Caballo
¿Qué te da el caballo
que no puedo darte yo?
Te observo cuando estás solo
y cabalgas en el campo, detrás de la cuadra,
con tus manos hundidas
en las oscuras crines de la yegua.
Conozco entonces lo que yace detrás de tu silencio:
tu desprecio, tu odio por mí, por nuestro matrimonio.
Y aun así pides mis caricias. Lloras
como lloran las novias, pero te miro
y noto que no hay niños en tu cuerpo.
Entonces ¿qué hay en ti?
Nada, pienso. Solo la prisa
por morir antes que yo.
En un sueño te he visto cabalgar
sobre los campos arrasados. Luego
desmontas; caballo y tú caminan juntos
en la oscuridad, sin sombras.
Y yo sentía las sombras venir hacia mí
—ellas, dueñas de su albedrío por la noche,
pueden ir a cualquier parte.
Mírame. ¿Crees que no lo entiendo?
¿Qué cosa es el caballo
sino un pasaje fuera de esta vida?
El fuego
Si hubieras muerto cuando estábamos juntos
no hubiera querido nada de ti.
Ahora te pienso como si hubieras muerto, es mejor.
A menudo, en las frescas tardes de primavera
cuando, con los primeros brotes,
entra al mundo todo lo que es mortal,
encendía una fogata para los dos,
con ramas de pino y manzano.
Una y otra vez
las llamas disminuyen, arden
mientras cae la noche y podemos
vernos uno al otro con claridad.
Durante el día nos contentamos,
como antes,
con la hierba alta,
con las verdes puertas de madera y las sombras.
Y tú nunca dices
“déjame”
a los muertos no les gusta estar solos.
En el otoño de 2012, Jorge Esquinca tradujo y envió dos poemas de la Premio Nobel de Literatura 2020 a Julio Eutiquio Sarabia. Aparecieron en el número diciembre-enerode Crítica, la revista que dirigía en ese entonces. Esquinca ha revisado y corregido esas versiones y la ofrece de nuevo. Forman parte del volumen The First Four Books of Poems (HarperCollins, 1995).
ÁSS