El mundo es la totalidad de los hechos, no de las cosas.
Ludwig Wittgenstein
El tiempo no es como lo vivimos en la cotidianidad. Pasado, presente y futuro solo están en nuestra mente. ¿Cómo es posible? Envejecemos, somos o fuimos niños, seremos ancianos, ¡vamos a morir!, todo se mueve, evoluciona, cambia. Tenemos una prueba palpable del paso del tiempo: la muerte. El tiempo es una dimensión, una magnitud medible, no un transcurrir. La vida está en el tiempo, a través de esa dimensión conocemos su magnitud. Virginia Woolf en uno de sus ensayos dice: “…la vida es un halo luminoso, una envoltura semitransparente que nos recubre desde el principio de la consciencia hasta el final”.
En la dimensión llamada tiempo está la vida, vivir es estar consciente. ¿Cómo y por qué la vida está ligada al tiempo?, ¿de qué manera se relacionan la vida, la consciencia y el tiempo? María Zambrano asevera en El sueño creador: “La realidad antes de imponerse se descubre…”.
El modo de ver el problema es el problema
Para los seres humanos el tiempo es temporalidad. Si queremos comprender qué es y cómo se expresa necesitamos renunciar a las formas tradicionales de concebir el mundo. ¡Difícil tarea!, ¿verdad? El Diccionario de la Lengua Española define temporalidad como: “Consciencia del presente que permite enlazar con el pasado y el futuro”.
Nos hemos acostumbrado a razonar en una lógica de causa y efecto. Si estoy sosteniendo un objeto y lo suelto, caerá al suelo, no se irá volando. La causa lógica es la fuerza de la gravedad. No obstante, desde la lógica no se pueden explicar todos los fenómenos. Cuando necesitamos comprender hechos, cosas, conceptos, acontecimientos, donde no podemos predecir, nos sentimos conflictuados. La vida, la muerte, la política, las relaciones afectivas, incluso el clima, encierran una complejidad mayor a la de una sucesión de actos y sus consecuencias. El físico Anton Zeilinger, uno de los tres ganadores del Premio Nobel de Física en 2022, en un artículo escrito en la revista Nature, al reflexionar sobre cómo y por qué ocurren los fenómenos aseveró: “la causa no existe”. Los hechos solo suceden.
Imaginar para percibir la naturaleza del tiempo
Imaginar la forma del tiempo es difícil, no empieza ni termina, su naturaleza es cambiante, contradictoria, dúctil; se nos escapa al tratar de definirlo. En la dimensión del tiempo las cosas son y no son a la vez. Para explicarlo es imposible aplicar el principio de no contradicción, donde se sustenta la lógica y el lenguaje. Tampoco los tiempos verbales logran abarcarlo. El físico Carlo Rovelli, en su libro La forma del tiempo, intenta hacer aprehensibles muchos misterios y asegura: “El tiempo es ignorancia”.
Para ilustrar la forma del tiempo lo hemos dibujado como un bucle o un rizo, no es lineal, ni circular. El tiempo es una dimensión. La física lo considera la cuarta dimensión y se especula sobre la existencia de más dimensiones. La experta en física de partículas Rakhi Mahbubani, para explicar a una niña de diez años las cuatro dimensiones, hizo una metáfora muy ilustrativa:
Imaginemos navegar por un canal: si vamos en un crucero tan ancho como el canal, la embarcación ocupará todo el espacio disponible, solo percibimos una dimensión. Si navegamos en lancha, al ser pequeña e ir en zig zag, experimentamos largo y ancho: dos dimensiones. Pero, si navegamos en un submarino, del tamaño de la lancha o más chico, tendremos largo, ancho y profundidad: tres dimensiones. En todos los casos las embarcaciones se mueven, ejecutan una acción, lo hacen en el tiempo: la cuarta dimensión. Las cuatro dimensiones son: alto, ancho, profundidad y tiempo.
Imaginemos más: si colocáramos relojes en la lancha, el crucero y el submarino, todos correrían a velocidades diferentes. En cada uno de los medios de navegación el tiempo sería distinto para los pasajeros. La fuerza de la gravedad hace más lentos a los relojes más cercanos al centro de la Tierra, y más rápidos a los lejanos.
