Inferno de Botticelli | Por Avelina Lésper

Casta diva

¿En dónde están los límites entre la belleza y la aberración, bajo qué condena hay seres humanos capaces de alcanzar lo sublime explotando nuestra desventura?

Ilustración al Canto XXXI del Inferno de Dante. (Sandro Botticelli)
Ciudad de México /

Merecía haber acompañado a Dante en su viaje filosófico, lo hizo dos siglos después, bajo el encargo de Lorenzo de Medici. El divino pintor, creador del Allegoria della primavera se unió a Virgilio en el recorrido por la miseria humana que padece los sufrimientos a los que nuestra desgraciada naturaleza sucumbió durante la existencia. Cuerpos desnudos revolcándose en ríos de sangre y lodo, encadenados, devorándose a sí mismos, retorcidos en sus alaridos, fauces desorbitadas que vomitan, cabelleras de serpientes, el Inferno es la dramática representación de un genio que desborda su virtuosismo para el horror.

Dante escribió la Divina Comedia durante su doloroso exilio de Florencia, y realiza la más exquisita de las venganzas: inmortalizar a sus verdugos y difamadores en una condena que ha durado siglos, hundiéndolos en una infamia equivalente a la gloria del poeta.

Los dibujos son más poderosos que las pinturas, en la austeridad de la línea se desnuda en sufrimiento, la representación es morbosa, la belleza de los trazos, curvas caligráficas, en una continuidad narrativa. La seducción de este Inferno es el horror, Dante traslada su propio dolor a la descripción de esa pesadilla.

Los Pecados Capitales son el espectáculo fascinante que Botticelli lleva a una cinética estremecedora, la orgía de sus dibujos, los cuerpos se muerden entre ellos, cadenas que los sujetan, aberraciones de la debilidad del espíritu. Capturar la belleza es la condición para lograr el horror, en su contradicción, está la respuesta para alcanzar la esencia del miedo, y aún así, con esa advertencia portentosa nos arrastra a asomarnos al abismo.

Los poemas de Dante y los dibujos de Botticelli existen porque una raza despreciable puede engendrar genios sublimes, y los convierte en testigos. Dante realiza ese viaje y contempla lo que él mismo ha creado, es un viaje por su talento, por su capacidad infinita de mostrar un reflejo de nuestro ser que jamás han conseguido ni la sociología, la psicología ni ninguno de esos especuladores de ciencias acomodaticias y panfletarias.

En las líneas de la Divina Comedia, escrita en toscano vernáculo, las entrañas que rompen sus cicatrices, cismáticos con sus vísceras derramándose, las palabras iracundas que dividieron, iniciaron guerras, siguen en su arrogancia existiendo, y Dante las describió para vaticinar su perpetuidad.

¿En dónde están los límites entre la belleza y la aberración, cómo puede haber poesía en la obra de Dante y en los dibujos de Botticelli, bajo qué condena hay seres humanos que son capaces de alcanzar lo sublime explotando nuestra desventura? No existen, en ese Inferno, habita la mitología de nuestra psique. La Divina Comedia no es un libro religioso, no hace proselitismo, es poesía, filosofía, es la invención del realismo, no hay supuestos, no hay metáfora, eso somos, eso seremos.

ÁSS

  • Avelina Lésper

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