Frente al poder

Café Madrid

Martin Baron, ex director del 'Washington Post', da una clase magistral de periodismo en su más reciente libro.

Martin Baron, ex director del Washington Post. (Foto: Justin T. Gellerson)
Víctor Núñez Jaime
Ciudad de México /

Cuando un presidente invita a comer al dueño y al director de un periódico (“de manera discreta”, es decir, sin incluirlos en la lista de personas que visitan su residencia oficial, la cual debe ser pública) no lo hace para entablar una amistad. Espera convencerlos de que su gobierno reciba a una cobertura “amable” y, de paso, se ofrece a hacerles algún “favor”, ya sea personal o que tenga que ver con el grupo empresarial al que pertenece medio de comunicación. Le pasó en 2017 a Martin Baron, entonces flamante director del Washington Post, con Donald Trump, quien no tardó en darse cuenta de que no lograría su objetivo.

Nunca antes un líder del país más poderoso del planeta había denostado y atacado tanto a los medios de información como lo hizo (y sigue haciéndolo) el empresario que hace unos días fue declarado culpable de 34 delitos y que pretende volver a la presidencia. Los detalles de la tormenta los cuenta el propio Baron en Frente al poder. Trump, Bezos y el Washington Post (La Esfera de los libros), que presentó la otra tarde en la Asociación de la Prensa de Madrid.

El hombre que encabezó la investigación sobre los abusos sexuales cometidos por decenas de sacerdotes católicos en The Boston Globe llevaba siete meses al frente del Post cuando recibió la noticia de que el nuevo dueño del periódico sería Jeff Bezos y se temió lo peor, pues Amazon tenía varios intereses con el gobierno estadounidense (le vendía servicios informáticos en “la nube” a organismos como la CIA). “Por fortuna el panorama se despejó enseguida. Bezos no intervendría en nuestro trabajo. Al contrario, nos ayudaría a mejorar su calidad, permitiéndonos contratar a más periodistas, dando vía libre a nuestras investigaciones y acelerando nuestra transformación digital”, dijo ante un público compuesto en su mayoría por reporteros.

A lo largo de más de 500 páginas, el periodista que se jubiló en 2021 (“no como en los países hispanos, donde hay periodistas que no abandonan la silla después de cumplir 65 años e impiden así el paso a las siguientes generaciones”) cuenta un fascinante y aleccionador juego de poder entre el periodismo y la política, desde la óptica de un diario que ha influido en la historia reciente de Estados Unidos (publicando “los papeles del Pentágono” sobre la guerra de Vietnam y propiciando la caída de Richard Nixon, por ejemplo) y que constituye un faro para los periodistas de medio mundo.

Todos en la redacción del Post esperaban que Baron fuese “el nuevo Ben Bradlee”, el legendario director que había sido uno de los guardianes de la democracia, y durante ocho años, dijo, lo intentó. Su primer hit fue dar cabida a los papeles de Edward Snowden para demostrar la vigilancia invasiva que ponía en peligro la privacidad de los ciudadanos. El gobierno acusó al periódico de “traidor”, pero el Post volvía a tener de qué presumir, después de pasar una temporada de capa caída. Luego documentaron la injerencia rusa en las elecciones de 2016 a favor de Trump quien, gobernando a golpe de tuit, declaró que después de algo así no tenía más remedio que “estar en guerra con los medios.” Baron, por su parte, le respondió: “Nosotros no estamos en guerra con el Gobierno. Nosotros estamos trabajando”.

Siguieron trabajando en más historias propias, en evitar la explotación diaria del equipo (“había jefes que les exigían a sus reporteros hacer varias notas al día”), en desarrollar el equipo de verificadores (porque el presidente y otros políticos decían cada día más mentiras) y en limitar el uso de Twitter —ahora X— por parte de sus periodistas, porque para varias veces sus opiniones personales solían confundirse con la línea editorial del periódico. Esto, reflexiona Martin Baron, fue lo que empezó a quebrar la buena relación del director con sus subordinados, quienes empezaron a sentirse censurados. También le criticaron que no hubiera más negros y latinos en la redacción, porque él había prometido armar un equipo que reflejara la diversidad social del país para el que trabajaban. “Fue un error grave no haberlo hecho”, reconoce ahora.

Hay muchas lecciones de periodismo en este testamento profesional. Me quedo, principalmente, con esta: “Los periodistas no deberíamos empezar nuestro trabajo dando por hecho que conocemos las respuestas; tenemos que buscarlas y encontrarlas. Tenemos que ser oyentes generosos y aprendices entusiastas”.

AQ

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