En la literatura, el cine, las artes plásticas y el arte en general, hay obras donde podemos experimentar la complejidad del tiempo. Los cuentos de Julio Cortázar en Historias de cronopios y de famas; Historia de la eternidad de Jorge Luis Borges; La persistencia de la memoria de Salvador Dalí; las películas Día de la marmota, El efecto mariposa o Todo en todas partes al mismo tiempo, son algunos de innumerables ejemplos.
La constante es la irregularidad
Para la mayoría de los seres humanos la vida marcha “Al compás del reloj”, y no con la libertad aclamada por la canción de Bill Halley. Las actividades se rigen por horarios. Tenemos relojes internos y externos. Nuestro ritmo circadiano es un reloj interno, responde a los hábitos. El aparato llamado reloj nos indica cuándo despertar, ir al trabajo o a la escuela, la hora de dormir o cuántas horas duró una película. ¿Qué pasaría si nos hiciéramos conscientes? El día es un periodo con una duración menor a 24 horas, de hecho, cada vez durará menos.
Para medir el tiempo lo encajonamos en ciclos regulares: número de días de un año, número de horas del día. Inventamos calendarios. El método ha sido buscar coincidencias, clasificar, ordenar y explicar la duración de los fenómenos. No logramos exactitud, solo dilucidar promedios y probabilidades, más o menos fiables. Los físicos, sobre todo quienes trabajan con mecánica cuántica, dicen que el universo es probabilístico. Es imposible predecir el futuro o cómo se desarrollará algún suceso, solo podemos calcular probabilidades. Los niños no nacen exactamente a los nueve meses de haber sido fecundado un óvulo.
La rotación de la Tierra sobre su propio eje (los días), y su recorrido alrededor del sol (los años), no duran un tiempo exacto, ni repetitivo. Lo ahora predecible: el día y la noche, puede cambiar en cualquier momento. Los dinosaurios se extinguieron por un hecho improbable y dejó de haber día y noche por un largo periodo. Le sobran o faltan días a nuestros calendarios; el año de trescientos sesenta y cinco días, de veinticuatro horas cada uno, es una ficción. Más o menos corregimos la inexactitud al crear años bisiestos. Hace 14 mil años los días eran de 19 horas, la Tierra giraba más rápido sobre su eje. Si nos quejábamos por las molestias al adaptarnos al horario de verano, imagínense cómo nos sentiríamos al ajustar los relojes a menos de veinticuatro horas, ¿envejeceríamos más rápido? Nuestra actual idea del tiempo es una convención.
La convivencia de muchos tiempos sin posibilidad de sincronía
Los físicos usan al tiempo como una magnitud, una variable más para fijar un punto en el espacio. Cada teoría de la física concibe al tiempo de un modo distinto. Le debemos a Isaac Newton la física clásica. En ella el tiempo es algo absoluto, existe de forma independiente. Las ideas de Newton son la base para sincronizar los relojes, como los de pulsera o los de nuestros smartphones. Desde ese punto de vista el tiempo avanza igual y parejo para todos. Gracias a Albert Einstein sabemos que no es así. Sincronizamos los relojes para coordinar las actividades, los viajes, la economía. Pero el tiempo medido de ese modo solo es un acuerdo internacional, no es real. Los satélites, por mecanismos muy complejos, regulan la hora en cada zona horaria, los relojes se acoplan a esa indicación, sin importar donde se encuentren. Nuestros aparatos no dan fe de la dimensión del tiempo.
La teoría de la relatividad nos acercó más a entender al tiempo como una dimensión. Todos los cuerpos están en movimiento y el tiempo varía para cada uno, dependiendo de la velocidad de su desplazamiento. Dicho de un modo burdo, para una mosca el tiempo es más acelerado en relación al nuestro. Desde el punto de vista del insecto vamos en cámara lenta, como cuando nosotros vemos desplazarse a una tortuga. Quien vive en las montañas experimenta un tiempo más rápido, envejece a mayor velocidad, quienes viven en un valle van más despacio. Los relojes no corren parejo, es un hecho comprobable con facilidad. Si sincronizamos dos relojes, y los ponemos a diferentes alturas, el localizado más alto va más veloz. ¿Por qué?: la velocidad aumenta mientras más lejos está situado un cuerpo de una gran masa. Las montañas están más distantes del centro de la Tierra y el valle más cerca, por eso en las zonas altas el tiempo es más rápido y más lento en las zonas bajas.
