“¿Cómo saberlo?”, preguntó un reportero, “¿tiene pruebas concluyentes de que existe un sendero anterior a la vida?”. “¿Le teme a la muerte?”, interrogó otro.
Mark Twain agitó su abundante y ondulada cabellera blanca, removió el tupido mostacho grisáceo, contestó:
“Antes o después, arriba o abajo… nada que importe antes de nacer. ¿Pruebas?, pide usted. Puedo decirle con toda certeza que la verdad es un faro que se ha quedado sin gas. Era, ya no es. Y la muerte, ¿por qué habría de temerle? Antes de nacer permanecí sin vida millones de años y nunca tuve el menor inconveniente”.
En el sendero del caos que a veces conduce al orden fugaz llamado vida, Twain, un humorista macabro, sincero modernista y precursor del posmodernismo, estaba convencido de que, si alguien se lo propusiera, encontraría dificultades para descubrir un ser humano entre todos los bebés que nacían a diario en el umbral del siglo XX. No importa, de todos modos millones se fueron durante las dos guerras mundiales de dicha centuria, en particular los mejores.
Caminando por la orilla del río Limago, que atraviesa la ciudad de Zurich, viene a colación el viaje de un explorador a lo largo de esta ruta imposible, que parte de la nada y culmina con la primera bocanada de aire que ejercemos al nacer. Me refiero a Hans Arp. Su vida estuvo salpicada de momentos esquizofrénicos; de hecho, podría establecerse un paralelismo entre su deterioro mental y el derrumbe de las convulsas sociedades europeas a fines del siglo XIX y principios del XX.
Arp creó arte a partir del caos. Ejemplo fehaciente es su collage Antes de mi nacimiento (50 x 110 cm, 1914). Entonces inventó el arte dadá. Convocó a otros como él, disgustados por las masacres de uno y otro bando durante las guerras de esos años, y en esta misma ciudad nació no solo una forma inédita de hacer arte, sino un sendero ignoto.
Para Arp lo orgánico es el principio formativo de la realidad. No hay nada más abstracto que lo orgánico, como sugiere el cuadro mencionado antes. Sus características siluetas amorfas iniciaron el arte abstracto, aunque después serían imitadas hasta la saciedad, incluso por él mismo.
El dadaísta jugueteó con la idea del azar, innata al nacimiento de cualquier ser que haya poblado la Tierra u otros mundos. Solía cortar papeles de colores, los lanzaba al aire y los dejaba caer para que la composición resultante fuera del todo imprevisible. Como demuestra el collage que nos ocupa, Arp no veía caos en el azar; más bien lo consideraba como una especie de “ley natural”.
En esa búsqueda de pistas que nos digan algo de la vida antes de nacer hay otro cuadro ilustrativo. Se encuentra en el Louvre de París. Es un óleo sobre madera transferido a tela, realizado entre 1520 y 1524 por Giulio Pippi de Jannuzzi, llamado Giulio Romano, pintor y arquitecto considerado uno de los principales representantes del Manierismo. El cuadro mide 115 x 122 cm y se intitula La circuncisión.
Circuncidar a los varones recién nacidos es una práctica milenaria, justificada por motivos religiosos, cultivada por tradición, impuesta por una supuesta profilaxis. La circuncisión femenina es una aberración. Esta magnífica obra, en la que Romano exhibe sus enormes dotes estéticas debido a un manejo soberbio del espacio y la luz, nos transporta a un tiempo cuasi congelado, un instante en el que se decide la felicidad sexual del nonato y lo conecta con su pasado inexistente, improbable, pues es verdadero mas no cierto.
Se sabe que Romano asistió a su maestro Rafael en la decoración de las Estancias del Vaticano, en particular las salas de Heliodoro, la del Incendio y en la de Constantino. Semejante experiencia se reflejan en este lienzo. En 1524 fue contratado en la corte de Federico Gonzaga, localizada en Mantua, donde revolucionó la vida cultural y el paisaje urbano. Murió ahí en 1546.
Este periplo por el camino previo a todo lo que vendrá con la vida culmina una tarde de tantas frente a una pequeña obra atribuida al mismo Romano, si bien lo único que se sabe con certeza es que fue trabajada en el taller de Rafael. Se trata de un óleo sobre madera, realizado entre 1516 y 1518. Bajo el título de Ceres, Diosa de la fertilidad o La abundancia, representa a la divinidad que nos trae del olvido en el que flotamos antes de nuestro nacimiento.
AQ