Ingrid Beaujean: “Quiero cantar hasta que mi cuerpo diga que nos vamos a dormir”

Entrevista

El próximo 18 de abril, la jazzista mexicana ofrecerá un concierto en el Teatro de la Ciudad Esperanza Iris para presentar su nuevo álbum, 'Jueves de ríos', del que habla en esta entrevista.

Ingrid Beaujean, jazzista y compositora mexicana. (Foto: Ángel Soto)
Ángel Soto
Ciudad de México /

Quiero ser un ave que construye una canción.

Quiero que tú seas mi melodía y el viento en el que voy.

Ingrid Beaujean, “Barco de papel”.


Para ciertas leyendas de la música, la jubilación supone una coda que se encuentra siempre fuera de repertorio. Adeptas a la desmesura, se rigen por una dinámica de oposiciones: o experimentan vidas fugaces que culminan trágicamente a los 27 años o prolongan su lucidez artística hasta los confines del lecho mortuorio, a la manera de Mick Jagger.

Hay, en cambio, músicos que se decantan por la extravagancia. A finales de los 90, la jazzista Ingrid Beaujean se impuso el retiro más precoz en la historia de la música mexicana. Tenía 13 años cuando decidió abandonar el canto, luego de haberle dedicado la mitad de su vida. ¿Acaso el crepúsculo del milenio le insinuaba que el porvenir debía carecer de banda sonora? Por fortuna, además de prematuro, su retiro fue breve.

Como en las epopeyas, los héroes del mundo real ofrecen sus virtudes en los instantes de mayor apremio. En medio de la incertidumbre vocacional, Ingrid escuchó a Sarah Vaughan y confirmó que las pasiones auténticas no tienen fecha de caducidad. La voz de Sassy la liberó de la abstinencia musical y le devolvió el amor al canto.

En la primavera de 1986 —año del nacimiento de Ingrid— Vaughan sostuvo una conversación con la pianista Marian McPartland para la NPR. Hacia el final de la charla, tras ejecutar una soberbia versión de “Poor Butterfly”, Vaughan deslizó una frase digna de su sobrenombre —sassy en inglés significa “descarada”—: “La música no debe ser perfecta. Cuando llega a serlo, hay algo en ella que no se siente bien”. La mujer que mereció el apodo de la divina por la distinción de sus interpretaciones, autorizó a los músicos del futuro a profesar el error.

Una filosofía similar ampara los anhelos artísticos de Ingrid Beaujean. “Hacer canciones me permite despertar la artisticidad y la creatividad sin parámetros erróneos”, me cuenta durante un día particularmente caluroso de finales de febrero. Nos hemos reunido en una cafetería de la Colonia el Valle en jueves, porque —dice con voz estoica— es su único día libre. Recientemente ha estado dividiendo sus horas entre la docencia —es maestra en la Escuela Superior de Música—, el programa de radio Ejazz —que desde hace más de una década conduce junto a su hermana gemela, Jenny, en Horizonte 107.9—, las presentaciones del grupo vocal Las Billies y la preparación de su próximo concierto en el Teatro de la Ciudad Esperanza Iris, un evento que servirá para presentar su más reciente álbum, Jueves de ríos.

Además de compositora, Ingrid Beaujean es locutora y maestra de canto. (Foto: Ángel Soto)

El novelista Juan Gabriel Vásquez ha dicho que la mejor literatura surge de las heridas. Dado que la música es un arte que se aprende por imitación, hago acopio de esa frase para describir el origen de Jueves de ríos: la mejor música proviene de una laceración de las emociones. ¿Alguien pone en duda los motivos de la trascendencia de José Alfredo?

En 2020, el planeta agonizaba en terapia intensiva. Un habitante del mundo microscópico había logrado poner en pausa nuestra estabilidad cotidiana. Ingrid Beaujean se descubrió ante una circunstancia atípica: ser cantante representaba un riesgo letal. “Éramos armas mortales en aquella época”, dice mientras desvía la mirada hacia algún sitio de su memoria. “Me abrumaba pensar lo que significaba hacer música en ese momento, cómo el poder de una voz podía contagiar a toda una comunidad”.

La pandemia le reveló que toda dicha incluye la posibilidad de sufrir un revés. Y el efecto que surtió fue doble: paralizó su inventiva y su serenidad mental. La música enfermó de realidad.

“Yo nunca me había sentido mal. Me gusta mucho ser positiva, amable. Buscar la calma y estar bien en la vida son mis objetivos principales. En ese momento, cuando me sentía fatal, no sabía qué estaba pasando conmigo. Entonces busqué ayuda y el psicólogo me hizo entender que, por aspirar a esa buenaondez, muchas veces no digo cosas que necesito externar. El proceso se trató de eso: darme cuenta que decir las cosas no significa hacer guerra. Después, ya que me empecé a sentir mejor, analicé lo que estaba pasando y entonces pude hacer música sobre eso”.

Los primeros versos de “Esos días”, la canción que abre el álbum, sintetizan el desasosiego que atravesó a Beaujean:

Me he sentido mal, perdí las palabras. 

No puedo decir más, dejé de vivir.

No puedo caminar, me paraliza el miedo 

No quiero decir más, dejé de sentir.

La música destaca de otras artes por su ingravidez. Para subsistir, el sonido requiere solamente del aire. No obstante, una canción puede golpear con la fuerza de un piano lanzado desde el séptimo piso. Por eso, la música representa el triunfo de la voluntad sobre el pesimismo. Cuando los pronósticos anuncian un fracaso, alguien compone una canción.


