Poeta y cronista, Julia Santibáñez es licenciada en Letras Hispánicas y maestra en Literatura comparada. Entre sus libros destacan los dos volúmenes de El lado B de la cultura y los libros de poesía Eros una vez —ganador del Premio Internacional de Poesía Mario Benedetti en Uruguay— y Sonetos y son quince. El más reciente es Pulso ad_herido (Bonilla y Artigas Editores, 2024) que motivó la siguiente conversación.
Algunos de tus lectores señalan que tu obra establece un diálogo con la tradición. Qué opinas al respecto tú, que siempre has estado renovándote.
Sí, efectivamente no me gusta quedarme en un solo lugar; soy muy inquieta, soy metiche si quieres y me gusta incursionar en diferentes campos, terrenos, registros. Desde sonetos —en 2018 saqué una plaquette— y me decían: “¿Por qué haces sonetos? Nadie hace sonetos”, y yo les decía, “Claro que sí, mucha gente estamos haciendo sonetos”, pero bueno, eso por poner un ejemplo. Y está también El lado B de la cultura, que es crónica cultural, y este libro que tiene muchos colores, pero donde está muy presente el dolor, la muerte, la ausencia porque han sido parte de mi experiencia vital en los últimos años. Entonces, sí creo que dialogo mucho con la tradición; hay muchos poemas que están rindiendo homenaje a alguna poeta o algún poeta; hay epígrafes, hay hipertextos que si los localiza el lector está muy bien, pero si no, no pasa nada. Me interesa muchísimo la tradición; vengo de Filosofía y Letras y me fascina todo lo que tiene que ver con el estudio y la crítica literaria.
Y luego está esa parte de renovar, de buscar maneras de decir lo mismo; y de ensayar, no sé si con fortuna o no, eso yo no lo tengo que decir sino el lector, la lectora, pero sí cuando menos experimentar una búsqueda siempre constante por el lenguaje.
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Están también las formas. En el libro hay poemas en prosa y versificación que sigue reglas. ¿Tú eliges o te eligen las formas?
Me gusta pensar que me eligen las formas, pero no sé si suene demasiado abstruso para la gente. Más bien, en mi caso particular, intento por distintos lugares llegar a un puerto. A veces es a través del haikú (hay algunos aquí, como en mis demás libros); y luego hay, sí, poemas muy medidos con una métrica bastante rigurosa hacia el octosílabo, hacia el endecasílabo, hacia el dodecasílabo… Y luego hay otros que son completamente sueltos. Aunque Umberto Eco decía que el verso libre era tramposo, porque aparentemente no tiene reglas, pero sí debe tener una sonoridad, una cadencia.
Para mí, es muy importante la sonoridad; si el poema no tiene un cierto tempo musical, digámoslo así, no me interesa. Hay varias formas en este libro como en toda mi literatura. He explorado muchos caminos; digamos que busqué varios acentos y el poema en prosa se combina con uno que está construido con ocho números y hay otro que, para mi sorpresa, ha llamado mucho la atención y me lo han comentado mucho, dedicado a las hormigas. Entonces, son poemas muy distintos. Hay uno intencionalmente musical en el que menciono el candombe e hice un esfuerzo, que espero que no se note, para que al momento de leerlo se destaque la sonoridad del bongo y un ritmo negro. Creo que en la combinación de todas estas posibilidades sonoras y semánticas se encuentra una manera de expresarme. Si me limitara a solamente una, me sentiría constreñida.
Yo supongo que a estas alturas ya has desarrollado un arte poética.
Tengo un poema en un libro anterior, que es muy breve y es el único poema mío que me sé de memoria, que dice: “A mí no me caen del cielo / los poemas. // Los persigo a ras del suelo. / Se escabullen”. Es una suerte de arte poética mía. Hay colegas que dicen que los poemas los traen en la punta de la lengua, yo no. Para mí, hay una constante necesidad de estar buscando cómo decir eso que quiero decir.
Mencionaste tu libro El lado B…, que me parece que se conecta con otro aspecto de tu poesía que se liga con el humor y lo lúdico.
