Juan Tovar y Santa Anna: viejos amigos

Teatro

Fallecido el pasado 22 de diciembre, el dramaturgo mexicano fue un autor contundente, cuyos textos dramáticos sobre la compleja historia de México dejaron expuestas las hondas contradicciones de un país que no deja de reconstruirse.

El dramaturgo Juan Tovar. (Foto: Sergio Carreón)
Alegría Martínez
Ciudad de México /

Para Ludwik Margules, Juan Tovar fue el mejor dramaturgo mexicano; autor de Las adoraciones, La madrugada y Manuscrito encontrado en Zaragoza, llevadas a escena por el director de origen polaco, que encontró en el escritor nacido en Puebla en 1941 y fallecido el pasado 22 de diciembre a un autor contundente, cuyos textos dramáticos sobre la compleja historia de México dejaron expuestas las hondas contradicciones de un país que no deja de reconstruirse.

De la vida de las marionetas, de Ingmar Bergman, montaje emblemático de Margules, fue traducida por Tovar, quien años más tarde volvería a traducir para este director la obra Lulú, de Frank Wedekind, trabajo en equipo que legó a nuestro teatro montajes indispensables.

El escritor perteneciente a la generación de La Onda fue velado el lunes 23 en su casa de Ixcatepec, Morelos, cuyas señas para dar con la entrada describió hace años como “un portón negro con un árbol mocho al lado y alambre para abrir”.

Reservado y discreto, Tovar, entrevistado en 2009 con motivo del estreno de su obra Horas de gracia, a cargo de la Compañía Nacional de Teatro —entonces bajo la dirección artística de Luis de Tavira—, definió su texto como una onirofarsa en la que los dos personajes principales, Agustín de Iturbide y Antonio López de Santa Anna, se encuentran unidos por el deseo de emular a Napoleón.

Para Juan Tovar, Santa Anna fue un viejo amigo al que empezó a estudiar en la década de 1960, cuando le encargaron escribir un prólogo sobre este personaje en torno al que 20 años más tarde el director José Caballero le pidió escribir la opereta Manga de clavo.

Para el también autor de Doble vista: teoría y práctica del drama, Santa Anna, “el bribón que jineteó a la patria durante años, le hablaba a Iturbide, en sus últimas horas de vida, sobre la esperanza del olvido. Aunque el personaje acepta en la obra que no se puede confiar tanto en esa opción, porque Iturbide ya parecía olvidado y sin embargo volvió a estar presente, ahora sobre un escenario”.

Autor de piezas antihistóricas sobre importantes acontecimientos nacionales, Juan Tovar, para quien sus personajes se encontraban en el limbo de la historia, plasmó dramáticamente a Antonieta Rivas Mercado en El destierro, a Carlos Ometochtzin en Las adoraciones, a los asesinos de Pancho Villa en La madrugada y a las mujeres asesinadas en Juárez en Tlatoani.

Al presentarse el volumen 6 de la Colección Cuadernos de repertorio, Horas de gracia, de editorial Jus, con patrocinio de Kansas City Southern de México gracias a la gestión de Josefina Laris, entonces presidenta de la Sociedad de Amigos de la CNT, Tovar envió un texto titulado “Santa Anna y yo”, al que se le daría lectura en su ausencia, que al final decía: “Comisionado por la CNT para escribir una obra sobre la Independencia, pensé en el final de la ‘Despedida de Iturbide’ en Manga de clavo, donde presiente que volverá para ser sacrificado, y decidí que mi tema sería ese retorno maléfico: las últimas horas de vida del protagonista, su recapitulación final, el ‘último sueño de Agustín Primero’. Y ya soñando, resultaba natural confrontarlo con su sucesor, el segundo napoleoncito criollo, ya no emperador sino dictador intermitente: nuestro viejo amigo Santa Anna, once veces presidente de la República.

Horas de gracia fue dirigida por José Caballero, quien no se abstuvo de intervenir en la dramaturgia, al grado de que entrambos preparamos una ‘versión del director’ bastante más extensa y populosa que la original. Es la que se llevó a escena y, por ello, la publicada en los Cuadernos de Repertorio, si bien el texto no incluye ese elemento dramatúrgico que José añadió al dividir el papel de Santa Anna entre dos actores: el joven ileso, el viejo mutilado. No se justificaba del todo, aunque servía al juego escénico, y es que no tenía apoyo en el texto. Para dárselo, habría que haber reescrito todo —resultando una obra sobre Santa Anna más que sobre Iturbide—. Que la escriba alguien más, si se le ocurre. Yo pinto mi calavera”.

ÁSS​

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