El camino de un sueño sagrado

Desde el desierto

Los sueños del pueblo Ndé Lipán Apache no pueden ser pervertidos por la hegemonía, por eso necesita hablar de ellos, contarlos a sus cercanos. Para reconocerse y luego decidir.

"Invocación distante". (Foto: Paulina Peña Luna)
Mercedes Luna Fuentes
Ciudad de México /

El sueño es un lugar. Ahí despierta nuestra mirada al mundo íntimo. Es donde podemos sentir —uno a uno— cristales rotos bajo el cuerpo denudo y, no hay daño; donde el temor se transfigura en duda, aparece como abismo que respira. Los sueños entorpecen la linealidad del discurso conocido. No buscan la razón ni la concordancia, ese es su rasgo.

El sueño es el secreto que se produce en otro espacio/esfera: contiene la lejanía que habita. Capricho inusitado. Creación de las uñas eléctricas cerebrales. El sueño es también el oído encarnado de la contemplación, lo escuchado distante del cuerpo, o lo mirado sin “atención” viaja a ese espacio/esfera para expandirse en el sueño, y lo guarda, permanece sujeto analizándose a sí mismo, girando, bola de fuego incontrolable. Se gesta a destiempo de los sentidos; el suceso produce un efecto, no es en vano. Para luego extenderse a voluntad una noche o una tarde que nos entregamos al descanso. Puede ser también que la escucha atenta de un graznido nos conecte con aquello antes ignorado en el sueño.

Sor Juana Inés, en “Primero sueño”, entrelaza sus versos, le pertenecen a un mundo no ignorado para ella. Inicia con la luna que mira a quienes duermen: Piramidal, funesta, de la tierra/ nacida sombra/ al Cielo encaminaba/ de vanos obeliscos punta altiva/ escalar pretendiendo las Estrellas; si bien sus luces bellas/ —exentas siempre, siempre rutilantes—/ la tenebrosa guerra/ que con negros vapores le intimaba/ la vaporosa sombra fugitiva/ burlaban tan distantes,/ que su atezado ceño/ al superior convexo aún no llegaba/ del orbe de la Diosa/ que tres veces hermosa/ con tres hermosos rostros ser ostenta.

Este es el inicio del sueño de sueños de la lengua española, encabalgado y eterno.

Dos poetas escriben un poema titulándolo “El sueño”. Cada cual, en los siguientes fragmentos, expresan ángulos sutiles. Jorge Luis Borges discurre: Si el sueño fuera (como dicen) una/ tregua, un puro reposo de la mente,/¿por qué, si te despiertan bruscamente,/sientes que te han robado una fortuna? […] ¿Quién serás esta noche en el oscuro/ sueño, del otro lado de su muro? Pablo Neruda, muestra una de las corporalidades del sueño: Después/mi decisión se encontró con tu sueño,/y desde la ruptura/que nos quebraba el alma,/surgimos limpios otra vez, desnudos,/amándonos/sin sueño, sin arena,/completos y radiantes,/sellados por el fuego.

Mas el mundo de los sueños —alejado del poder— por alguna razón, en occidente, se le ha conferido a la percepción femenina. Sor Juana, inmersa en el sueño y fuera de él, lo expone como una respuesta a Góngora, diferenciada de lo físico de la soledad y su viaje. La negatividad entre ambos poemas celebra la distinción.

El sueño nos lanza ropajes distintos, cuerpos y edades contrapuestas; carece de “realidad” o fundamento. Ahí rebosan, en una nube irreal, la sonoridad de nuestros pasos bajando la escalera, de prisa, cargando entre nuestros brazos libros o personas.

Los sueños son una forma antigua del diálogo con la naturaleza, bucle de la raíz que sostiene la vida. La flor, al amanecer, es un sueño de la noche. Sin proponérselo —escapa de su bondad—, devela un secreto genuino a quien tiene los ojos ardorosos de la lejanía.

La fisionomía del sueño alejado de los cánones occidentales apenas asoma, estamos próximos a vislumbrar su efecto valiosísimo, no en el sentido comercial que vende toda cosmogonía, expropia culturas y las cuelga, vacías de mística, en cuellos frívolos o las convierte en marcas para deleite superficial.

Los sueños de los Ndé Lipán Apache, belleza protegida, guardan su sentido sagrado, no pueden ser pervertidos por la hegemonía. El pueblo Ndé los privilegia, al soñar, necesitan hablar de ellos, contarlos a sus cercanos. Para reconocerse y luego decidir. Habrá quien exprese y los comparta de forma abierta con un objetivo en particular. Es por ello por lo que, desde el año 2016, el representante Ndé Lipán Apache en Coahuila, Iván Alexandre de León Aguirre siguió el camino de un sueño sagrado que tiene que ver con México: el darle reconocimiento a su pueblo en esta tierra. Organizó reuniones, grupos, encuentros, fundó una organización, concretó el registro de su lengua y la mexicanidad de su pueblo y, hoy, continúa con la lucha para que los Ndé Lipán avancen en su visibilización y recuperación. El sueño de Iván Alexander es hoy un sueño histórico. Aun así, él sabe que es preciso seguir ganando espacios en su patria que es México. Sabe que el casi desaparecer de la historia escrita en 1884, como lo cita Thomas A. Brithen, es ya el pasado. De León Aguirre, al ser hablante de su lengua miizaa, herencia de cuna, es en sí la belleza del sueño, como todos los hablantes de su pueblo.

Los sueños, nuestros sueños, indican que dentro de nosotros tenemos un lugar. Posee distancias y encuentros y, ellos, dibujan nuestra identidad.

AQ

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