En el complejo y desigual desarrollo de la sociedad mexicana del siglo XX y principios del XXI, una de las instituciones más auténticas en la búsqueda de nuevos caminos y en la comprensión de nuestro pasado era el Fondo de Cultura Económica (FCE).
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Como mostró Víctor Díaz Arciniega, en Historia de la casa, esta institución fue fruto de la Revolución. Su origen lo podemos remontar al año de 1921, cuando la Federación de Estudiantes de México organizaba, en medio todavía de la guerra civil, un Congreso Internacional donde concurrirían estudiantes y maestros, no sólo de México sino de todo el continente. El encuentro fue presidido por José Vasconcelos y ahí estuvieron presentes Daniel Cosío Villegas, Jesús Silva Herzog, Arnaldo Orfila y Gonzalo Robles. Todos estaban poseídos por un espíritu utópico de inconformidad y transformación, a veces a lo Tolstoi, a veces a lo Zola —como ha contado Marcela Dávalos en Utopía sepultada—, pero también por la conciencia de que nada bueno puede ocurrir sin el conocimiento y con la convicción de hacer del saber sofisticado y riguroso un espacio abierto a cualquier mexicano. El objetivo no era volver mediocre y aceptable al pueblo de México con gustos fáciles y lecturas a modo. El sueño era la excelencia como un bien posible, efecto del trabajo y el talento, en una sociedad más justa y democrática.
Trece años más tarde, en 1934, en la calle Madero, nace el FCE bajo la iniciativa de aquellos jóvenes y con el fin de dar al país dirección económica y brindar lecturas necesarias de alto nivel intelectual. El Fondo creció velozmente. En 1948, aparece la figura, hoy tan simbólica, de Arnaldo Orfila. Él le dio una nueva riqueza hasta que, con la publicación de Los hijos de Sánchez, chocó contra el autoritarismo. No obstante este tropiezo grave, la institución no perdió su carácter y logró consolidarse a través de José Luis Martínez, quien fue para sus sucesores un ejemplo a seguir.
En los últimos tiempos, no faltaron voces que señalaban la necesidad de no perder el rigor intelectual en la selección de libros por la influencia de intereses creados o de grupo. Un avance en la actividad editorial del Fondo implicaba, por un lado, resolver este problema y, por el otro, devolverle la presencia nacional e internacional de sus mejores tiempos y aprovechar en el mercado la crisis editorial española.
Con el arribo del nuevo gobierno surgió la expectativa de que un intelectual serio y abierto enfrentara estos retos. No sucedió así. La llegada del avinagrado Paco Ignacio Taibo II, con el remate de libros, el abandono de los derechos de autor, la absorción de las funciones de la Dirección General de Publicaciones (el sector editorial quedó acéfalo) y Educal y, sobre todo, la idea de que una de las editoriales más importantes de Hispanoamérica editará libros de gusto rápido y fácil, ha comenzado a demoler uno de los patrimonios más sólidos de todos los mexicanos, pobres, ricos, clase media o personas sin clasificación posible. Otra vez el fantasma autoritario de la represión. Para el lector verdadero es una pesadilla.
ÁSS