En Suffolk, al este de Inglaterra, hay una serie de túmulos. Y hay también una terrateniente que quiere saber qué hay en ellos. Con esta premisa arranca La excavación del australiano Simon Stone. Basada en la novela The Dig, de John Preston, editor y crítico de televisión para el Sunday Telegraph, La excavación ha tenido una entusiasta recepción tanto de público como de crítica. Y con razón.
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La película no necesita muchos elementos para resultar inteligente y conmovedora. De hecho, una de sus principales cualidades estriba en la eficiencia en el manejo de los recursos basilares del cine, los fundamentos del arte. A saber: actuación, montaje y narración. En el primer rubro es necesario destacar a Ralph Fiennes, un actor que consigue efectivamente pasar de los papeles más frívolos (Voldemort en Harry Potter, por ejemplo) hasta los más demandantes y profundos (Coriolano, de Shakespeare, en el 2011).
En La excavación, Fiennes interpreta a un arqueólogo aficionado que acude al llamado de la hacendada Edith Pretty para investigar lo que terminará por volverse el equivalente del descubrimiento de la tumba de Tutankamón en Inglaterra. A la terrateniente la interpreta Carey Mulligan quien, a decir verdad, no ha recibido una crítica tan entusiasta. Se le culpa, sin embargo, de algo sobre lo que tiene poca responsabilidad: sus años. Y es que, en efecto, el personaje original de esta historia “basada en hechos reales” era mucho mayor. Iba a ser interpretada por Nicole Kidman. Como sea, la actuación de Mulligan se articula bien con la de Fiennes. Juntos, la hacendada inglesa y el arqueólogo aficionado consiguen producir la delicada tensión que necesita la relación entre dos personajes que, interesados en un asunto aparentemente local, condujeron al descubrimiento de un barco funerario que cambió todo lo que se sabía sobre los antiguos reinos anglosajones.
Pero antes de entrar en la apreciación de la historia, vale la pena detenerse en eso que, decía Eisenstein, es el sentido del cine: el montaje. Durante la secuencia más relevante en este rubro, el arqueólogo inglés sufre un accidente que termina por cubrirlo de pies a cabeza. El director cuenta la peripecia y, con extraordinaria intuición, salta en el tiempo en torno al hecho. Así, vemos al hombre cuando lo llevan hacia la casa, pero lo vemos también cuando lo están desenterrando; cuando está despertando y cuando parece muerto. Dicha desarticulación en el tiempo nos permite entrar en la confusión de quien vive un accidente de esta naturaleza; cuando el tiempo se fragmenta y nosotros nos sentimos en la proximidad de la muerte. No es, como veremos, un recurso estilístico nada más. A lo largo de toda la película hay pequeños cortes de este tipo que echan luz sobre lo que significa en realidad un descubrimiento de esta naturaleza. Porque desenterrar el pasado no implica nada más hacerse con un barco anglosajón. El vestigio se expone con miras a entendernos. Y ligar el pasado con lo que está por venir.
La excavación habla de ello, de cómo un hallazgo arqueológico se parece tanto al hallazgo de nosotros mismos. De nuestros prejuicios, nuestros afectos y nuestros miedos. Cada uno de los personajes en torno a este olvidado trozo de historia desentierra para sí mismo algo de lo que cree que es necesario conservar. Estamos en 1939 y este descubrimiento arqueológico simboliza todo lo que Occidente tiene que defender en la guerra que está por comenzar.
'La excavación' está disponible en Netflix.
AQ