El 13 de febrero de 2018, el doctor Miguel León-Portilla recibió a los enviados de MILENIO en el estudio de su casa, en Coyoacán, para hablar del estreno de su obra La huída de Quetzalcóatl, dirigida por Mónica Raya. De buen humor, accedió a charlar de otros temas, entre ellos el de la muerte. El siguiente es un fragmento de esa entrevista.
- Te recomendamos León-Portilla: los inicios de una noción fundamental Laberinto
—Usted ha recibido numerosos homenajes y doctorados honoris causa, ¿existe alguno que le falte y le gustaría recibir?
Me gustaría recibir el doctorado de la Universidad de Salamanca, que cumple 800 años (fue fundada en 1218). El estatuto de nuestra Universidad —cuando era Real y Pontificia— se copió del de Salamanca. Yo he dado conferencias en ella y cerca del aula de Fray Luis de León dejé una placa que dice: “A Fray Bernardino de Sahagún, estudiante de esta universidad entre los años 1520 y mil quinientos veintitantos”. Sahagún se dedicó a comprender a los indígenas de México y nos dejó materiales enormes en náhuatl para estudiarlos.
—Los indígenas vivos han sido una preocupación constante para usted.
Yo tuve dos maestros enormes: [Ángel María] Garibay y (Manuel) Gamio. Y Gamio me decía: “No te fijes sólo en las pirámides y en los indios muertos, piensa en los indios vivos, ellos lo necesitan”.
—Lo veo como un hombre con preocupaciones sociales de izquierda.
He luchado por los indígenas. He luchado, y he escrito mucho. Recuerdo que cuando el presidente [Enrique Peña Nieto] todavía no tomaba posesión, nos invitó a cuatro o cinco personas para que habláramos [de los indígenas]. Yo le dije que en San Andrés Larráinzar se había hablado de autonomía indígena, en la cual yo creo. Se habló también de los derechos indígenas, pero los indios no pueden exigir nada porque no tienen personalidad jurídica. Como individuos sí, pero como grupo no. ¿Cómo pueden exigir la defensa de sus tierras? ¿Cómo? “Plantee usted —le dije— un proyecto de ley a las cámaras, a ver si le hacen caso y deciden [reconocerlos como pueblos originarios]”.
—¿Qué lecturas recomendaría a los jóvenes para acercarse a la historia de nuestro país?
Les diría que lean el libro de Bernardino de Sahagún Historia general de las cosas de la Nueva España, hay varias ediciones, algunas muy económicas. ¡Es maravilloso, realmente maravilloso! Les diría también que lean a Bernal Díaz del Castillo. Yo le pregunté a un especialista de Miguel de Cervantes, el profesor Francisco Rico: “Cuando lees al Quijote, ¿no te parece que lo estás viendo?” “Sí, es verdad”, me respondió. Y le dije: “A mí me pasa lo mismo con Bernal Díaz del Castillo”. Los dos eran soldados, eran gente que no tenía estudios y dejaron obras que yo veo de bulto. Eso les recomendaría: échenles una mirada. También pueden leer la biografía de Hernán Cortés, de José Luis Martínez. Es una biografía bastante objetiva. Cortés no fue ni héroe ni villano, fue como el César. Desde luego, una conquista siempre es condenable, porque busca imponerle a otro algo, pero dentro de lo que cabe, tanto el César como Cortés se cautivaban con lo que veían, y en ese sentido se entregaban al país que conquistaban. César conquista las Galias, conquista Hispania, y Cortés conquista todo el territorio de México y parte de Centroamérica.
—¿Cómo es un día en su vida, un día de trabajo?
Me levanto a las siete y media. Tomo un desayuno, más bien frugal; por ejemplo, hoy tomé un poco de atún, una taza de café con leche y una toronja. Después me baño, me visto y bajo al estudio. Mis alumnos llegan a las 10:30 —son alumnos de varios años, algunos me han seguido 30, 20, 15 años—. Tengo el Seminario de Estudios Mesoamericanos en la Anáhuac y es maravilloso, tengo que estar al día en lo que se publica porque los alumnos me preguntan y si no sé, me van a reprobar.
—Para ellos es una oportunidad extraordinaria aprender de usted.
Para mí el contacto con alumnos, con gente joven, es vital; vital porque me preguntan, porque veo cómo se interesan y les ayudo lo más que puedo.
—Usted ha sido un gran viajero, ¿lo sigue siendo?
Viajé muchísimo, cuando la gente viajaba menos. Recorrí desde la Patagonia hasta Alaska varias veces, para visitar grupos indígenas. [El presidente Adolfo] López Mateos organizó que varios profesores repitiéramos el viaje de Miguel López de Legaspi (conquistador de las Filipinas). Entonces fui a Japón, Filipinas, India, Tailandia, etcétera. Me quedé en la India mes y medio dando conferencias, recorriendo, hablando... Terminé en Indonesia. Esto fue cuando [Octavio] Paz estaba de embajador en la India. Viajé mucho por Europa. La conozco manejando, ahora ya no manejo porque tengo degeneración macular, lo que es terrible porque no puedo leer bien, pero mis alumnos, que ahora son mis maestros, me leen.
—Alguna vez le preguntaron si era ateo y usted evadió la respuesta. ¿Es ateo?
Soy agnóstico, en el sentido de que no puedo responder muchas preguntas. No sé, por ejemplo, si cuando estire la pata, estaré vivo o no [en otro mundo]. No lo sé, no veo pruebas. Puede ser que sí, puede ser que no. A veces, cuando termino de trabajar en la noche, me paro frente a un retrato que tengo de Sahagún y le digo: “¡Órale, Sahagún, aparéceteme en la noche, para que yo crea en algo!”
—¿Tampoco cree en el Mictlán?
Yo tenía un colega que vivía en esta misma calle: Juan Comas, un exiliado español. Era antropólogo y un día me dijo: “Miguel, quiero que me digas qué hay después de la muerte”. Le dije: “Mira, Juan, después de la muerte vas a llegar a una laguna, tu perro va estar esperándote, y cuando te vea va a llevarte a una cueva para encontrar el camino que mejor te convenga”. Me pregunta: “¿Y toda esta historia qué es?” “Es en lo que creían los indígenas”. “Pues yo no creo en eso”, me dice. “Entonces te voy a decir que después de la muerte están las postrimerías”. “Eso ya me lo enseñaron y tampoco lo creo”. “Entonces lo que te voy a decir ahora tienes que creerlo: después de la muerte viene lo que sigue”. “¿Y qué sigue?” “Pues lo que sigue”.
ÁSS