Ingrid, te has presentado en teatros, foros, explanadas y cuanto recinto podamos nombrar. ¿El escenario todavía es un desafío para ti?

Sí, cañón. En este caso me ocurrió desde que le presenté las canciones a los amigos que me ayudaron a producir el disco. Mi proceso era muy típico de una jazzista: tocaba mucho las rolas con los músicos y cuando sentía que estábamos bien conectados, nos metíamos al estudio de grabación. Jueves de ríos no lo he tocado completo ni una sola vez. El 18 de abril, en el Teatro de la Ciudad, será la primera vez que voy a tocar todas las canciones, porque las construimos en el estudio. Fue un proceso bien distinto al que yo estaba acostumbrada. Nos tardamos 8 meses en producir el álbum.

¿Eres una compositora aprensiva con su música?

En algunas cosas sí, en otras no. Me sucede más con los arreglos. Me gusta la música mexicana, sobre todo los boleros rancheros. Este disco tiene una canción de Álvaro Carrillo, “Luz de luna”. Hay una hay una parte que dice: Yo siento tus amarras como garfios, como garras/ que se ahogan en la playa de la farra y el dolor. / Si llevo tus cadenas a rastras en la noche en la noche callada / que sea plenilunada, azul como ninguna… Aunque en la mayor parte de la canción la armonía es dominante e intensa, yo necesitaba que cuando la letra mencionara a la luz de luna hubiera un acorde mayor, un acorde de plenilunio.

En tu álbum Cuento hay también una canción del folklore mexicano, “El feo”. Independientemente de los lugares que visita tu curiosidad musical, incorporas un ancla a nuestra tradición.

Converjo mucho con cierto tipo de canciones. En el disco de enmedio, que se llama Días lentos, hice un arreglo de “Alma mía”, aunque al final no lo grabé. Siempre parto de personas que admiro mucho musicalmente y les hago arreglos para acercarlos a las cosas que quiero escuchar.

¿Los géneros musicales determinan tu aproximación a la música y la manera en que compones?

Es una buena pregunta, pero me tiene sin cuidado el género en que compongo. Por ejemplo, en la canción “Iluminados” sólo pensaba en alguien a quien quiero mucho y que la estaba pasando mal. Y yo quería decirle que todo estaría bien. Entonces, busqué acordes que pudieran combinarse bien con eso. Si salió pop o jazz u otro género, no es tan importante. Afortunadamente, mis amigos del alma, los que siempre me han acompañado en estas búsquedas, son súper abiertos a todo tipo de música. No tienen ningún reparo y pasan de un género a otro sin problemas.

Jueves de ríos también es un álbum muy onírico

Sí, para mí el mundo de los sueños es algo muy especial. Me gusta la idea de que cierras los ojos para llegar a otra realidad, que es el sueño. En mi caso, muchas cosas expresivas suceden ahí.

¿Qué virtud aprecias en la gente que se dedica a hacer música?

En cuanto tecnicismos, que tengan muchos elementos de musicalidad, que sean expresivos, que haya momentos de clímax y de tranquilidad. Me gusta que haya una comunicación directa entre los músicos involucrados. Por eso me gusta tanto el jazz, por el interplay (una especie de ida y vuelta en la que cada parte afecta a la otra). Pero hay artistas que no tocan jazz y que también tienen esa comunicación. Por otro lado, me gusta que la música sea también diversión y entretenimiento. Hacerla simplemente para servir a los demás. Y me gusta que alguien pueda generar una comunidad a través de la música.

¿Has sentido algún temor relacionado con la música?

Desde chiquita he sido muy miedosa a las cosas relacionadas con los monstruos. Guanajuato era terrorífico para mí por las momias. Extrapolando eso a mi vida, veo que siempre he sido muy cautelosa. En la música, al principio, sentía la presión de no equivocarme jamás, de cantar increíble y en la tonalidad perfecta. A veces me causaba miedo tocar con ciertos músicos o expresar ciertas cosas. Después dije: “si los fantasmas no me hicieron daño de niña, estos fantasmas tampoco me van a dañar”.

Pero hay un miedo que sigue latente. La industria de la música, para mí, es como un monstruo gigantesco que se apodera de la gente. Me da mucho miedo pensar que a través de las cosas que se miden en la industria pudieran sorprenderme y decirme que lo que hago no vale la pena. Me da miedo asumir esa perspectiva o darle valor a las cosas a través de la masividad que podrían tener.

¿Cuál es tu parámetro del éxito?

Hacer una canción ya es ser exitoso. Estudiar una carrera de música es tener un gran éxito. Hacer un disco es un éxito tremendo, igual que generar un concierto. Que alguna persona se sienta identificada con lo que hiciste, eso es un verdadero éxito.

¿Y tu mayor aspiración en la música?

Hay dos aspiraciones que son muy importantes para mí. La primera es seguir haciendo música y, si se puede, no tener que preocuparme tanto por llenar los lugares. Esa sería una calma increíble.

La otra aspiración es más bien personal. Hay una cantante que se llama Sheila Jordan. Ella tiene unos 95 años y sigue cantando. Canta jazz y se va de gira. La aman adonde va. Me gustaría seguir cantando hasta que mi cuerpo diga “ya nos vamos a dormir”.

​ÁSS

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