Para celebrar que el Maratón de la Ciudad de México cumple cuatro décadas, el Instituto del Deporte de la capital montó una atractiva exposición con imágenes de la Fototeca de Grupo MILENIO, que puede verse sobre Paseo de la Reforma, en las rejas de Chapultepec.
Las fotos que registran los primeros años de la justa, iniciada en 1983 tienen un aire periodístico que remueve toda clase de recuerdos: desde Cuauhtémoc Cárdenas como jefe de gobierno en un templete hasta el Autódromo Hermanos Rodríguez como sitio de salida de un evento sin gran trascendencia deportiva en aquellos tiempos.
Por el contrario, las coloridas imágenes del siglo XXI muestran no solo una competencia dominada por impresionantes atletas africanos sino también una sobresaliente calidad en los instantes capturados por artistas de la lente.
Un puñado de momentos cumbre en la exposición enchina la piel de cualquier transeúnte, con mayor razón si se trata de alguien que tiene una ligera idea de lo que representa correr 42.195 kilómetros.
Varias fotografías podrían estar en museos o, al menos, enmarcadas en la sala de una casa. Destaca la composición perfecta de un grupo de corredores de élite rodeando la fuente de la Diana Cazadora. También otras imágenes de atletas en el momento justo de cruzar la meta mientras rompen la cinta que les otorga el triunfo; la marea humana recorriendo emblemáticas calles y avenidas; el desvanecimiento de una mexicana triunfadora; tres corredoras africanas y sus respectivas sombras en el interior del bosque de Chapultepec; los extravagantes corredores que nunca faltan; un papá que impulsa una carriola en la que viaja su pequeña hija; participantes discapacitados que “abofetean” la desidia de millones de sedentarios; banderas de México que ondean desde el amanecer, etcétera.
Cada imagen sintetiza una historia y mientras mayor es su calidad más profundo es lo que muestra. El próximo 27 de agosto se llevará a cabo el Maratón de la Ciudad de México y los corredores pasarán enfrente de la exposición, que seguramente verán de reojo. El público que los anime en ese tramo podrá ver al mismo tiempo la competencia en vivo y sus 40 años de historia. La muestra cierra el 31 de octubre.
Murakami percherón
Haruki Murakami, recientemente galardonado con el Premio Princesa de Asturias, es un apasionado del maratón. En De qué hablo cuando hablo de correr, el escritor japonés dice con gracia que, como corredor, no es un caballo pura sangre sino apenas un percherón.
A partir de esa premisa, el también autor de Tokio Blues se dirige no a los atletas que corren los maratones en menos de dos horas y media sino al ciudadano común que percibe la carrera como un método de autoconocimiento: “Mi nivel como corredor es mediocre, pero eso no es lo importante. Lo importante es superarme aunque sea un poco con respecto del día anterior. Si hay un contrincante al que debes vencer en una carrera no es otro que el tú de ayer”. Más adelante habla de la merma de las capacidades físicas con el paso de los años.
El escritor comenzó a correr cuando ya tenía 33 años y una década después sus tiempos como maratonista no eran nada malos para alguien que no buscaba subirse a ningún podio; solía llegar a la meta luego de tres horas y media o cuatro. También ha participado en triatlones (carrera, nado y bicicleta) y en un ultramaratón (¡100 kilómetros!).
“A los corredores más vigorosos de maratón parece que los persigue un grupo de bandoleros. Por otro lado están los entrados en carnes que corren con enorme sufrimiento”, escribe y añade una frase que se ha vuelto célebre: “El dolor es inevitable, pero el sufrimiento es opcional”.
Hubo un tiempo en que Murakami fumaba dos cajetillas diarias de cigarros, vicio que dejó gracias al hábito de correr. Afirma: “Correr es para mí, dentro de las costumbres adquiridas a lo largo de mi vida, tal vez la más provechosa. Creo que gracias a haber corrido ininterrumpidamente, mi cuerpo y mi espíritu se fueron formando y fortaleciendo”.
Cuando publicó De qué hablo cuando hablo de correr, el escritor tenía 60 años y aún solía trotar diez kilómetros diarios. Evidentemente occidentalizado, decía que le gusta practicar mientras escuchaba música de The Lovin’ Spoonful, Red Hot Chili Peppers, Gorillaz, Beck, Creedence Clearwater Revival y The Beach Boys.
“Mientras corro, simplemente corro. Corro para lograr el vacío, aunque el vacío absoluto es imposible”, escribió el eterno candidato al Premio Nobel.
La motivación silenciosa
Al día siguiente de ver la exposición fotográfica en Paseo de la Reforma, me encuentro a una vecina que se prepara muy a su manera para participar en la edición 40 del Maratón de la Ciudad de México. Con mucho orgullo dice que ya ha terminado cuatro maratones y va por el quinto. Sin embargo, con tristeza añade que en su casa no valoran las medallas que ha obtenido. Se queja de que le hacen bromas pesadas acerca de la posibilidad de que le dé un infarto y no la vuelvan a ver jamás.
También me habla con enfado acerca de otros corredores que estúpidamente se burlan de los “pobres” tiempos que ella ha conseguido en los maratones. Le digo que una forma de mandarlos muy lejos es leyendo a Haruki Murakami, quien ha dicho que nunca le ha interesado competir con los demás ni al correr ni al escribir: “Escribir novelas se parece a correr un maratón. Para un creador, la motivación se haya silenciosa en su interior, de modo que no precisa buscar en el exterior ni formas ni criterios. Tal vez los premios, los ejemplares vendidos o las críticas buenas constituyan una referencia de los logros obtenidos, pero no los considero una cuestión esencial. Lo importante es si lo escrito alcanzó los parámetros fijados por uno mismo”.
AQ