Don Marcelino y la prosa del conservador

Bichos y parientes | Nuestros columnistas

Parece ser que en nuestro idioma la mayor frescura e ingenio nos han tocado del lado reaccionario de la moral, la política, la religión.

Marcelino Menéndez Pelayo, crítico, escritor, filólogo e historiador español. (Wikimedia Commons)
Julio Hubard
Ciudad de México /

Hace poco elogié el libro de Stephen Greenblatt, The Swerve (El giro, en español): la historia intelectual de Poggio Bracciolini, su hallazgo del manuscrito de Lucrecio y su influencia en la historia de las ideas. En español contamos con varias traducciones. La UNAM ha publicado dos: la de René Acuña y la de Rubén Bonifaz Nuño. Con todo, sigo prefiriendo la del Abate José Marchena, la que publica Editorial Cátedra, con algunas adecuaciones de A. García Calvo. Y de pronto caigo en cuenta de que Marcelino Menéndez Pelayo escribió largamente sobre Marchena, como poeta y como traductor, en su Historia de los heterodoxos españoles (Cap. IV, III., publicada por “Sepan cuantos…”) y, en resumen, el ensayo crítico y biográfico que Don Marcelino dedica a Marchena, aunque muy diferente del de Greenblatt sobre Poggio, no es de menor importancia o calidad.

Los de lengua inglesa, con razón, se congratulan por el Doctor Johnson, extraordinario crítico, compilador, editor, pero, sobre todo, un escritor lucidísimo, con opiniones y pasiones insobornables; supo hacer de sus encomios un territorio habitable y, con sus intransigencias, dibujó una cartografía. Otros grandes críticos han seguido sus pasos y no olvidan que son su progenie: Bloom, Eagleton, Scruton, Steiner...

Bien leído, Marcelino Menéndez Pelayo no sólo no le va a la zaga a Johnson sino lo aventaja como historiador de las ideas, como competente analista filosófico, latinista, traductor políglota y con una de las mejores prosas que se hayan escrito en esta lengua. Mucho más intransigente que Johnson, en el más sorprendente modo de la intransigencia. Militante católico, fustigador de herejes (aunque su mazo de herejes y herejías es de suyo una antología antojable, una tentación irresistible y, así, hasta más rica que los panes, muchas veces ácimos de su ortodoxia: en YouTube se puede hallar la conferencia de Christopher Domínguez sobre Don Marcelino). Siempre, con una clarísima demarcación de sí mismo: puede hacer el rechazo moral de Lord Byron sin confundir su distancia moral con su aprecio intelectual y literario: “Por él había pasado la filosofía del siglo XVIII con su fanatismo y con sus iras. Habían contribuido a malearle sus desdichas domésticas, su dandismo y fatuidad incurable, todas las vanidades de raza, de clase, de ingenio, de hermosura y de fuerza corporal, juntas en su cabeza y exacerbadas por los anatemas de los necios y de los hipócritas, plaga de la sociedad inglesa. Pero en el fondo, ¡qué grandeza humana! ¡qué desprecio de lo vulgar, pequeño y mezquino!”

¿Crítica intransigente o gran elogio? Ambas. Don Marcelino sabía que las reticencias y moralidades era suyas, no del mundo, y no estaba para escatimarle su grandeza ni siquiera a lo satánico. Claro que prefería a los ateos estentóreos que a los embozados: “Marchena, ardiente e impetuoso, impaciente de toda traba, aborrecedor de los términos medios y de las restricciones mentales, indócil a todo yugo, proclamaba en alta voz lo que sentía, con toda la imprevisión y abandono de sus pocos años y con todo el ardor y vehemencia de su condición inquieta y mal regida. Decidan otros cuál es más funesta: la impiedad mansa, hipócrita y cautelosa o la antojadiza y desembozada; yo solo diré que siento mucho menos antipatía por Marchena revolucionario y jacobino, que por aquellos doctos clérigos sevillanos afrancesados primero, luego fautores del despotismo ilustrado, y a la postre, moralistas utilitarios, sin patria y sin ley, educadores de dos o tres generaciones doctrinarias”.

Cada época insiste en buscar sus novedades, sus revolucionarios y sus transformadores, sin dar registro de los conservadores, a veces anticuados y reaccionarios, que son las vértebras de la lengua. Parece que la gran prosa de la lengua española ha sido de los conservadores. Cum grano salis, y todos los mutandis pertinentes, pero la mayor frescura e ingenio nos han tocado del lado reaccionario de la moral, la política, la religión. Ahora, ¿cómo convencer a las nuevas generaciones de leer La perfecta casada sin terminar apedreado; o La hora de todos sin acabar cancelado? En el siglo XX, Ortega y Gasset, Reyes, Borges difícilmente serían tomados por revolucionarios, pero son distintas cumbres de la prosa. Por lo pronto, pese a ser regañón, rígido, duro, Marcelino Menéndez Pelayo es mucho más que sí mismo, entre otras cosas, porque supo que sus intransigencias eran suyas y nunca las impuso al mundo.

AQ

LAS MÁS VISTAS

¿Ya tienes cuenta? Inicia sesión aquí.

Crea tu cuenta ¡GRATIS! para seguir leyendo

No te cuesta nada, únete al periodismo con carácter.

Hola, todavía no has validado tu correo electrónico

Para continuar leyendo da click en continuar.