En tanto, en el mundo de las partículas elementales, en los componentes más pequeños de la materia, la masa es minúscula y la gravedad prácticamente nula. Las relaciones ahí se explican por interacción, no por la gravedad. No hay un discurrir, los tiempos se superponen en una simultaneidad. La misma partícula puede estar en dos lugares a la vez o ¡desaparecer! Eso abre el espectro a posibilidades infinitas. En el mundo de lo micro no se pueden predecir los fenómenos, ni su duración: reina la entropía, el caos. La superposición cuántica es una de las extrañas propiedades del mundo subatómico, permite a las partículas estar en dos lugares o en estados diferentes al mismo tiempo.
Tampoco para las personas el tiempo es una constante lineal. La percepción del transcurrir del tiempo puede experimentar aceleración o ir más despacio, independiente al ritmo del reloj. Por ejemplo, si estamos muy divertidos va rápido. Si estamos aburridos o en peligro lo sentimos lento. Además, el tiempo para los seres humanos implica categorías móviles, complicadas de asimilar. Tratemos de explicar a un niño de tres años que hoy es el ayer de mañana.
El tiempo es una dimensión, nuestra temporalidad está contenida en él. Presente, pasado y futuro son una consecuencia del proceso de percepción. El tiempo es un misterio, todos lo experimentamos, sabemos qué es, pero es difícil explicarlo en un concepto redondo, acabado, aplicable a todos los casos.
La realidad se construye en el tiempo, gracias a la consciencia
Percibimos en un proceso serial; nuestros sentidos persiguen cada hecho para captarlo; la mente integra, no podemos contemplar el conjunto de forma simultánea. Pero el tiempo no corre, no se desplaza, es una dimensión como alto, ancho y profundidad. El presente, pasado y futuro es la sucesión creada por la mente para crear un registro del entorno.
El presente no es estático. Si miramos desde una ventana la copa de los árboles y el cielo, bajo la luz brillante del sol, tenemos un conjunto de hechos, no de cosas, acciones en el tiempo. Admiramos la combinación de los colores, las aves revolotean y cantan, las hojas se mueven por el viento y brillan al reflejar la luz. Todo está en movimiento, es simultáneo, hechos coexistiendo. Pero para captar la forma de las hojas, el desplazamiento de los pájaros por las ramas, o el movimiento de las nubes, necesitamos enfocar y desenfocar. Nuestra atención cambia constantemente el sitio donde se posa. Si vemos las hojas, dejamos de ver el cielo, si miramos a un pájaro, la nube sale de nuestro campo visual. No podemos captar todo el conjunto como lo hace una cámara fotográfica o de video. Cada cuerpo ante nuestros sentidos está ejecutando una acción: hojas, pájaros, nubes, pero los percibimos como un discurrir, a pesar de ser simultáneos.
No somo capaces de asimilar la información junta, ni superpuesta. Nuestra percepción actúa como si estuviéramos escuchando una narración, nos enteramos poco a poco de los acontecimientos hasta completar una historia. San Agustín de Hipona lo expresó así “…lo que efectivamente se hace en el tiempo, se hace después de algún tiempo y antes de otro: después de lo que es pasado y antes de lo que es futuro…”. Nuestra experiencia del mundo es interna, porque reconstruimos los acontecimientos. Al percibir, la mente convierte lo simultáneo en una sucesión. Cada uno elegimos qué ver primero y después, con esas elecciones formamos una secuencia. Todos tenemos versiones diferentes de un mismo hecho. Encadenamos los acontecimientos de manera distinta. Esas historias son la realidad. Cada uno creamos una la realidad muy particular. Las realidades son diversas y simultáneas, cómo en el mundo subatómico. No hay posibilidad de sincronía, incluso al compartir el mismo instante.
Llamamos presente a un conjunto de hechos: acciones simultáneas convertidas por la mente en un discurrir. La memoria y la imaginación reconstruyen constantemente lo vivido. Cuando nuestros sentidos nos dan información de los sucesos, éstos ya ocurrieron, son pasado.
