Contra la tradición jurídica culta

Bichos y parientes | Nuestros columnistas

¿Es posible creer en la justicia si ningún ciudadano la comprende?

El derecho común tiene una característica: todo ciudadano puede entender cualquier caso. (Foto: The New York Public Library)
Julio Hubard
Ciudad de México /

En las últimas semanas han aparecido muchísimos comentarios acerca de la prisión preventiva oficiosa. Desde un ensayo estupendo de Gabriel Zaid, hasta opiniones sobre el mismo ensayo y sobre el absurdo del sistema penal. En artículos y por Twitter, Sergio García Ramírez, José Elías Romero Apis y José Ramón Cossío, tres encumbrados juristas y conocedores de los tres poderes, a los más altos niveles, han escrito muy críticamente sobre el tema.

El sistema jurídico mexicano es tan intrincado que el Fondo de Cultura Económica tuvo que publicar un libro de John Henry Merryman, un notable jurista estadounidense, concebido para allanar las infinitas complejidades con que topan y se abruman los abogados de los Estados Unidos, Canadá o Gran Bretaña, cuando se ven frente a los requerimientos legales y procesales de muchos países que pertenecen a la esfera de, como su título: La tradición jurídica romano-canónica. Distingue varios sistemas jurídicos, pero se concentra en dos: el que ellos llaman common law, “derecho común” (¿mejor llamarlo “consuetudinario”?); y el “derecho civil”, como el de algunos países europeos, México y América Latina. Junta y analiza varios elementos: el derecho civil romano, el canónico, el mercantil, las revoluciones, la ciencia jurídica, y explica cada cosa con claridad. Un mapa para extranjeros, pero muy útil porque nosotros somos fuereños en nuestro propio sistema jurídico: “resulta interesante el hecho que [los abogados de “derecho civil”] piensen que su sistema legal es superior al nuestro. Esa actitud ha pasado a formar parte de la tradición del derecho civil. Así, un abogado de un país relativamente subdesarrollado de Centroamérica puede estar convencido de que su sistema legal es claramente superior al de los Estados Unidos o Canadá... Reconocerá nuestro desarrollo económico mayor, y quizá envidiará nuestro nivel de vida. Pero se consolará pensando que nuestro sistema legal está subdesarrollado, y que los abogados del derecho común son personas relativamente incultas”.

Con esto, que es verdad, uno comienza a confundir risa con llanto. Porque si algo queda claro es la inacabable literatura que viene del derecho consuetudinario, bastante simple: un reo presente, la parte acusadora, la parte defensora, un jurado y un juez. Con eso tienen los incultos para llevar a cabo lo que llaman justicia. Su tradición comienza en Esquilo (Las euménides), el juicio de Sócrates y halla su sátira en varios lugares de Aristófanes. Podemos seguir a lo largo de la historia literaria, casi siempre en el género dramático, hasta los programas de televisión y reality shows. Una tradición que va de lo más alto a lo populachero. Pero tiene una característica: todo ciudadano puede entender cualquier caso. Y no sólo ellos. Nosotros, bajo la roca del “derecho civil”, podemos perfectamente entender lo que sucedió con O.J. Simpson, los hermanos Menéndez, los policías asesinos de George Floyd. En cambio, ¿alguien entiende qué sucedió con Florence Cassez, con Rosario Robles, o el caso de García Rodríguez y Reyes Aplízar, que estuvo hace poco en la Corte Interamericana de Derechos Humanos? ¿Es posible creer en la justicia si ningún ciudadano la comprende?

Cualquier expediente, en un santiamén, alcanza los cientos de miles de páginas. Un lector asiduo, para solamente leer un expediente de los más sencillos, pasará tres años enteros de su vida. A eso, añadamos la repugnante prosa del “legalés” (una germanía de la lengua española) y el resultado es... lo que tenemos.

Ya luego, uno se da cuenta de que no existe más que una sola obra que reproduce el sistema de justicia que tanto enorgullece a los letrados y juristas de nuestra tradición. Sí: El proceso, de Franz Kafka. Y el emblema perfecto de la Justicia aparece en el cuadro de aquel pintor: “tengo que pintarla así por encargo; en realidad es la Justicia y la diosa de la Victoria al mismo tiempo”. A Joseph K. le “parecía totalmente la diosa de la Caza”.

Resulta notable que, en la lengua inglesa, productora de derecho consuetudinario, hasta el título de Kafka se vuelve imposible: The Trial: “El juicio”. Desde ahí ya van por fuera: precisamente lo que nunca sucede es eso: el juicio, mucho menos la sentencia. Es un proceso, pero eso no tiene que ver con la justicia ni con la ley. Es un universo autónomo, con reglas propias, pero nunca enunciadas. La gastada broma de que Kafka, en México, sería costumbrista, se queda ingenua.

AQ

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