Están inmersos en una tradición infamante, sus dudosos fulgores repelen y repugnan: son los radicales innombrables, aquellos que modelaron o adoptaron los discursos más delirantes y las causas más extremas. Estos seres, sin embargo, no fueron simplemente perturbados (aunque en varios haya cabido la exaltación), sino productos típicos de su época y, por eso, vale la pena estudiar el secreto de su carisma.
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Tratar de entender a estos personajes no exime su responsabilidad moral, ni reivindica sus ideales, pero sí logra situar sus circunstancias y, acaso, contribuye a evitar que se repliquen sus aberraciones. En su libro Mito y revuelta. Fisonomías del escritor reaccionario, (Turner, 2022) Ernesto Hernández Busto adiciona un anterior libro suyo y aborda un novenario de malditos (Rózanov, Jünger, Montherlant, Celine, Morand, Evola, Pound, Vasconcelos y Giménez Caballero), cuyo pensamiento imantó a muchos espíritus de su época y, acaso de manera subrepticia, sigue impactando en la cultura contemporánea.
Se trata de un grupo de escritores de muy distintas latitudes y orígenes, que coincidieron cronológicamente en los albores del siglo pasado y comulgaron con una serie de rasgos, como la sospecha contra el racionalismo, el vitalismo violento, la ambición heroica y el culto a la fuerza, el nacionalismo y la apelación al mito del pasado glorioso, la nostalgia de lo sagrado, la afición esotérica, el racismo y el odio al liberalismo y la democracia. Varios fueron personajes marginales, profesionales del sufrimiento, vidas quebradas por la tragedia, seres del subsuelo o almas devotas en busca de un camino de redención y perfección.
Más que una visión sistemática de las afinidades entre estos perfiles, el autor escribe pequeñas novelas de formación, siluetas o ensayos fragmentarios que dejan ver la orfandad y ansia de certezas que condujo a algunos de estos intelectuales dotadísimos a abrazar las más nocivas doctrinas. El autor restituye a estos autores, vueltos caricatura por la satanización, su historia de vida, sus complejas motivaciones o los matices de sus ideas y analiza la oscura fascinación de su estilo.
Desde luego, el catálogo de excesos y crueldades no es exclusivo del escritor reaccionario y muchos intelectuales al otro extremo ideológico replicaron la desmesura y la violencia. No es fácil, aún ahora, ocuparse de estas figuras incómodas y su irradiación sigue siendo tóxica, por eso esta arriesgada excursión de Hernández Busto sirve para advertir señales de alerta y ayuda a discernir las presencias del radicalismo en muchas expresiones de la vida actual. Porque resulta inquietante pensar que muchas de las circunstancias y dilemas que ayudaron a germinar el “veneno” de estos escritores hace un siglo parecen reciclarse: el descrédito de la ciencia y la razón, el agotamiento de los moldes habituales de convivencia política y social, la emergencia de situaciones límite y, sobre todo, el inmoderado apetito de figuras y creencias fuertes.
AQ