La captura del futuro

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Nuestra capacidad de imaginar lo que aún no ha sucedido nos lleva a intentar moldear el porvenir, muchas veces con resultados deficientes o incluso trágicos.

El Gran Salón de Germania, diseñado por Hitler y el arquitecto Albert Speer, para ser el espacio cubierto más grande del mundo y pieza central de la c
Armando González Torres
Ciudad de México /

El ser humano es un animal que piensa a futuro, lo que muestra su capacidad para despegarse del eterno presente, condicionado biológicamente, y para oponerse a la inercia de las circunstancias. Esta orientación a futuro se ha acentuado en la modernidad, pues se supone que los avances de la ciencia, la mayor esperanza de vida y la extensión de las libertades permiten que la mayoría de las personas puedan albergar un proyecto de vida propio que se oriente al porvenir. Sin embargo, sobre esta aptitud humana para habitar en el mañana se ciernen un par de amenazas: por un lado, la exageración, o idolatría, de las posibilidades de evolución que depara el futuro; por el otro, la captura de la noción de futuro por parte de las ideologías. Por un lado, es muy común que la visión del futuro, en lugar de basarse en prospectivas y planes realistas, adquiera una tonalidad fantasiosa, voluntarista y ajena a los límites. Por otro lado, a menudo la idea de futuro tiende a ser capturada y usufructuada por las ideologías políticas y, con ello, manipulada y coaccionada. Ambos fenómenos tuvieron su auge en la primera mitad del siglo pasado.

En efecto, durante las primeras décadas del siglo pasado, se creyó que era posible moldear y modelar el futuro, no sólo de los individuos, sino del conjunto de la especie y superar todos los límites de lo humano, incluyendo la mortalidad. Estas ilusiones de perfectibilidad y cambio integral, podían alcanzarse mediante instrumentos que iban desde los avances tecnológicos y las teorías eugenésicas hasta las revoluciones y los grandes proyectos de ingeniería social. Paralelamente, y en parte por esta ansia de consumir ilusiones y absolutos, la idea del futuro fue copada por las ideologías, en especial por los totalitarismos, cuyo carisma se fincaba en el augurio de un estado de bienestar y dicha infinita para el individuo. Para alcanzar este estado de gracia en la tierra, el individuo simplemente debía delegar la hechura del porvenir a una minoría profética, renunciar a sus propios deseos y proyectos fundiéndolos en los de un difuso colectivo y diferir las recompensas por la oferta de gratificación venidera.

El fanatismo político y científico se mezclaban y, por ejemplo, mientras Hitler pensaba mejorar la humanidad mediante el genocidio y la eugenesia, en la URSS se preservaba el cadáver de Lenin hasta que la ciencia hiciera posible resucitarlo. Este futurismo autoritario y delirante, que en retrospectiva parece extraído de una farsa, ejerció, sin embargo, un atractivo irresistible para muchas voluntades.

Aun hoy, y pese a las traumáticas experiencias de la historia, la idolatría del futuro (con su subestimación del azar, la vulnerabilidad y la finitud humana) y su captura ideológica (con la administración y explotación de las expectativas, miedos y resentimientos sociales por parte de los populismos de nuevo cuño) siguen siendo fenómenos que ensombrecen nuestra capacidad de ver hacia delante.

AQ

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