Totalmente, lo ves muy bien. Está presente en casi todos mis libros esta subversión de lo solemne; me molesta lo solemne, me choca. Creo que en buena medida aleja a la gente de la literatura, la hace ir a buscar al diccionario una palabra que no reconoce parte de su habla cotidiana. Entonces, la gente, creo, esa es mi experiencia, acaba por alejarse de algo tan cotidiano, tan necesario y tan enriquecedor como es la poesía.
Siempre he tenido ese placer, porque primero que nada escribo por gusto, pero también con el deseo de que otras personas, digamos, disientan del oscurantismo que veces se da en la literatura. Sí, el humor ha estado presente en mi literatura y una intención, como dices, lúdica.
Hay una sección del libro que le dedicas a la naturaleza. ¿Qué te interesa de ella?
Me interesa el mundo vegetal, también el animal, pero sobre todo el vegetal. Su sabiduría callada, su paciencia, la belleza que nos aporta a cambio de agua y de sol. Tengo una vinculación cercana con la naturaleza, aunque vivo en la Ciudad de México. Pero sí necesito un contacto más o menos cercano con el mundo verde para aterrizar, para calmarme, para estar en armonía. Estoy rodeada de plantas porque creo que me regresa a un estadio primitivo, si quieres, ideal, no regulado por el reloj y las prisas. Me gusta el silencio.
Sí, la naturaleza me recarga mucho, me intriga, me da curiosidad, la vivo profundamente. A veces he dicho un poco en broma, pero hablo en serio, que en otra vida fui un árbol o que espero reencarnar en uno; me encantaría.
En la parte final del libro aparece el tema feminista, ¿qué tanto podemos decir que es una poesía de compromiso?, tú ¿cómo lo asumes?
Justo acabo de escribir una columna donde hablo del compromiso político del escritor frente al poder, a propósito de un encuentro de creadores latinoamericanos en el que participé en el mes de abril. Creo que se ha modificado de manera muy importante; no tenemos ya los escritores, como los del Boom, que cenaban y se iban de fiesta con los presidentes. Hubo muchos errores como el de sentirse con autoridad en todos en todos los temas, ¿no? Podían opinar de lo que fuera: de una dictadura, de un golpe de estado, de la izquierda, de la derecha, de todo. Y pues obviamente, no. Ese no es su lugar, no es su oficio; no tenemos que ser autoridad de nada.
Eso, por un lado, hizo que desencantáramos a mucha gente como escritores, como gremio, como intelectuales, aunque me choque la palabra. Y luego la conversación se ha mudado a los medios y a las redes sociales; y ahí todavía tenemos menos que decir. Eso de dar opiniones en 270 caracteres no, porque no tienes la posibilidad de profundizar en nada. Entonces, se nos exige, explícita algunas veces, implícita en otras, de que opinemos igual que todos: de la política, de las elecciones, del Tren Maya, del obispo secuestrado, en fin. Yo quiero mantener mi derecho a no opinar, porque muchas veces ni siquiera tengo el contexto para opinar sobre eso. No tengo los elementos ni la formación para hacerlo. Entonces, me parece que de un tiempo para acá, voy a hablar por mí; mi oficio como escritora me ha llevado a hacer lo que intento hacer, que es escribir. Tengo una columna en la que he hablado mucho del aborto; de las no maternidades; qué pasa con las mujeres que no quieren ser madres, pero también de las que sí lo somos y cómo estamos viviendo la maternidad en estos años en los que se está cuestionando de manera frontal el esquema patriarcal; he hablado de las distintas violencias; he hablado de muchas cosas. Pero no me meto en las discusiones estrictamente políticas de por quién hay que votar.
Todos mis libros contienen poemas de enojo, de denuncia, de coraje por las niñas que son asesinadas, por los abusos sexuales que ocurren, en enorme cantidad, en las casas donde se supone que los niños deben estar seguros. Ahí sí creo que tenemos una participación importante; y luego también a ras de suelo: en los talleres, en los clubes de lectura, en las mesas redondas ahí sí que podemos quizá a contribuir a crear un poco de conciencia, pero no me veo como la voz que va a revolucionar el pensamiento. Me parece que no es lo que yo puedo hacer, ni lo que me apetece hacer, sino que a través de la escritura espero que un poema toque una fibra de conciencia, mueva la emoción de alguien y quizá eso poco a poco vaya creando un cambio.
AQ