Corridas de toros: prohibido prohibir

Doble filo

Entre la nostalgia y el fastidio, este recuento aboga por la preservación de lo que García Lorca definió el siglo pasado como “la fiesta más culta del mundo”.

Pedrito de Portugal en la Plaza México, 1996. (Fototeca Milenio)
Fernando Figueroa
Ciudad de México /

En 1936, dos meses antes de morir, Federico García Lorca declaró al diario madrileño El Sol: “Los toros son la fiesta más culta del mundo. El único sitio a donde se va con la seguridad de ver la muerte rodeada de la más deslumbradora belleza”. Sin embargo, en el siglo XXI las corridas son vistas con repudio. ¿Qué sucedió para que el toreo dejara de ser una expresión artística hasta convertirse en un acto políticamente incorrecto?

En una de sus charlas con el crítico de arte David Sylvester, el pintor irlandés Francis Bacon comentó: “La gente come carne y luego se queja de las corridas”. Imbuido por la obra taurina de Picasso y las tesis de Michel Leiris sobre la fiesta brava, Bacon presenció faenas y plasmó en algunos cuadros su singular visión acerca del tema. Por cierto, murió en Madrid.

El escritor Fernando Savater es fanático de las carreras de caballos y “aficionado eventual” de las corridas de toros. En 2019 le dijo al diario El País que estaba preocupado porque había dos corrientes animalistas, una en Inglaterra y otra en España, que se oponen a las competencias de caballos pura sangre y a la fiesta brava, respectivamente. Acerca de las corridas, resumió su defensa con esta frase: “No es lo mismo crudeza que crueldad”.

En 2011, el actor Arturo Beristáin me dijo: “Vengo de una generación en la que estaba prohibido prohibir: no quieres ir a los toros, no vayas, pero no intentes impedir que otros lo hagan. Cuando 40 mil corazones repiten al mismo tiempo un mantra como el ¡olé!, se provoca que la sangre de todos circule a cierta velocidad y se produce la catarsis, que a veces también se logra en el teatro. Y cuando hay catarsis, el mundo entra en armonía”.

Del supermercado a las verónicas de alhelí

La globalización ha traído consigo uniformidad en el consumo, desde la comida hasta la diversión. Lo de hoy es la fast food, el cine de Hollywood y el futbol soccer con todo y su plaga de jilgueros.

El proceso de industrialización colocó en el aséptico supermercado las carnes frescas y embutidos al alcance de consumidores que no desean saber en qué condiciones crecieron y murieron esos animales, mientras que las reses bravas mueren públicamente.

A diferencia del ganado de engorda, los toros de lidia viven cinco años en dehesas donde, según García Lorca, “los erales sueñan verónicas de alhelí”, y que son modelo de conservación ecológica. En 2020, la Consejería de Medio Ambiente de la Comunidad de Madrid destinó 4.5 millones de euros como ayuda a ganaderos de toros bravos, afectados por cancelaciones de corridas debido a la pandemia.

El francés Francis Wolff, autor de Filosofía de las corridas de toros, le dijo al diario digital El Español que “la identificación con el toro de lidia no debe darse sólo al final de su vida sino desde el comienzo”, y que “el torero no es un torturador porque ningún torturador arriesga su propia vida”. Algo más: “Uno de los motivos por los que se está perdiendo la tauromaquia es que hoy la cultura es más higiénica que transgresora”.

De la Monumental de Barcelona a la Plaza México

En un acto con evidentes tintes políticos, el parlamento de Cataluña prohibió las (muy españolas) corridas de toros a partir del 1 de enero de 2011, acabando así con una tradición que se remonta al siglo XV.

En nuestro país hay cuatro estados donde no pueden celebrarse festejos taurinos: Sonora, Guerrero, Coahuila y Quintana Roo. La alcaldía Benito Juárez de la Ciudad de México se suma temporalmente a esa lista porque así lo determinó un juez federal, y la capital del país en conjunto podría hacerlo de manera definitiva si así lo dictamina el Congreso local luego de una consulta que ya se ve venir.

Si se prohíben definitivamente las corridas en la CDMX, la Plaza México cerrará sus puertas para convertirse en centro comercial y conjunto de edificios con cientos de oficinas y departamentos, como en el monstruoso caso de Mítikah en Coyoacán. Será el fin de un embudo que inauguró Manuel Rodríguez Manolete el 5 de febrero de 1946.

En 1996, cuando el coso de Insurgentes cumplió 50 años, Silverio Pérez me dijo que asistió como espectador a la inauguración para ver en el ruedo a Manolete, Luis Castro El Soldado y Luis Procuna, tarde en que el célebre torero español cortó la primera oreja en ese ruedo. En la segunda corrida, en mano a mano con Manolete, Silverio se convirtió en el primer matador en cortar un rabo ahí.

El Faraón de Texcoco sintió a la Plaza México “como un monstruo, muy distinta a la plaza de la Condesa donde toreábamos antes”.

En 1997, Eloy Cavazos me habló de su participación en el 51 aniversario: “Se hablaba mucho de que ellos eran los mejores toreros de España (Enrique Ponce y José Miguel Arroyo Joselito), y que iban a acabar con el viejito que era yo. Ese día me despedí de mi esposa y de mis hijos diciéndoles: ‘Hoy me voy a morir porque primero está mi dignidad como hombre, como torero y como mexicano’. Los dejé preocupados, pero fui el único que cortó orejas; fueron tres y salí en hombros. Fue la tarde más inolvidable de mi vida”.

Eloy también definió al aficionado de la Plaza México: “Muy apasionado, igual te grita ‘torero, torero’ que ‘ratero, ratero’; te ama y te odia en la misma tarde. Está lleno de sensibilidad, de pasión. No lo cambio por ningún otro”. Acerca de la ola antitaurina, el regiomontano dijo: “El toro de lidia nace y crece para morir peleando en el ruedo. Hay mucho más sufrimiento en el hambre de la gente”.

El más reciente ídolo de la Plaza México es Enrique Ponce, ya casi en el retiro, un esteta en cuyo toreo se sintetizan virtudes y defectos de la actual tauromaquia en nuestro país. El valenciano ha electrizado los tendidos en innumerables tardes, pero muchas veces se ha enfrentado a reses de escasa bravura, elemento esencial de la fiesta.

La antiquísima selección genética para conseguir esa bravura, casta y trapío se ha desviado hacia la búsqueda de un toro noble y repetidor en la embestida, que no transmite suficiente sensación de peligro. La mansedumbre ha provocado que se vea al animal como si fuera doméstico y que el castigo parezca antiético, como señala Eduardo Pérez Rodríguez en la Revista de estudios taurinos.

Algunos taurófilos se han referido a la opción de corridas incruentas y sin suerte suprema, como en Portugal. También hay muchas voces que exigen la prohibición total de las corridas y, por consiguiente, la extinción del toro bravo.

En el Mayo francés de 1968 la consigna principal era “prohibido prohibir”, mencionada por Arturo Beristáin. Más de medio siglo después, me parece que hace falta recordarla.

AQ

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