La luz nos permite entenderlo. Los rayos del sol, como nos gusta llamarlos, tardan aproximadamente ocho minutos en llegar a la Tierra. Sus fotones (los componentes de la luz) al chocar contra los cuerpos también hacen un trayecto, antes de ser captados por el ojo. La imagen llega invertida al cerebro, éste la endereza y, con la imaginación, completamos el punto ciego de nuestro campo visual. La mente es ese conjunto de actividades y procesos psíquicos de carácter cognitivo, conscientes e inconscientes, a través de los cuales cobra forma todo cuanto percibimos. La consciencia se manifiesta en la mente, es la capacidad de percibirnos a nosotros mismos y al entorno.
¿La muerte es el límite de la consciencia?
Creemos en la mente y la consciencia como algo ligado a la existencia corpórea, pero no hay pruebas para comprobarlo o negarlo. No sabemos si nuestra consciencia sobrevive al cuerpo. Muchos estudios han tratado de localizar la consciencia en un lugar específico del cerebro, pero es tan complicado como fijar un sonido en el espacio.
A los seres humanos la relación con el tiempo nos genera angustia. Tal vez porque estamos conscientes de nuestra temporalidad: nacemos y vamos a morir. Hoy los seres vivos somos cuerpos limitados a un espacio y periodo de tiempo, quizá en el futuro sea diferente. El tiempo es una dimensión, estamos insertos en ella, nos excede. Tenemos principio y fin. La vida es una magnitud temporal. Somos un punto minúsculo, casi imperceptible en algo donde desconocemos los bordes, no sabemos si es finito o infinito.
Percibimos la vida gracias a su límite: la muerte. La muerte le da forma a la vida. Dice un dicho popular “hay más tiempo que vida”. El futuro no existe, pero gracias a él le ponemos un límite a los hechos, podemos integrarlos como un todo. Gracias a la consciencia nos percibimos finitos, diferentes y parte de algo. San Agustín, Kant, Heidegger y otros filósofos, explican por qué el tiempo es subjetivo y en él se da la consciencia.
El título de una novela de Elena Garro lo capta de un modo magistral: Los recuerdos del porvenir. En el primer capítulo el narrador dice “Yo solo soy memoria y la memoria que de mí se tenga”. El presente es el cruce de algo que ya pasó y la noción de futuro. Somos un suceso temporal. Todo hecho es pasado. Nuestra idea de nosotros mismos y el entorno es memoria. No tenemos capacidad de percibirnos, al mismo tiempo, a nosotros mismos y al todo donde estamos insertos. La simultaneidad es un concepto difícil de experimentar.
Vivir es estar conscientes
La consciencia se manifiesta en la mente, no es la mente. Un símil puede ser la música. El oído nos permite escuchar la sucesión de sonidos, con sus matices, y silencios, esa secuencia se desenvuelve en el tiempo. La música existe en el tiempo. La mente es como el oído, a través de ella percibimos el discurrir de la consciencia.
Una pieza musical tiene principio y fin, es una magnitud temporal. La vida también. La vida y una pieza musical tienen inicio y fin. A la música la escuchamos con los oídos; a la vida la percibimos con la consciencia. La música se escucha, la vida se vive. Para disfrutar la música ponemos atención, apreciamos como están dispuestos los sonidos y silencios. Nuestra vida es una sucesión de hechos creados por la mente, podemos estar atentos a ellos por la consciencia, eso es vivir.
Para los humanos percibir el tiempo, y con él nuestra muerte, es vivir. Elena Garro hace esta reflexión a través de uno de sus personajes en Los recuerdos del porvenir: “El sabía que el porvenir era un retroceder veloz hacia la muerte y la muerte, el estado perfecto, el momento precioso en que el hombre recupera plenamente su otra memoria”. Aristóteles diría: el tiempo busca cuerpos para intentar hacerse visible.
Vamos configurando la vida al elegir dónde colocar la atención. La mente puede observar, a través de la consciencia, cómo, cuándo y qué elegimos percibir. La mente arma secuencias, crea nuestra historia. La conciencia capta esa historia, nos la cuenta y explica. Vivir es estar conscientes de cómo construimos esa historia. La consciencia existe en el tiempo. Cada ser humano es una realidad distinta, somos muchas historias simultáneas sin sincronía. En su novela La voluntad, Azorín lo dice de un modo inigualable: “La conciencia crea el mundo. No hay más realidad que la imagen, ni más vida que la consciencia”.
AQ