Estética y política de la ira

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Puede ser una emoción motivante que ponga en movimiento las reivindicaciones, pero este sentimiento tiende a la intransigencia y la desproporción.

Por sí sola, la ira difícilmente llega a ser constructiva. (Foto: Issy Baley | Unsplash)
Armando González Torres
Ciudad de México /

La ira es una emoción ambivalente, que surge de la percepción de un daño, ultraje, injusticia o desdén, y que suele acompañarse con la expectativa de una venganza. La ira tiene un indudable prestigio literario e histórico. Muchos seres de ficción están moldeados por la ira y desde personajes clásicos, como Aquiles, Orestes, Hamlet o (a su manera) el Quijote hasta diversos personajes de la cultura popular actual, proliferan vengadores ejemplares, ansiosos de resarcir su afrenta. Igualmente, tiende a considerarse que las revoluciones, los movimientos de reivindicación de derechos y otras transformaciones sociales de largo alcance pueden ser impulsados, en principio, por la emoción retributiva de la ira.

Por lo demás, la ira, como rasgo de temperamento, es considerada socialmente una característica encomiable, sobre todo entre varones. En los últimos decenios, azuzada por crisis económicas y pandemias, la ira se ha expandido en el tejido de las sociedades y en el discurso político. Un enojo ubicuo y un vago deseo de venganza parecen marcar las predilecciones políticas, la convivencia social y la disputa cultural contemporánea. Contra una desacreditada urbanidad política, los vengadores renuevan su carisma y el discurso más rudo y frontal gana adeptos y enciende la vida pública. Cierto, la ira puede ser una emoción motivante que ponga en movimiento otras reivindicaciones (el deseo de justicia, la dignidad de los sojuzgados); sin embargo, como sugiere Martha Nussbaum en La ira y el perdón. Resentimiento, generosidad, justicia (FCE, 2018), este sentimiento tiende a la generalización, la intransigencia y la desproporción.

El gran problema de la ira consiste en que ésta, por sí sola, difícilmente llega a ser constructiva y suele limitarse a las sacudidas de un amor propio lastimado. En la esfera política y social, más que a corregir un estado de cosas con visión de largo plazo, la ira conduce a la eternización del conflicto, a la institucionalización de la venganza y a la mímesis e idolatría del iracundo.

Charles-Antoine Coypel, 'Furia de Aquiles'. (Hermitage Museum)

Aun si la ira es el detonante de una historia paradigmática, en algún momento, este sentimiento debe ser refrenado y reencauzado. Por ejemplo, en la Ilíada, el hilo que unifica el abundante tejido de combates heroicos es la ira de Aquiles ante los sucesivos ultrajes y desgracias (la humillación que le inflige Agamenón al sustraerle su botín y la muerte de Patroclo a manos de Héctor); sin embargo, para restaurar el equilibrio, al final resulta preciso que el exasperado héroe deponga su coraje y se identifique y conmueva hasta las lágrimas ante la frágil figura del anciano Príamo, que suplica por el cadáver profanado de su hijo. Así, como sugiere Martha Nussbaum, si bien la ira puede ser un impulso inicial, los mayores avances en la lucha contra la injusticia no se logran dándole rienda suelta a esta emoción, sino tratando de transformarla en las virtudes antagónicas del autocontrol, la empatía y la generosidad.

AQ

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