Algo de juguetón, desafiante y estimulante hay en el modo con que Antonio Escohotado enfrenta la metafísica hegeliana y la dialéctica amo-esclavo: “El señor requiere cosas del mundo, pero no entra en relación con sus penurias sino a través del siervo, que se ocupa de transformarlo antes. El psiquismo humano depende de aportaciones externas, pero no toca esas materias sino a través del cuerpo, que las metaboliza previamente…” Desde aquí, es decir, la Introducción a la Historia de las drogas (Madrid. Alianza. 1989), con Hegel y repitiendo la pregunta milesia sobre la sustancia (ese garlito filosófico, quizás el primero y original de la filosofía), Escohotado va a topar el nudo entre realidad y conocimiento: justo en la sustancia que altera la percepción.
Anómalo, raro, pero algo de genial: su exploración erudita y experta de las drogas tiene semejanza con otros métodos científicos: las afasias abren las ventanas a la investigación neurológica; el crimen exhibe a la norma jurídica; la anomalía ilumina al orden, y las drogas abren puertas entre la conciencia de sí y la del mundo. Y del mismo modo explican, o al menos dejan ver, una matriz generadora de mitologías (y sus exploraciones suelen ser mejores que las de J. Gordon Wasson, Albert Hoffmann o Thomas Szasz), de recursos de autoconocimiento (sin las ficciones de William Burroughs o los fraudes de Carlos Castaneda), de las dinámicas económicas, desde los pueblos antiguos hasta la era de los sucedáneos. Una obra maestra bajo una guía libertaria: la radical oposición de concederle al Estado la facultad de prohibir o permitir que el sujeto se relacione según su propio arbitrio con su cuerpo y las sustancias que ingiere…
Y con la misma afinación en la rareza, la última obra de Antonio Escohotado es Los enemigos del comercio. Una historia moral de la propiedad (Espasa. Madrid). Dos mil páginas, en tres nutridos tomos. Lejos de ser su treno de cisne, estos libros parecen otra cosa, casi absurda de enunciar: la arenga de un liberal. Es una obra tan ambiciosa como la de las drogas y alcanzo a columbrar algo que se repite, según se han ido publicando los libros: el lector común abandona y olvida una propuesta tan desmedida, mientras los académicos recargan y agrian su crítica con cargadas, no contra lo que dice sino contra lo que no dice.
En su alegato libertario por las drogas, su estrategia es invencible; frente a los enemigos del comercio, sin embargo, ofrece flancos vulnerables. Muchos. Su defensa y elogio del mercado libre y el comercio sin restricciones ideológicas suele ser de sentido común, adobado con suficiente calidad intelectual y estrategia literaria; y en mayor medida, sus diatribas contra quienes restringen y quieren controlar al comercio son estupendas, divertidas y convincentes. Pero parece tundir enemigos ya vencidos desde el prólogo y se extiende apaleando cadáveres, dejando una sensación de maniqueísmo en su lector. Se entiende: la historia es larga y atestada de instancias enemigas del mercado.
Las drogas fueron su investigación sobre el cuerpo y la sustancia, y el comercio es el estudio de la actividad humana con sustancias de dos tipos: objetos y una clase de símbolo: el dinero. Sus críticos insisten en dos puntos: uno, que no hace la crítica moral de las sociedades favorables al comercio, y que éstas han sido muchas veces crueles. Dos, que deja sin investigar y apenas menciona otros periodos de la historia. Cierto y cierto. La segunda se contesta sola: no hay libro que lo explique todo. La primera, sin embargo, es falaz. Es verdad completa que las sociedades liberales y las afectas a la libertad de mercado pueden, como han solido, ser crueles, injustas, horrendas. Pero también han podido no serlo. Del otro lado, todas las sociedades que han hecho la guerra al comercio también han sido injustas, crueles y horrendas. Mejor el camino arriesgado que el camino imposible. Escohotado no ha escrito un manual de santidad.
Y aquí concurre un punto determinante de todos sus libros: siempre halló que la libertad era hermana siamesa de la responsabilidad, y es el punto también de su alegato por las drogas: el yonqui no es aquel a quien las drogas le quitaron la libertad, sino aquel que se asió de la sustancia para rehuir la libertad y la responsabilidad. Y lo mismo dice respecto del comercio. Antonio Escohotado murió hace seis meses. Ojalá nos siga incomodando durante décadas.
AQ