Polémico y provocador, Gonzalo Martré, nom de plume de Mario Trejo González (Hidalgo, 1928), es autor de una ingente obra —más de cincuenta volúmenes— que abarca cuento, novela, ensayo y periodismo, en la que la sátira ocupa un sitio medular. Su más reciente libro de cuentos, 10 monstruos del siglo XXI. Los monstruos legendarios reaparecen (Cofradía de Coyotes, 2022), es una summa de sus intereses que abarcan el tema sexual, la ciencia ficción, la crítica al gobierno y la sátira de la vida cultural; los personajes clásicos —el hombre invisible, Drácula, el hombre lobo, el monstruo de Frankenstein, entre otros— se hacen presentes actualizados (o recargados, dirían hoy). En la siguiente conversación deja atrás algunos prejuicios que lo rodean y su imagen se vuelve más justa.
—Desde el principio de tu carrera fuiste un escritor considerado incorrecto, por eso creo que tu antecedente directo es Rubén Salazar Mallén. ¿Estarías de acuerdo? ¿Qué te parece su literatura?
Cuando publiqué mi primer libro titulado Los líquidos rubíes, que luego circuló como Los endemoniados (1967), habían pasado 30 años desde que Rubén Salazar Mallén fue proscrito por su estilo crudo, su lenguaje directo pletórico de leperadas; en esas tres décadas ningún escritor se aventuró a imitarlo hasta que llegué yo. No todo ese primer libro mío estaba redactado en un estilo como el de Salazar Mallén, tan solo dos relatos que se referían a las aventuras de un grupo de vándalos amigos míos que incursionaron al carnaval de Veracruz en 1953; pero fue suficiente, lo correcto era escribir con un estilo pulcro, muy fresa, muy cuadrado y yo fui la excepción; me gané el mote de pornógrafo y hube de soportarlo durante diez años, hasta que apareció Los símbolos transparentes. Mi primera novela fue Safari en la Zona Rosa (1970), luego una novela corta titulada Coprofernalia (1973), ciento por ciento escatológica y la tercera también corta en 1973 eróticamente desenfadada Jet Set, una sátira de la alta sociedad universal. En 1978 me sacudí el título de pornógrafo con la ya mencionada Los símbolos transparentes.
—Con Safari en la Zona Rosa se te considera precursor de la novela sobre el homosexualismo. Además de la provocación por abordar este tema en esa época, literariamente ¿qué quisiste explorar?
Los verdaderos precursores fueron escritores homosexuales que dieron a luz novelas que tan sólo circularon en el ambiente lésbico y homosexual varonil. Están ya olvidadas, nunca hubo novelas que trascendieran dicho ambiente, estaban bien arrumbadas en el clóset y por eso a mí se me ocurrió desempolvarlas. Recuerdo que Luis Mario Schneider escribió un libro sobre esas novelas de y para homosexuales de ambos bandos. Escribí la novela pensando en que el tema homosexual no había sido difundido en la literatura mexicana como merecía y fue un éxito, por primera vez una novela con el tema homosexual era ampliamente difundida, reconozco que en eso me ayudó Gustavo Sainz quien me presentó al editor.
—El aspecto sexual define en gran medida esa primera etapa de tu obra, ¿tan cerrada y mocha era nuestra sociedad? Algún autor en especial te influyó, ¿Henry Miller tal vez?
Cuando leí Trópico de Cáncer supe que algo así tendría que escribir, yo no quería sumarme al montón de cuentistas y novelistas que escribían sin tocar el tema sexual, solo lo insinuaban, como en las películas gringas de aquella época. La sociedad era pudibunda y los escritores temían ser anatemizados. Por eso, ya lo dije, me encasillaron como pornógrafo, sin serlo.
—Los símbolos transparentes, a pesar del ninguneo en ciertos círculos, se ha impuesto como una de las mejores novelas sobre el 68 y ahí están sus ediciones en prestigiadas editoriales. ¿Llegaste a sufrir persecuciones gubernamentales u otro tipo de agresiones? ¿Qué tanto te consideras un contracultural?
No es una de las mejores, es la gran novela del 68, reconocida así en la actualidad. No sufrí persecuciones de ninguna manera, los reseñistas —salvo dos o tres pagados por el gobierno— fueron unánimes en señalarla como una gran novela. En cuanto a considerarme yo contracultural, no es así, pero una buena parte de lectores y reseñistas me considera contracultural, y yo no me opongo.
