Con la publicación de Huaco retrato (Literatura Random House, 2021), la autora peruana Gabriela Wiener se ha convertido en una de las más exitosas portavoces de la llamada literatura del yo, un género entre la ficción, la crónica, el reportaje, el diario personal, la autobiografía y la memoria que ha ganado cada vez más lectores en América Latina, donde había poca tradición para estas exploraciones personales.
Huaco retrato está sostenido por cuatro expediciones: la historia del tatarabuelo de la narradora, Charles Wiener, un austriaco que en el siglo XIX visitó Perú al frente de una misión científica, embarazó a una mujer (la verdadera fundadora del linaje, de la que casi nadie habla) y abandonó el país con una colección de piezas de cerámica que ahora se pueden ver en un museo en París; está también la historia del padre recién fallecido de la narradora, un periodista de izquierda que sostiene dos casas, la oficial, la familia de la autora, y otra familia, la de su amante y una hija; luego, está la huella de todo este pasado en el cuerpo de la autora, una mujer morena, de rasgos indígenas con un apellido extranjero en un país racista como Perú y avecindada en otro país, como España, donde el racismo es igual de persistente, pero está cubierto por una capa de respetabilidad progresista; y, finalmente, se trata también de una indagación del deseo, del impulso poliamoroso de la narradora como una manera de superar la marca del colonialismo que nos impone un modelo blanco y patriarcal de relaciones personales. Wiener teje estas historias con mucha astucia literaria y nos entrega un libro corto, eficaz y bien labrado.
Me gusta lo que escribió Paul Preciado, un filósofo español conocido por sus aportes a la teoría queer, sobre el libro de Gabriela Wiener: “Poco a poco lo que parece el encuentro fortuito de una máquina de coser y un paraguas sobre una mesa de disección, se acaba convirtiendo en el mejor libro que he leído sobre la filiación y el amor en la condición poscolonial contemporánea. ¡Gabriela Wiener inventa la psicogenealogía queer y descolonial!”
Como el libro se publicó en octubre pasado, justo en el mes cuando en España se celebra el controvertido Día de la hispanidad (aquí Día de la raza), generó una amplia discusión sobre el racismo ibérico. El debate ya estaba caldeado por el intento de la derecha de relanzar la hispanidad como programa político y de apuntalar a la Conquista como una empresa civilizatoria. Hay que decir, además, que el presidente Andrés Manuel López Obrador ya había hecho su contribución a este asunto cuando pidió que la Corona española ofreciera una disculpa por la Conquista. El debate se encendió más luego de que a principios de octubre el mismo papa Francisco pidió perdón al pueblo de México por los “pecados cometidos” por la conquista española. El expresidente de derecha José María Aznar había ridiculizado la petición de López Obrador y la alcaldesa de Madrid había reprochado las palabras del papa sobre el asunto. Dijo que el indigenismo era una forma de comunismo.
En medio de este clima llegó Gabriela Wiener con su libro, y sus descripciones de los zoológicos humanos europeos, donde se exponían a los indígenas de América como una rareza digna de observación. A finales del siglo XIX, en Madrid hubo un centenar de indígenas filipinos expuestos al público. Barcelona tuvo también su exhibición de negros salvajes. Es la misma huella que está impresa sobre uno de los pasajes más sobrecogedores del libro: la narradora va a una fiesta de cumpleaños de la abuela de su esposa Roci (la narradora vive en una relación poliamorosa con Jaime, un peruano, su primera pareja, y Roci, una española). Es una reunión en el seno de una familia burguesa de Madrid cuya matriarca es católica y franquista. Se da por descontado que Gabriela o Roci explicarán la naturaleza de la relación entre ellas; pero lo que es imposible de esconder es el aspecto de la narradora: “Entonces de refilón oigo a la abuela hablar, le está preguntando a alguien por mí, concretamente, le está preguntando a una de sus hijas ‘qué tal trabajo’. […] Le intentan explicar que se está equivocando, una de las tías de mi chica se desvive intentando explicarle que yo soy la amiga de su nieta, la periodista que escribe cosas. ¡Ella escribe en El País, mamá!, exclama. Pero ella no se da cuenta de lo que está pasando y esta vez se dirige a mí para preguntarme cuántas casas limpio, porque la mujer paraguaya que trabaja en la suya se va a ir a fin de mes a su país de vacaciones y ella se va a quedar sola”.
Uno de los mayores atributos del libro es esta mirada sobre las identidades dudosas, bastardas, es que se vuelve un examen sobre sí misma y su lugar en el mundo. Gabriela Wiener nos tiene acostumbrados a estas indagaciones incómodas. Desde su primer libro, Sexografías (Melusina, 2008), la autora se somete a situaciones sexuales extrañas; un club de swingers, la zona de las putas y las travestis de París, la recámara de la estrella porno española, Nacho Vidal. Aquella era una cronista explorando el periodismo gonzo, donde el narrador ocupa el paisaje que describe para convertirse en protagonista de la historia. Desde entonces, sus lectores sabíamos que estábamos frente a una rebelde que no tendría compasión sobre sí misma. En Nueve lunas (Literatura Random House) —un libro publicado en 2011 y reditado con 2021 con una revisión de la autora sobre aquellos aspectos que le provocaban un dolor en el ojo, como dijo en una entrevista—, Wiener narra un lado oscuro y crudo de su embarazo, el dolor, la extrañeza ante las transformaciones corporales, las obsesiones que se le ocurren a una migrante peruana en España que esta a punto de parir. Y en uno de mis libros favoritos, Llamada perdida (Malpaso 2016), Wiener regresa con una colección de ensayos personales y muestra a una autora dispuesta a enfrentar sus propios demonios. No es difícil empatizar con este esfuerzo de autoconocimiento y las situaciones extremas en que nos ponen.
Otra lección de la propuesta de Wiener es su capacidad de convertir sus exploraciones en una actuación. El año pasado presentó una obra de teatro sobre su relación poliamorosa, Qué locura enamorarme de ti, donde actuaban ella misma, Jaime y Rocío, el trío completo, y sus dos hijos, que aparecen en video, dirigidos por la peruana Mariana de Altahus. Se trataba de una crítica a la manera en que el conjunto amoroso ha gestionado sus acuerdos, una escenificación de cómo estalla la relación frente a un público que llenaba el teatro todas las noches, primero en Lima y luego en Madrid. A veces pienso que era una desvergüenza. A veces, que se trata de una genialidad. En cualquier caso, no se puede permanecer indiferente a Gabriela Wiener.
Además de los escándalos que provoca, Wiener se vio recientemente involucrada en un incómodo episodio. Con el cambio de gobierno en Perú, el Ministerio de Cultura hizo cambios en la comitiva de escritores que representará al Perú, el país invitado en la Feria del Libro de Guadalajara. Le quitaron el boleto a tres mujeres: Katya Adaui, Karina Pacheco y a la propia Gabriela Wiener. Otros autores renunciaron al honor de representar a Perú en protesta por estos cambios. Hace poco hablé con Gabriela y le pregunté sobre este episodio. Aunque no le gustó la forma en que se hicieron los ajustes, básicamente está de acuerdo con que su lugar sea ocupado por una representación de escritores menos conocidos, de culturas diferentes y de lugares remotos.
Así que en esta FIL no tendremos a Gabriela Wiener, pero contamos siempre con su espíritu iconoclasta, con su capacidad de revisarse a sí misma como una metáfora del constante examen que hacemos todos de nosotros mismos. Su lección es la de hacerlo sin compasión, para desenmascarar engaños personales, pero también históricos, políticos y sociales.
AQ