Con un intervalo de dos años, Herman Melville (1819-1891) publicó sus textos más conocidos, la maratónica Moby Dick, en 1851, y el relato Bartleby, el escribiente. Una historia de Nueva York, en 1853. Estos libros, aparentemente antagónicos, sedimentan la torrencial producción del joven Melville, el muchacho acomodado venido a menos, el desposeído aventurero que quiso fundar la épica americana a partir de su experiencia, de menos de un lustro, navegando en los mares. Ninguna de estas dos obras que, dicho sin hipérbole, transformaron la literatura moderna, tuvieron una buena recepción en su momento y vegetaron con ventas magras e incomprensión crítica. En adelante, Melville publicaría ya sólo unos pocos libros de prosa y guardaría un silencio narrativo de décadas, interrumpido por algunos libros de poesía, entre ellos el ambicioso Clarel, en torno a su viaje a Tierra Santa. Melville murió en 1891, sombrío, desencantado, casi anónimo.
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Bartleby es uno de los pocos relatos de Melville situado en un entorno urbano, lejos de los mares; sin embargo, resulta una alegoría tan monumental y enigmática como su hermana mayor Moby Dick. Es indudable el parentesco entre el fantasmal escribiente Bartleby, el rabioso capitán Ahab y el reservado escritor Melville, que contempló con mansa tristeza el fracaso de sus obras maestras.
La trama de Bartleby es archiconocida: un abogado de Nueva York decide contratar a un copista, pone un anuncio en el periódico y aparece Bartleby. Al principio cumple eficientemente su labor; sin embargo, un día se niega a una encomienda con la frase “preferiría no hacerlo” y, a partir de entonces, asume una inactividad radical y una poderosa protesta pasiva, siempre coronada por la misma frase. El impasible rebelde se instala en la oficina y el bondadoso abogado, incapaz de echarlo por la fuerza, prefiere trasladarse a otra sede. No obstante, los nuevos inquilinos se quejan de la invasión de Bartleby, lo denuncian a la policía y lo encierran. El abogado, conmovido, lo visita en la cárcel, pero Bartleby rechaza cualquier ayuda y prefiere dejarse morir de hambre. Eso es todo: la ausencia total de biografía del protagonista, su falta de lazos afectivos y su renuncia deliberada a la comunicación subvierten el “mensaje” y suponen un cambio de fondo en la vinculación del relato con el lector, pues no hay posibilidad de condolerse o identificarse con un dolor tan misterioso y profundo que no puede ser expresado.
El relato del escribiente bien podría pertenecer al género religioso porque alude a un pecado y a una gracia desconocida que aquejan al mártir Bartleby; o al género del terror, pues el escribiente sería, en realidad, un espectro que vino a hacer quién sabe qué tremenda anunciación; o a un premonitorio género costumbrista pues puede pensarse en Bartleby como un signo de que, en una yerma modernidad, la soledad radical y la mudez no constituyen una situación anómala, sino una condición natural del hombre masa.
ÁSS