—Fuiste fundador de la Asociación Mexicana de Ciencia Ficción y Fantasía, ese interés se halla presente todavía en 10 monstruos del siglo XXI. Obviamente tu bagaje científico te acercó a este género, ¿qué aportó a tu formación; qué autores te interesan en este campo?
Tenía once años cuando vi Flash Gordon en Marte, una película en doce episodios que me cautivó. En seguida vi La invasión de Mongo con el mismo personaje y ya quedé enamorado de las películas de ciencia ficción que para aquel entonces eran aventuras en el espacio con cero ciencia. Ya en la adolescencia fueron publicadas en México las historietas de Brick Bradford, Buck Rogers y Roldán el Temerario, también de aventuras espaciales con poca ciencia. Y en los años 50 fueron publicadas en México muchas revistas gringas traducidas al español y llegaron grandes novelas de ciencia ficción en la colección Nebulae y así leí a Isaac Asimov, Wyndham Martin, Campbell y muchos otros. Y comencé a escribir ciencia ficción pero sin imitar a los escritores franceses y anglosajones. Mi primer cuento fue “Barnardiana” cuyo tema es los trasplantes de órganos humanos; luego siguió “Comportamiento colectivo”, un cuento con tema de destrucción total de nuestro planeta; ya en ésta década escribí “Qué pasa en el Congo”, novela de anticipación pues su tema es una pandemia provocada por malvados extraterrestres que destruyen toda vida humana en la Tierra; ya antes había publicado otra sobre un virus pandémico creado por dos científicos mexicanos con el objetivo de barrer con los homosexuales de la faz del planeta. He escrito mucha ciencia ficción y mi amigo Juan Carlos Castrillón publicará en los próximos meses una recopilación de todos mis cuentos y relatos del género, que no son pocos.
—Más allá del divertimento que pudo haber sido la historieta Fantomas, creo que las cuestiones científicas que llegó a tener cuando la hacías era cosa tuya y no de Gerardo de la Torre. Quién es el padre de “Fantomas”, ¿él o tú?
Los padres fueron los escritores franceses Allain y Souvester, en 1911, o sea que el personaje tiene 110 años de existencia. El mexicano Guillermo Mendizábal lo adaptó magistralmente a historieta en 1968; la editorial Novaro despojó a Mendizábal de sus derechos intelectuales sobre el Fantomas-historieta y encontró en Gerardo de la Torre y yo quienes se ocuparan de los argumentos. Gerardo estuvo solo un año y se retiró pues encontró en la TV independiente mejor porvenir como argumentista, entonces yo solo me encargué de los argumentos durante los siguientes nueve años y, como dices, los cuestionamientos científicos fueron obra mía, debido a mi formación profesional como ingeniero químico.
—En cuanto al narco, también fuiste de los primeros en tratar el asunto. ¿Intuiste que el problema iba a tener los niveles que ha alcanzado en nuestros días?
Fui el primer escritor mexicano en ocuparse del narco con mi novela satírica El cadáver errante (1993) basada en un crimen real cometido en la persona de un catedrático gringo que desapareció en Sinaloa. Años después escribí cuatro narconovelas cortas; alguien en su tiempo dijo que eran excesivamente violentas, mucho sexo, demasiadas muertes, la realidad superó con mucho mis ficciones. No soy mal profeta, intuí que se iban a alcanzar marcas increíbles de violencia, en mi primera narconovela el capo importante es el Cochiloco, digno precursor del Chapo y los actuales jefes de los cárteles de Jalisco y Sinaloa.
—Algunos lectores te ven cierta cercanía con el brasileño Rubem Fonseca, ¿tienes influencia de él?
Pura coincidencia, a Fonseca lo leí no hace mucho.
—Eres novelista, cuentista, ensayista, ¿en cuál género te has sentido más a tus anchas?
En la novela, luego en el cuento, llevo publicados poco más de 100 cuentos entre los de ciencia ficción, fantasía y de varia invención pero toda mi obra permeada por la sátira, la cual es mi fuerte.
—¿Cuál consideras tu obra más redondeada?
El címbalo de oro, indudablemente, también es mi novela más extensa, 500 páginas de pura sátira; este libro satiriza los principales acontecimientos políticos y artísticos de la última década del siglo XX. Fue publicado el primer día del siglo XXI, ni los críticos ni los reseñistas se han ocupado de él.
AQ