El arte de ser regio

Reseña

En ‘Calle para siempre’, Armando Alanís Pulido nos ofrece un poemario coral en el que la Sultana del Norte está presente en todos los folios y no hay forma de leerlo sin percibir el aroma a cabrito entre poema y poema.

El poeta regiomontano Armando Alanís Pulido. (Especial)
Carlos Antonio de la Sierra
Ciudad de México /

“Sin Poesía no hay ciudad” reza la máxima de Acción Poética, el happening poético urbano que está, si se me permite decirlo, en todo el mundo. Poesía y ciudad: dos constructos correspondientes y que no se explican el uno sin el otro. La ciudad contemporánea, naturalmente, y la poesía de todos los tiempos (por extensión cuasi divina y bienandante). En esa parafernalia explosiva en la que el pavimento y el chapopote se conjugan con las palabras y los ritmos vivenciales, se encuentra la voz de Armando Alanís Pulido: un bastión poético que adoquina con versos cada paso transcurrido, cada sílaba pintada. En sus libros, Alanís Pulido, a diferencia de su magnificencia pública y patrimonial de los muros, abandona la brocha gorda y la cambia por el fino pincel de pelo de camello para convertirse en el más sorprendente y pulcro acuarelista. El grafitero que chanclea las calles ahora es el esteta que doma las imágenes para escribirlas en la hoja justa. El fresco ya no se construye en el aire abierto; ahora es en la intimidad universal a corazón adentro.

Calle para siempre (Fondo Editorial Nuevo León/ UANL, 2023) es un grito perenne: el desdoble inmortal del Munch regiomontano de las zonas prohibidas del alma que habitan el asfalto, erigen los postes de luz y colman las miradas oblicuas de fanales y puentes. Es también el susurro contenido que el poeta hace hablar en cada cuadra, en cada glorieta, en cada callejón sin salida, pero con salida. Y aunque nos lo anticipa en las primeras páginas, me niego a pensar el título como la conjunción malsana y autoritaria del verbo callar. Nadie calla, que los letreros hablan. Nadie calla que las níveas paredes, esas escritas con pintura negra y sin nombres porque la poesía es de todas y todos murmuren al oído que alguien está vivo, que alguien está viva. Lo fugitivo permanece y dura, decía Quevedo. Échale tinta al muro y sus ladrillos verán un aguante imperecedero.

Alanís Pulido nos ofrece un poemario coral que podríamos llamar también “el arte de ser regio”. Porque la Sultana del Norte está presente en todos los folios y no hay forma de leerlo sin percibir el aroma a cabrito entre poema y poema. La primera parte es angustiante. No hay agua. Asfalto y sol a plomo pero con aplomo. Y no hay agua. La sed se reduce a una forma de vida. Se hace la danza de la lluvia. Se reza por un chubasco. Es, como dice el poeta, “el toque de queda en las tuberías”, “nos falta sed de información”. Si hay una sola crítica que pudiera hacerle a Armando en ese poemario, es lo corta que resulta esta sección. Uno se queda sediento de su poesía, anhelante de la sequía verbal, deseoso del estiaje espiritual. En ese tenor, tengo la impresión de que lectoras y lectores le demandarán escribir un libro de mayor aliento y titularlo sin más y sin ironía incluida, Sed. O Sedamos, si se quiere.

Pero la calle en Alanís Pulido va más allá de un hábitat cotidiano: es una construcción de los imaginarios donde vivimos y existe una nomenclatura escondida y escindida, que nos habla, nos increpa, nos hace dudar de los nombres propios. Como las estrofas del gran maestro Manu Chao: “me llaman calle / pisando baldosa / La revoltosa y tan perdida / Me llaman calle / Calle de noche calle de día /. Y de noche y de día se mantiene el apelativo”.

Por eso, en un raudo gesto —juguetón y memorioso— se hace hablar a las calles a partir de su designio bautismal. Cristóbal, Félix, Benito, Silvestre, Francisco Ignacio conversan sobre su planicie y nombre propio. Habla, callejón, pues; ruge, paseo, miénteme, avenida. ¿Qué divinidad antediluviana decide los motes de las calles? ¿Cómo es que Zapata cruce con Carranza sin que haya un choque? Alanís Pulido, el armonioso poeta de tránsito, propicia el diálogo para evitar la colisión.

Pero también tenemos a Alfonso Reyes, el regiomontano universal que reportea sus cuadras a pie para el Solar Reynero, el entorno atribulado y oscuro de la nota roja. Reyes, el testigo insomne de lo cotidiano. Me pregunto cómo hablaría desde las calles chilangas, que las tenemos.

Seguramente dejaría de lado el rito mesiánico de la carne asada y chilanguería sin más “¡palinodia del polvo carnal!” ¡Súbale a la visión de Anáhuac, derechito sin atracos!” Y de la nota roja defeña sería el amo y señor. En esta metonimia corpórea en la que calle es el cuerpo, podríamos decir también: “¡Huyeron por Alfonso Reyes!”. Y ahí te encargo leer sus obras completas para encontrarlos.

Por último, pero no menos importante, tenemos al maestro Piporro, personaje al que solo le entienden en Monterrey, y su célebre dictum: With the money dance the dog (que en buen español se lee: “Con dinero baila el perro”), así como a Don Fray Servando Teresa de Mier quien es invitado de honor para narrar un partido entre Tigres y Rayados. Así, entre comentarios del gran Ángel Fernández, Fernando Marcos y Enrique el Perro Bermúdez, a quien se le considera un buen can (o caneee), Fray Servando da cuenta de una crónica épica del mayor antagonismo de su ciudad natal.

Calle para siempre, que incluye las excelentes y evocadoras pinturas de Fernando Villalvazo, es la voz imborrable de uno de nuestros más virtuosos y prolíficos poetas y una consideración para que consideremos que la frase “salir a la calle” no solo es parte de la afrenta caótica en la que necesitamos brincar balas, sino una condición trascendental que nos mantiene con vida, pues ahí está el conjunto de escuchas que forman nuestra comunidad.

AQ

LAS MÁS VISTAS

¿Ya tienes cuenta? Inicia sesión aquí.

Crea tu cuenta ¡GRATIS! para seguir leyendo

No te cuesta nada, únete al periodismo con carácter.

Hola, todavía no has validado tu correo electrónico

Para continuar leyendo da click en continuar.