Jorge F. Hernández: de la Plaza México a Las Ventas

Doble filo

El narrador y ensayista, cuya novela más reciente se llama 'Un bosque flotante', juega al ping pong verbal con Laberinto.

Jorge F. Hernández, autor de 'Réquiem taurino'. (Foto: Ángel Soto)
Fernando Figueroa
Ciudad de México /

Novillero en sus años mozos, Jorge F. Hernández es autor de La soledad del silencio. Microhistoria del santuario de Atotonilco (FCE, 1991). En 1998 fue finalista en el Premio Alfaguara con la novela La emperatriz de Lavapiés, publicada al año siguiente.

Dueño de una singular prosa poética, Hernández ha publicado también en Alfaguara Réquiem para un ángel (2009) y Un bosque flotante (2021), además de libros de cuentos y ensayos en varias editoriales. Es columnista de MILENIO y del periódico español El País.

Para festejar el 76 aniversario de la Plaza México, que fue inaugurada el 5 de febrero de 1946, partimos plaza y nos enfrascamos en un mano a mano con el autor de Réquiem taurino (Aldus, 1998) y Seis Cuentos Seis y uno de regalo (Ficticia, 2010).

—¿Qué es la memoria?

Un bosque.

—¿Qué es la infancia?

Un paraíso intocable.

—¿Qué es el tiempo?

Una monserga.

—¿En qué idioma sueñas?

En inglés y en español. Soy bilingüe de tiempo completo.

—El día más feliz de tu vida.

Cuando pude invitarle helados a toda mi pandilla infantil.

—¿Igual que en la foto de portada de Un bosque flotante?

Exactamente.

—Y tu día más triste.

Cuando se fue mi padre.

—Tres libros que te llevarías a una isla desierta.

Estas ruinas que ves, de Jorge Ibargüengoitia; La conjura de los necios, de John Kennedy Toole; y aunque suene a lugar común, El ingenioso hidalgo don Quijote de La Mancha, de Cervantes.

—Recomienda un cuento de Rulfo, uno de Cortázar y otro tuyo.

De Rulfo: “Luvina”. De Cortázar: “Cartas de mamá”. Uno mío: “Noche de ronda”, con el que gané el Premio Nacional de Cuento Efrén Hernández hace algunos ayeres.

—La principal enseñanza que te dejó Luis González y González.

La importancia de lo minúsculo. La microhistoria, pues.

—Define a Eliseo Alberto en tres palabras.

Mi hermano grande.

—Si tuvieras todo el billete del mundo, ¿cuál cuadro comprarías?

Las meninas, de Velázquez.

—¿Presentar La emperatriz de Lavapiés en Madrid fue como tomar la alternativa en la plaza de Las Ventas?

Así se lo dije a una periodista y se quedó patidifusa.

—¿Qué es la fiesta brava?

Una liturgia que no ha perdido su sentido.

—Dime un recuerdo imborrable como espectador en la Plaza México, la más grande del mundo.

El 9 de octubre de 1977 fui uno de los afortunados que vimos a José Antonio Ramírez, El Capitán, indultar al novillo Pelotero, de la ganadería de San Martín. Curiosamente, esa tarde El Pana saltó al ruedo como espontáneo y pegó tres faroles de rodillas. Te doy otro dato: el traje de luces que esa tarde usó El Capitán, se lo regaló Paco Camino y yo estuve presente el día en que el maestro español se lo ofreció en una tienta.

—Ponce o Morante.

Ponce es un Lladró. Morante, una epifanía.

—Manolo Martínez o David Silveti.

Fui martinista durante muchos años, pero David fue mi amigo y él merecía torear en el Palacio de Bellas Artes.

—José Tomás o Manolete.

José Tomás quiso morir en el ruedo y no lo consiguió. En eso lleva la mano Manolete.

—Intenta definir el temple.

La casi imposible virtud de detener el tiempo.

—Recomienda un libro relacionado con los toros.

La biografía de Juan Belmonte que escribió el sevillano Manuel Chaves Nogales.

—Tu mayor triunfo con el sobrenombre Gargantilla.

Dos orejas en un festival que se llevó a cabo en el Lienzo Charro del Pedregal.

—¿A qué se parece el miedo en el ruedo?

Al pavor de la página en blanco.

—Tu cornada más grave.

Cuando se me fue el premio Alfaguara hace más de dos décadas. Y me acaba de pasar otra vez con una novela que se llama Cochabamba.

—¿El alcohol es un Miura?

Sí, calamochea y voltea contrario.

—Sintetiza alguna anécdota memorable de tu época beoda.

Te diré que hubo una época etílica muy feliz, luego vino la pesadilla. Me viene a la mente la tarde en que saqué a Eloy Cavazos en hombros de la Plaza México y olvidé en el tendido a mi novia de aquel entonces.

—¿Qué enseñan un infarto y el cáncer?

A nunca dejar cosas para mañana.

—¿Y la pandemia de covid-19?

Que el escritor debe estar en el escritorio.

—¿Cristiano Ronaldo o Alfredo Di Stéfano?

Cuando el balón era de cuero, La Saeta. Ya con balones sin costuras, el metrosexual portugués que tiene unos pectorales iguales a los míos.

—¿Hugo Sánchez o Karim Benzema?

Hugo Tequila Sánchez. Fui feliz testigo de cuatro de sus cinco Pichichis.

—¿Preferirías platicar con Cuauhtémoc Blanco o con Enrique Borja?

Con el hombre que metía goles con todo el cuerpo, incluso con las nalgas: Enrique Borja.

—¿En qué orden pondrías a Pelé, Maradona y Messi?

En ese mismo orden.

—¿The Beatles o The Rolling Stones?

Beatles forever.

—Una canción de los Beatles y una de los Rolling.

De los Beatles, “Rain”. De los Rolling, “Under My Thumb”.

—Una de José Alfredo.

“El jinete”.

—¿La F de tu nombre artístico significa Figura, Fregón, Fabricio o qué carambas?

Farinelli, por aquello del cáncer en el testículo.

—Fuiste novillero y eres escritor, historiador, licenciado en ciencias sociales, columnista, profesor, diplomático, editor, prologuista, antologador, conductor de radio y televisión, tallerista, presentador de libros muy solicitado, conferencista, dibujante e imitas con gracia a Octavio Paz. ¿Vendes mole los domingos?

Sí, pero de olla.

—¿Acaso duermes?

Cuatro horas al día.

—Tu epitafio.

“Lo intentó todo”.

AQ

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