Después del éxito de El infinito en un junco, Irene Vallejo vuelve con la reedición, en Random House, de la novela El silbido del arquero. Publicada originalmente en 2015, recrea la historia de Eneas, el héroe mitológico que luego de la derrota de Troya, en compañía de algunos hombres, abandona su ciudad. Una tormenta hace naufragar los barcos donde viajan, conduciéndolos a un sitio desconocido, que es la costa de Cartago, donde Eneas encuentra a la reina Elisa y a la adolescente sacerdotisa Ana; encuentra también la hostilidad y las intrigas de los guerreros cartagineses que desean casarse con la reina, cuya viudez y belleza aguijonean sus ambiciones.
El silbido del arquero es una novela coral en la que se escuchan las voces de Eneas, Ana, Elisa y el dios Eros, y en la que los tiempos se hilvanan con la presencia de Virgilio, quien dos siglos más tarde será elegido por el emperador Augusto para contar la historia del imperio romano, del que Eneas es la piedra angular.
La aventura, la historia, la mitología, el amor, la guerra, las bondades y miserias de la condición humana forman parte de esta novela que anima la siguiente conversación.
—¿Por qué te gustaría que los lectores se acercaran a El silbido del arquero?
Me hace muy feliz que la novela tenga esta segunda vida. Cuando la publiqué por primera vez en España, al ser yo desconocida, pasó casi inadvertida. Invitaría a quienes se acerquen a ella a que la vean como un relato para meditar sobre nuestro mundo. Lo que para mí vuelve apasionantes las novelas históricas es que el escritor está, de alguna manera, indirecta o metafóricamente, tratando de hablar sobre el presente, lo que, a su vez, está profundamente conectado con nuestra posibilidad de construir futuros posibles en la imaginación. Creo que zambullirse en el pasado es una forma de salir luego a la superficie con herramientas para construir el porvenir que soñamos y protegerlo de los accidentes, de los obstáculos que quizá surgirán cuando querramos hacer realidad esas ideas y esos proyectos, porque las generaciones que han vivido de una manera tan cómoda, tan distinta a la de otras épocas, con frecuencia olvidan las tragedias ocasionadas por la guerra o la intolerancia.
—Por qué elegiste como epígrafe la frase de Ana María Matute: “Algunas victorias no son ni gloriosas ni recordadas; pero algunas derrotas pueden llegar a ser leyendas, y de leyendas pasar a victorias”.
Ana María Matute ha sido una escritora muy importante e influyente en mi literatura; su frase condensa la reflexión de esta novela sobre en qué consiste realmente el éxito o el fracaso, que a veces no son tan evidentes como pensamos. El protagonista, el héroe mitológico Eneas, se nos presenta como un refugiado, como alguien que después de la derrota de Troya escapa de la toma y el saqueo de su ciudad y se convierte en un emigrante. Ese es el detonante, ahí nace mi interés por recuperar esta historia y por narrarla en términos contemporáneos, porque la emigración es uno de los grandes temas del mundo en que vivimos, que se va volviendo cada vez más complejo y cada vez más transitado por esos constantes movimientos nómadas de gente buscando una nueva vida en otros países, en otros territorios, en otras latitudes. Quise recordar que en los fundamentos de la mitología, de nuestra cultura, tenemos a este personaje que es un héroe de un perfil diferente; es un héroe que ha perdido la guerra y busca un lugar para reconstruir su vida. Esta situación engrana con muchos de los conflictos que está viviendo la humanidad, la búsqueda de un lugar donde comenzar de nuevo y construir algo más poderoso que las derrotas: una victoria como la que representa Eneas en esta novela, donde muy al principio exploro algo que sucede al inmigrante: no saber a dónde llega, su desconcierto al estar en una tierra desconocida sin saber lo que le espera.
—¿Podrías ampliar tu opinión sobre ese sentimiento de los inmigrantes ante lo desconocido?
El corazón de esta novela es que quien abandona su país, su tierra, es probablemente el constructor de nuevas culturas, de nuevas realidades, porque la humanidad siempre ha forjado sociedades a través del mestizaje y el encuentro con las diferencias, no con la pureza que nunca ha existido en las comunidades humanas.
Eneas aparece durante gran parte del relato como un hombre afligido por las contrariedades y los peligros que los acechan a él y a sus compañeros de naufragio, cuando está destinado a ser el origen de la fortaleza de los romanos, del imperio que construirán. Es como el gozne entre el momento en que la experiencia vital parece una derrota, cuando en realidad Eneas está destinado a convertirse en el origen, en los cimientos de algo muy grande.
—La literatura occidental comienza narrando una guerra, un fenómeno que sigue presente en el mundo.
La historia de la literatura occidental comienza en la Ilíada con la palabra cólera, es una literatura que arranca en el ruido y la furia. Durante mucho tiempo, en Europa pensamos que la guerra ya no formaba parte de nuestra experiencia, que los estallidos violentos pertenecían al pasado, que el progreso y los procesos de integración de la Unión Europea los habían alejado. Pero nos hemos encontrado con lo contrario.
