El poeta Luis García Montero era un adolescente cuando, en su natal Granada (Andalucía), solía ir a la casa donde vivía Federico García Lorca (1898-1936). Habían pasado más de tres décadas desde el fusilamiento del autor de Romancero Gitano y el viejo inmueble, situado en la Huerta de San Vicente, permanecía cerrado, “como si fuera una metáfora de una ciudad que había sido liquidada por la Guerra Civil”, señala el actual director del Instituto Cervantes.
El futuro escritor (últimamente también novelista, como su esposa, Almudena Grandes) entabló entonces amistad con María y Evaristo, los cuidadores de la vivienda, y por eso ellos lo dejaban pasar de vez en cuando. Así que el muchacho llegaba con la devoción de quien va al lugar sagrado y entraba con mucho cuidado, “y un respeto casi reverencial”, al dormitorio del autor español más famoso después de Miguel de Cervantes. “Me ilusionaba pensando en que ahí Lorca había escrito sus poemas. Todo estaba como él lo dejó: su escritorio, sus libros, los dibujos de Picasso, de Alberti… sus cosas”.
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García Montero lo cuenta en Un lector llamado García Lorca (Taurus), una especie de “biografía intelectual” tamizada por las lecturas y los escritores que formaron al hombre cuyos restos mortales todavía no han sido encontrados y a la que conviene volver ahora que se habla en todos lados del 80 aniversario de la publicación de Poeta en Nueva York, un libro que se publicó por primera vez en México, por cierto, poco después del asesinato de García Lorca, quien lo escribió durante su estancia en la Universidad de Columbia en el curso escolar 1929-1930, el año de la Gran Depresión económica del siglo XX, y lo guardó en un cajón.
Muchos años después de aquellas visitas, quizá influido por los libros que vio en la estantería de aquella habitación (y por los misterios de un personaje al que siempre ha admirado), García Montero se acercó a los libros que leyó Federico García Lorca, “para entender mejor los motivos de su escritura y el equipaje de su formación literaria. […] Desde que oyó por primera vez a su madre leer en alto a Víctor Hugo hasta que encontró una voz sazonada con las Suites y el Poema del cante jondo, el joven escritor fue buscándose, preguntándose por sus palabras como un modo de entender su propia identidad, las relaciones de su yo con el mundo en el que vivía. Como es lógico, los libros y los autores que fue habitando le ayudaron a situar los conflictos de su intimidad”, explica.
La educación literaria de García Lorca, es obvio, fue producto de sus constantes visitas a bibliotecas y librerías y de las recomendaciones que le hacían. ¿Cuáles, concretamente?
“Si la lectura de Hesíodo, Platón o Shakespeare le sirvió al poeta para establecer la dinámica de sus conflictos en el escenario de la alta cultura, la apuesta por Ibsen, Maeterlinck y Verlaine le permitió, además, adentrarse en el mundo simbólico y en poder de lo callado. Estas lecturas, como las de Oscar Wilde, Rubén Darío, Antonio Machado y Juan Ramón Jiménez, facilitaron un diálogo íntimo en el que Federico García Lorca encontró su sentido a la hora de escribir. El joven habitó sus libros para negociar consigo mismo y con el mundo su propia identidad”.
A partir de un ensayo de Pedro Salinas, titulado Defensa de la lectura, García Montero identifica a Federico García Lorca como un lector y no como un 'leedor' (“alguien que resbala con prisas sobre un libro”). “García Lorca fue un autor culto, buscó con pasión los libros que le ayudaron a ser dueño de su voz”, subraya y enseguida recurre a cartas, biografías, ensayos y estudios filológicos para demostrar esa tesis y comprender las raíces de su formación estética, el valor que la lectura tuvo a la hora de asumir los conflictos de su identidad, su relación con la sociedad y las características de su propio mundo literario.
De la suma y la mezcla de esos libros y autores estaba hecho el hombre fusilado en 1936 y cuya influencia y síntesis se manifiesta en el ahora tan celebrado Poeta en Nueva York, uno de los poemarios más vanguardistas en nuestra lengua. Porque, como dice el propio Luis García Montero en su ensayo, “una persona hace suya la literatura cuando busca en ella los sentimientos y las razones que le sirven para comprender el sentido de la verdad en su vida. Un poeta busca en la tradición el abono que le sirve para nutrir su propio mundo”.
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