José Agustín: del rock en náhuatl a Fidel Castro

Doble filo

Además de legar una sólida obra, el escritor fue alguien generoso, capaz de apoyar a un singular grupo musical y alfabetizar en el campo cubano.

José Agustín Ramírez Gómez, 19 de agosto de 1944 - 16 de enero de 2024. (Foto: Mónica González)
Fernando Figueroa
Ciudad de México /

I

“Te habla el señor José Agustín, que no me quiso dar su apellido. Dice que tú sabes quién es”. Así me dijo, a finales de los ochenta, la secretaria del programa de televisión El mundo del espectáculo, de Pati Chapoy, en Televisa.

José Agustín (1944-2024) quería que entrevistara al grupo morelense Xixitla, cuya principal característica era cantar rock en náhuatl. Él era una especie de padrino de esos chavos y los apoyaba como podía.

Hice la entrevista en Cuautla. La nota de tres o cuatro minutos se transmitió en las entonces pantallas chicas y tanto los músicos como el escritor quedaron muy contentos. Él me volvió a llamar para agradecer y dijo en broma que estaba arrepentido porque “con la fama repentina, estos cuates ya ni saludan”.

II

En 2010 volví a platicar con José Agustín, en esa ocasión para hablar de su libro Diario de brigadista. Cuba, 1961 (Lumen), en el que narra sus aventuras como alfabetizador en la isla.

En 2009, él se había caído de un escenario en Puebla y así lo recordó: “Estuvo rudo porque me pegué muy fuerte en la cabeza y perdí la conciencia, además de que me quebré dos costillas y me lastimé una pierna. Me pasé un buen rato en el hospital y tres meses más en reposo absoluto”.

Quise saber en qué pensó durante una convalecencia tan larga: “¡Uta, en todo! Revisas toda tu vida, tu obra. Y, no es por nada, pero creo que el saldo ha sido positivo”.

Le pregunté qué tal estaba la mariguana del campo cubano y respondió: “Si acaso había, no me enteré. En esa época yo no era macizo”. José Agustín apenas tenía dieciséis años, “pero lo que sí hacía era ponerme unas pedas tremendas desde los quince”.

También tuvo sexo con regularidad siendo aún adolescente con su primera esposa, Margarita Dalton, con quien viajó a Cuba, tal como lo cuenta en ese libro. “Lo que pasa es que yo empecé todo muy joven, desde los trece años estoy escribiendo sin parar”.

Aguantó vara cuando le pregunté por qué se había ido al campo cubano y no a la sierra de Guerrero, habiendo nacido en Acapulco: “Lo que pasa es que en 1961 la atracción hacia Cuba era tremenda y Margarita Dalton, que entonces solo era mi amiga, conocía a Marcia Leiseca, ¡qué apellidito!, quien trabajaba en Casa de las Américas. Ese fue el contacto para ir allá”.

Le pregunté cómo reaccionaría si uno de sus tres hijos le hubiera dicho a los dieciséis años que se quería ir a Chiapas con el Subcomandante Marcos: “¡Medio terrible! La verdad es que uno, como papá, no quisiera que los hijos se expongan a nada peligroso. De hecho, cuando uno de mis chavos quiso hacer algo descabellado a esa edad, mi esposa (Margarita Bermúdez) me dijo: ‘tú a los dieciséis te fuiste a Cuba, ¡qué tanto la haces de pedo!’”.

En confianza, le dije que parecía gringo porque le gustaban mucho las Margaritas. Luego de reír con ganas, contestó: “Me casé con Margarita Dalton únicamente para que ambos alcanzáramos la mayoría de edad y entonces poder viajar a Cuba sin el permiso de nuestros papás. Y, pues sí, mi esposa de toda la vida es otra Margarita”.

Quise saber si un año en el campo quita la pendejez urbana. “¡Cómo no! Es una buena medida terapéutica porque es otro nivel de realidad”.

En 2010 José Agustín pensaba que en Cuba “algunas cosas están peor que en México, pero en otras mejor”. Le dije que tal vez era muy benigno con el régimen de los hermanos Castro Ruz y reviró: “Le tengo mucho cariño a Cuba, siempre he sido crítico con lo que no me parece de allá, pero tampoco me gusta el extremo de poner el grito en el cielo”.

¿Le hubiera convenido a Fidel morir antes para que la historia lo absolviera?, pregunté: “Pues sí, la gente le hubiera perdonado más fácilmente sus errores. Los héroes mueren jóvenes”.

III

Fidel Castro murió en 2016, a los noventa años, y José Agustín el 16 de enero de 2024 a los setenta y nueve. Hubiera sido maravilloso que el escritor no sufriera la mencionada caída que mermó sus facultades y que cumpliera un siglo tecleando con el fervor que lo caracterizó.

IV

A principios de los setenta, en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales, el escritor y profesor Gustavo Sainz nos recomendó que leyéramos la novela Se está haciendo tarde (final en laguna), escrita por José Agustín mientras estuvo en la cárcel de Lecumberri, y que tenía poco tiempo de haber sido publicada.

Fue una revelación toparse con un autor en plenitud, dueño de una prosa frenética que atrapa de principio a fin, un viaje iniciático y divertido por el inframundo acapulqueño.

IV

En 2010, le pregunté a José Agustín qué tipo de música estaba oyendo por esos días. “Me encantó lo que sacó The Flaming Lips sobre El lado oscuro de la luna. También cosas nuevas de Brian Eno, Peter Gabriel y Moby”.

Con algo de jiribilla, le pregunté si acaso no escuchaba a Silvio Rodríguez y Pablo Milanés. “No me vuelven loco, pero sí me gustan”, reviró.

Fuera de la entrevista, le hizo mucha gracia que le reclamara por sus burlas al Elvis Presley gordo de Las Vegas, que a mí me siguió pareciendo genial. Entonces, me dio una clase gratis sobre toda la trayectoria del Rey del Rock y me dejó perplejo.

Su conocimiento acerca de la música era enciclopédico y el entusiasmo al hablar del tema, contagioso. Parecía saber todo acerca de rock, jazz, blues, soul, góspel, pop, clásica y un largo etcétera. Lo vamos a extrañar.

AQ

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