En otra parte | Por Ana García Bergua

Husos y costumbres | Nuestras columnistas

Alfred Kubin, artista austriaco y autor de una sola novela, creó un mundo de falsas realidades admirado por Kafka, y que puede decirnos algo sobre el nuestro.

Alfred Kubin, escritor e ilustrador expresionista austriaco. (Archivo)
Ana García Bergua
Ciudad de México /

Ahora que estamos en el centenario de Kafka, no sé si se recuerde al dibujante y pintor austriaco Alfred Kubin que ilustró las obras de Poe, Hoffmann y Dostoievski, y formó parte del expresionismo alemán. Su única novela, La otra parte, fue objeto de admiración por parte del autor de La metamorfosis e incluso se dice que influyó en El proceso. La leí con fascinación hace muchos años en una edición de Siruela y ahora, en esta época de verdades y postverdades en la que renacen los sueños de sociedades perfectas, me vino a la memoria con un regusto inquietante.

La otra parte comienza con la invitación que se le hace al protagonista, un artista como Kubin, a un País de los Sueños inventado por Claus Patera, su ex compañero de escuela devenido millonario. Lejos de la Utopía, “Patera siente una profunda aversión contra todo lo que, en general, guarde relación con cualquier forma de progreso. Repito, contra todo lo que guarde relación con cualquier forma de progreso, especialmente en el campo científico”. Así, ilusionados con aquel país para artistas y “gente sensible”, el pintor y su mujer realizan un largo viaje a Perla, la capital del País de los Sueños, un lugar que al principio los inspira, pero paulatinamente se vuelve desquiciado: “Todo el País de los sueños vivía bajo los efectos de un hechizo y en nuestras vidas los planos terroríficos alternaban con otros de estirpe humorística”.

El tal Patera mantiene a los pobladores del país soñando bajo los efectos de una especie de sugestión psicológica y los mantiene “convertidos en marionetas”, deformando la realidad de diferentes maneras sin que entiendan la finalidad de ello. Hacia el final hay una gran batalla en la que los habitantes enloquecidos en masa se suicidan, la esposa del narrador ha muerto y éste busca escapar: “Los habitantes empezaron a sufrir trastornos de orden visual. Al comienzo, los objetos les parecían irisados con los colores del espectro. Más tarde, sus ojos fueron perdiendo la noción de las proporciones naturales y empezaron a tomar casas pequeñas por torres de varios pisos. Estas falsas perspectivas los engañaban y sumían en un estado de constante ansiedad; se creían encerrados donde en realidad no lo estaban”.

He ido releyendo fragmentos de la novela y me sorprende el paralelismo entre nuestras realidades recreadas y reinventadas, y sobre todo la angustia que provoca pensar que cada vez parece importar menos la verdad de los hechos, “especialmente el campo científico” como diría el personaje de Kubin. Sé que es una curiosa sensación en alguien que se dedica a la ficción, pero a fin de cuentas la ficción, para serlo, necesita el contraste de la realidad.

AQ

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