El retrato hablado de López Velarde

Teatro

La más reciente obra teatral de Juan Villoro dialoga con el poeta jerezano sobre las cosas del mundo que ya fueron y las que aún son.

Juan Villoro en el escenario de la obra. (Foto: Mónica Rubalcava)
Marco Antonio Campos
Ciudad de México /

El año pasado, coincidiendo con el centenario, Juan Villoro publicó en El Colegio Nacional una obra teatral en un acto, Retrato hablado: Evocación de un fantasma, que se representó con éxito en 2021 y 2022 en pequeñas salas, la cual se centra melancólicamente en la figura y la obra de Ramón López Velarde. Villoro, tomando de poemas o versos sueltos, o de líneas en prosa del joven jerezano, aunados a su propia inventiva, hace una creación muy personal de aquello que fue y ya no está, pero que al evocarse cada imagen cambia según sea el momento o quién la recuerde. Si leemos la pieza teatral escrita nos parece que viene de muchos poemas que acaban volviéndose un poema. Todo lo que se menciona tiene un lazo directo o indirecto con López Velarde: mujeres, poesía, música, costumbres, el país, la familia, amistades…

“Un día y nada más”. La idea que apuntala es que dos jóvenes provincianas, que vienen de ciudades donde el poeta vivió años singulares y claves —una de San Luis Potosí (Matilde), y otra de Aguascalientes (Dolores)—, se han citado, o creen que se han citado, con Ramón para tomarse un retrato en el estudio de Miguel Casasola, uno de los dos famosos hermanos, a quienes la historia parecía ponérseles ante los ojos. Emblemáticamente la cita se da el 19 de junio de 1921, día —solo se enterarían Matilde y Dolores, y Miguel al final— del fallecimiento del poeta. Tanto Miguel Casasola como las dos muchachas visten con indumentaria característica de los años veinte de hace un siglo.

En la puesta en escena, dirigida por Arturo Beristain, actúan el propio Beristain como Miguel Casasola, las jóvenes actrices Mireya González (Matilde) y Ana Paola Loayza (Dolores) y Antonio Rojas (Ramón López Velarde); destaca en la escenografía el escueto estudio de Miguel Casasola con su correcto juego de colores y luces, los monólogos del fantasma de López Velarde y las ligeras y bellas piezas musicales de Manuel M. Ponce (“Scherzino mexicano”, “Gavota”, “Intermezzo”), que crean una ambientación de algo que fue una vez.

“Un día y nada más”, escribió López Velarde en la “Oración fúnebre” y la dijo en el primer aniversario de la muerte de Saturnino Herrán. La alocución se dio en el Anfiteatro de la Escuela Nacional Preparatoria, y, a causa del llanto, el jerezano no pudo terminarla. “Un día y nada más”, escribe López Velarde, “según la letra nostálgica de una canción que mi abuelo materno cantó quince años, desde la fecha de su viudez hasta la de su tránsito”, esas 24 horas que su abuelo quería convivir de nuevo con su esposa y Ramón con su hermano espinosamente entrañable Saturnino Herrán. Sin embargo, esa letra fue algo que Ramón oyó de la familia del ala Berumen y nunca de su abuelo. Como leemos en el acta de matrimonio de 1887 de sus padres, los abuelos maternos ya habían fallecido. Su madre, María Trinidad, “era originaria de Jerez, célibe, de 17 años de edad, hija legítima de José María Berumen y Doña Trinidad Llamas ya difuntos”. Pero en el arte importa más el deber ser que muchas veces lo que fue o es, lo verosímil y no la verdad, y tanto en la “Oración fúnebre” como en “Retrato hablado” suena la frase emotivamente bien, como suena muy bien la música de Ponce, especialmente “Gavota”.

Aquel día 19 de junio de 1921, Matilde y Dolores crean a su manera el retrato hablado de López Velarde, y en algo, asimismo, las ayuda el fotógrafo Casasola, pero el fantasma de Ramón llega, sin que los tres se enteren, como un fantasma que regresara un siglo después, tal vez del 19 de junio de 2021, y es capaz de ver en perspectiva todo lo que vivió. Como muchas, como las cuatro enamoradas de Ramón que nunca se casaron (Josefa, María Magdalena, Margarita, Fe), Matilde y Dolores estaban más enamoradas del mito y de los poemas que del hombre, porque todos sus lectores y lectoras sabían que Ramón no podía entender nada sin la mujer y no tenía más tema que el femenino. “En mi pecho feliz, no hubo cosa,/ de cristal, terracota y madera,/ que abrazada por mí no tuviera,/ movimientos humanos de esposa”.

Los verdaderos poetas y escritores luchan con sus fantasmas y demonios que los persiguen y los obligan a escribir acerca de ellos para que no los olviden, y cuando se cree que eso ocurre, fantasmas y demonios regresan para volver a ocupar su sitio. López Velarde está abierta o secretamente en una parte de la personalidad y la obra de Juan Villoro. Cada tanto Juan evoca y convoca al gran amigo fantasmal y dialogan de las cosas del mundo que fueron y de las que son y Juan vuelve a trazar bellamente su retrato hablado.

Retrato hablado (evocación de un fantasma). A 100 años de la muerte de Ramón López Velarde


AQ

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