Históricamente, la guerra es la constante y la paz es la excepción; la paz es lo que tenemos que construir, la guerra es lo que sucede si simplemente nos abandonamos a la inercia de los acontecimientos y de los conflictos. Si se computan los primeros milenios de la humanidad, apenas hay constancia de unos escasos años en los que no hubo ninguna guerra, en todas sus formas e intensidades.
Filosóficamente, estamos en constante tensión de opuestos y esto, si no tenemos la madurez democrática para encontrar soluciones a través del diálogo, desemboca en la violencia y en la agresión. Esa es la razón por la que seguimos ocupándonos de la guerra, para recordar lo destructiva y catastrófica que resulta. Es una manera de intentar abogar por las soluciones pactadas, dialogadas, en un mundo que se nos vuelve cada vez más agresivo, más inhóspito para el razonamiento cuando todos los conflictos, incluso en las redes sociales, tienen esa propensión hacia la agresión, el insulto y la incomprensión de las posturas ajenas, de las formas de mirar el mundo desde otros ángulos, desde el bagaje de otras experiencias.
—El silbido del arquero tiene una estructura en la que a través de monólogos se van delineando los personajes mientras se avanza en la historia.
No quise acudir a la voz de un narrador omnisciente, que es la del mito antiguo, esa voz que conoce a todos los personajes, sus motivaciones e ideas y cuenta la historia desde un punto de vista unívoco. He querido llevarme la narración a unas técnicas compositivas y literarias contemporáneas, que son las de las múltiples perspectivas, de manera que vamos escuchando un relato que encadena distintas voces e incluso, en algunos momentos, varios personajes cuentan la misma historia, los mismos acontecimientos, la misma escena desde diferentes puntos de vista.
Esa estructura fue uno de los desafíos de la novela, porque toda la historia tiene que estar narrada, no solo en sus hechos, sino también en las confusiones que la ignorancia va provocando en cada uno de los personajes que toman la voz, excepto en el dios Eros que es el único que, como los viejos narradores, puede adentrarse en el interior de los personajes, aunque lo he querido plasmar como un dios un poco frustrado porque los seres humanos escapan a su poder, escapan a los escenarios que ha preparado para ellos y a los planes que diseña para su comportamiento. A través de este dios, un poco juguetón y envidioso, trato de representar las vidas de quienes protagonizan la novela desde otra óptica, planteando cómo este dios, que vive en la aburrida y tediosa eternidad, contempla las aventuras y los sufrimientos y las pasiones de los seres humanos con profunda avidez y siempre, en el fondo, con la pena de no participar de esa realidad apasionada.
—Dentro de las voces que hay en tu novela, ¿cuál fue la más difícil de construir, de imaginar?
Son cuatro las voces que articulan El silbido del arquero: dos mujeres (Elisa y Ana), un hombre (Eneas) y un dios (Eros). La voz de Ana, una adolescente en la pubertad, es la que más espacio a la creación y a la interpretación me ha dejado, porque en la Eneida es un personaje que tiene escasa presencia. Entonces, he intentado no traicionar lo que cuenta la Eneida sino traerlo a una mirada más contemporánea, ser fiel a los datos, a los hechos de la historia, pero allá donde la historia no se pronuncia, donde el mito no nos explica, es donde tengo más terreno como novelista para imaginar las motivaciones y los antecedentes de los personajes. En este sentido, Ana era como una terra incognita. Virgilio le dedicó escasos hexámetros en el poema y entonces yo podía imaginar a esta niña a punto de hacerse mujer y cómo se defiende, cómo intenta construir su propia seguridad dentro de ese mundo a través de los oráculos, que presuntamente recibe de los dioses pero que son invenciones suyas, que utiliza astutamente para conseguir el respeto de los demás, para lograr una cierta protección para sí misma y para llevar adelante sus fines y sus proyectos invocando a la autoridad de los dioses; es un juego muy peligroso para ella, pero fue muy interesante construirlo. El otro gran desafío fue intentar crear la voz de un dios, de Eros. Él comparte su mirada sobre los seres humanos, es una forma de introducir una cierta ironía y el distanciamiento que él siente porque no está participando de los acontecimientos, sino solo siendo su testigo. Es también una forma de reivindicar nuestras experiencias como seres humanos, porque aunque a veces puedan resultar frustrantes, injustas y duras, al mismo tiempo son intensas y fascinantes.
—Hay una conexión muy profunda entre El infinito en un junco y El silbido del arquero: el mundo antiguo, la combinación entre la narración y el ensayo…
Siempre me he propuesto hacer este experimento de explorar territorios fronterizos entre el ensayo y la novela. El infinito en un junco es un acercamiento del ensayo a técnicas narrativas novelescas y El silbido del arquero intenta ser una novela de ideas, que se acerca de alguna manera a la reflexión sobre algunos de los grandes temas y problemas del mundo contemporáneo, como la censura, el intento de los poderosos de convertir a los escritores (como Virgilio) y a las voces de los intelectuales en propagandistas, y por supuesto los grandes temas de la guerra, la inmigración y el exilio. Tengo la sensación de que, en estos últimos años, aun sin haber sido plenamente consciente, estaba intentando explorar estos territorios fronterizos desde uno y otro lado, desde la novela y desde el ensayo, intentar cruzar esos senderos y experimentar con la versatilidad de las formas literarias.
AQ