naturaleza, son enemigas del liberalismo, de la República y de la democracia.

AQ

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