La universalidad de Fernando Pessoa, creo, no solamente reside en los contenidos de su obra, en el conjunto de las categorías que constelan sus textos (la caducidad de la existencia, la nostalgia, el sentido del misterio del ser en el mundo), sino también en la manera elegida para transmitir este mensaje, en la forma en la que está organizado; en lo que él mismo ha definido como heteronimia, que no es un simple modelo formal, sino un verdadero concepto de sustancia.
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¿Pero, qué es la heteronimia, esta invención que Pessoa “concretiza” en un texto literario fechado el 8 de febrero de 1914? Antes de afrontar el problema, es necesario hablar de un gran fantasma, de una presencia inquietante que, del Romanticismo en adelante, transita por toda la literatura occidental: el Otro. Que desde entonces alimenta las obsesiones de los más grandes escritores europeos. Encontramos al Otro en las rêveries y en los nocturnos de Nerval, en la locura dionisíaca de Hölderlin, en lo fantástico de Achim von Arnim y en los abismos misteriosos de Hoffmann. La sombra perdida de Peter Schlemihl de Adalbert von Chamisso no hace más que manifestarnos al doble, al Otro, la parte más secreta, más velada y misteriosa que reside en nosotros. ¿Y qué significa la frase Je est un Autre (Yo soy otro) que Rimbaud escribe en la carta dirigida a Paul Demeny de 1871? Cuando fue escrita, acaso solamente era una sospecha, una sorprendente iluminación de este genio fulgurante, un indicio que la época todavía no alcanzaba a descifrar y profundizar.
Será solamente a principios del siglo XX cuando el problema del Otro irrumpa preponderantemente en el escenario de la cultura europea. El que por primera vez afronta la cuestión de la alteridad es un escritor alóglota, un hombre de la Europa Central que junto a su país de origen abandonó la lengua materna y eligió expresarse en la del país adoptivo: el conde Jósef Teodor Konrad Korzeniowski, alias Joseph Conrad. En The Secret Sharer (El cómplice secreto) de 1912, Conrad narra acerca de un joven capitán que, en la cabina de un barco que atraviesa el océano, le ofrece hospitalidad a un hombre misterioso llegado de la nada y que retornará a la nada. Un pasajero clandestino que podemos leer como una proyección del capitán que lo hospeda, un alter ego de ese Ego que una nueva “ciencia humana”, el psicoanálisis, en ese entonces, comenzaba a teorizar.
En los años veinte, se asiste a una verdadera celebración de esta “alteridad”: aparecen, por citar los ejemplos más importantes, las máscaras de Antonio Machado y los personajes de Luigi Pirandello. Sin embargo, unos años antes, el 8 de marzo de 1914, lejos del bullicio de los salones literarios de París o de Londres, en un modesto cuartucho de la Baixa, en Lisboa, Fernando Pessoa ya había realizado, de una manera más bien radical e intrigante pero, sobre todo, fascinante, su heteronimia. ¿Pero, entonces, qué es la heteronimia? ¿En qué consiste esta manera genial de poner en literatura el problema de la polifonía del espíritu humano? Escuchemos lo que dice el propio Pessoa al respecto: “Desde que era un niño, fui proclive a crear a mi alrededor un mundo ficticio, rodeándome de amigos y conocidos que jamás habían existido. (No sé, obviamente, si realmente no habían existido o si era yo el que no existía. En estas cosas, como en todas las demás, no debemos ser dogmáticos). Desde que me conozco como aquel que se define “yo”, me recuerdo dibujando mentalmente, en su aspecto, movimientos, carácter e historia, varias figuras irreales que para mí eran tan visibles y mías como las cosas de eso que llamamos, acaso abusivamente, la vida real. Esta tendencia, que tengo desde que me recuerdo siendo un “yo”, me ha acompañado siempre, variando levemente el adagio musical con el que me fascina, pero sin alterar nunca su carga de fascinación. Recuerdo, así, lo que me parece que fue mi primer heterónimo o, mejor dicho, mi primer conocido inexistente: un tal Chevalier de Pas de cuando tenía seis años, a través del cual me escribía cartas a mí mismo y cuya figura, no del todo vaga, todavía atiza esa parte de mi afecto que colinda con la nostalgia. Recuerdo, con menos nitidez, otra figura cuyo nombre ya no recuerdo que ciertamente también era extranjero y que era, no sabría en qué, un rival de Chevalier de Pas… ¿Estas son cosas que les suceden a todos los niños? Sin duda alguna, o tal vez. Pero yo las viví a tal punto que todavía las vivo, porque las recuerdo tan bien que debo hacer un esfuerzo para darme cuenta que no fueron realidad”.
Esta confesión en forma de explicación se remonta al 13 de enero de 1935, y pertenece a la famosa carta sobre la génesis de la heteronimia, en la que Pessoa respondía a la entrevista del crítico y amigo Adolfo Casais Monteiro. Se trata de una poética elaborada a posteriori, como lo son todas las poéticas, y sujeta a un ajuste que, si bien inconsciente, prevé un cierto margen de falsificación. Una poética, en todo caso, “auténtica”, porque no parece diferir sustancialmente de las notas sobre el argumento que Pessoa, en el curso de su vida, manifestó en sus diarios.
Texto originalmente publicado en 'La Repubblica' el 30 de abril de 2015.
Traducción de María Teresa Meneses.
AQ