"Somos nuestra memoria, somos ese quimérico
museo de formas inconstantes, ese montón de espejos rotos".
Jorge Luis Borges
A la memoria de Sonia Rojas Castro, Arturo Guzmán Romano,
Vicens Alba Osante y de quienes me hacen falta.
Tus carcajadas eran estruendo, el barullo de las voces quedó sepultado por tu alegría. El placer de escucharte reír me hizo perder el miedo al ridículo. Me animé y también reí de buena gana. Esa algarabía no tiene fecha precisa en mi memoria, vuelve a mí ahora, después de tu muerte, es como un sueño. Teníamos menos de veinte años, evoco nuestra complicidad y siento el júbilo de entonces. Mi emoción aún es vívida, a pesar de lo borroso de las imágenes. En las otras mesas del café había conversaciones menos animadas, nuestro gozo irrumpía en el volumen moderado de las voces. Sentía las miradas pesadas como juicios. Tus ojos amarillos, brillantes, tenían el destello de las ilusiones, del futuro como promesa, recibirías un premio muy importante, serías nuestra portavoz, ¡siempre te admiré Sonia!
Esther Seligson hace una descripción magistral de cómo funciona la memoria en Todo aquí es polvo: “… sustituimos con la imaginación las fallas de la memoria, sus baches colmados de olvido, además retocamos sin pudor recuerdos que se esfuman y, borrosos, evaden cualquier precisión ya que es falsa la fidelidad de la Memoria…”. Los momentos con Sonia, con Arturo Guzmán y con tantos seres amados ausentes, tienen esos tintes inexactos descritos por Seligson. Hay evidencia científica sobre cómo la memoria es un ejercicio de la imaginación y no el resguardo fidedigno de recuerdos y datos.
Recordar es inventar, es crear una ficción. Aprender es interpretar, el olvido es indispensable para comprender y dar significado a lo vivido. El complejo proceso de la memoria implica abstraer, crear conceptos, formular paradigmas. Es impresionante cuántos neurocientíficos citan el cuento de Jorge Luis Borges “Funes el memorioso” para explicar la fatalidad de recordarlo todo, uno de ellos es Rodrigo Quian Quiróga. Su interés por desentrañar cómo trabajan las neuronas lo llevó a escribir Borges y la memoria.
Recordar y olvidar son igual de importantes
Si tuviéramos el registro exacto de un solo día de nuestras vidas, sin poder olvidar, repasar ese recuento de detalles nos ocuparía las veinticuatro horas siguientes. Estaríamos atrapados en un día de nuestra vida. Funes, el personaje de Borges, registra hasta los más mínimos detalles, no puede olvidar, desesperado, se recluye en un cuarto oscuro para no acumular más recuerdos y tener paz. Olvidar es indispensable para aprender pero, sobre todo, para vivir. Habitar el pasado excluye el presente, lo destruye. Una representación inquietante de vivir por siempre el mismo día es la película El día de la marmota, ¡es aterrador!
La percepción elimina los detalles, los suprime porque no los necesita, nos quedamos con una síntesis, una abstracción. Cuando pensamos en un perro no viene a nuestra mente un can café o negro, grande o pequeño. No nos hacen falta características precisas ni minuciosas para identificar a los animalitos que ladran. Al evocar acontecimientos no contamos con una imagen o datos exactos, solo tenemos impresiones. Como el día en el café con mi amiga Sonia. La memoria es un proceso parecido a ver. Nuestro ojo capta estímulos, el cerebro los codifica, hay información que se nos escapa porque tenemos un punto ciego, el cerebro completa, rellena, recrea lo que captamos, en suma: interpreta.
Los hechos pasados se van transformando, la imaginación los reconstruye al evocarlos, a esa acción le llamamos experiencia. Al traer recuerdos al presente los dotamos de sentido. ¿De qué depende el significado de los acontecimientos?, ¿qué convierte algo en memorable? algunos dirán: su utilidad; otros quizá hablarán de los daños, también contribuyen al registro las emociones: la alegría, la tristeza, el dolor; es memorable lo que significó algo en nuestras vidas.
Thomas Hobbes en su Leviatán nos dice: “Imaginación y memoria son una misma cosa que para diversas consideraciones posee, también, nombres diversos”. Narrar lo ocurrido es hacer una interpretación. ¿Interpretar es inventar?, definitivamente sí. El Diccionario de la Lengua Española define inventar como hallar, descubrir lo nuevo y, al mismo tiempo, también es presentar algo como verdadero sin serlo. Es comprensible, nuestra mente no distingue entre realidad y ficción. ¿Qué diferencia hay entre hacer ficción y mentir? La ficción es inventar, la mentira es una distorsión, es decir embustes.
Las películas, la literatura, el arte en general son una prueba. Tenemos consciencia de su ficción pero disparan nuestras emociones, nos dan experiencias muy vívidas, como los sueños. La literatura, las obras artísticas, incluso la ciencia, son ficción. Es mágico cómo un invento puede describir al mundo. Los científicos y los artistas producen metáforas. Aún no hemos podido percibir, expresar o demostrar la verdad, tenemos supuestos, tesis, teorías cada vez más abarcadoras, magníficas alegorías, pero aún no son fidedignas. Las matemáticas son eficientes pero son imaginación, son creíbles siempre y cuando no cuestionemos sus axiomas. Albert Einstein habló mucho al respecto, en Mi visión del mundo fue contundente: “cuando las proposiciones matemáticas se refieren a la realidad, no son ciertas; cuando son ciertas, no hacen referencia a la realidad.”
Las emociones son cómplices de la memoria
La memoria es un proceso psicológico para guardar información codificada. Lo podemos hacer de manera consciente o inconsciente, tenemos memoria de corto y largo plazo. Todo el tiempo recibimos datos, si no pudiéramos olvidar sería imposible codificarlos, como cuando se satura una computadora. No obstante, nuestra memoria es muy distinta a la de las máquinas, al menos por ahora, está muy por encima incluso de la inteligencia artificial y su asombrosa capacidad de aprender.
Las computadoras captan, asocian, infieren, deducen, generalizan. Nosotros somos creativos, podemos hacer asociaciones prodigiosas, disparatadas, disruptivas, desde la subjetividad volvemos coherente lo en apariencia dispar: las fórmulas matemáticas y el arte son buenos ejemplos ¡creamos símbolos! La fórmula E=mc2 ya es un icono, fue creada gracias a la imaginación y para entenderla también necesitamos imaginar. Entender y crear son acciones posibles gracias a la memoria. Aprender y comprender desencadenan emociones, implican un gran placer, son una experiencia estética tan potente como crear.
¿Por qué ocurre así? Cientos de estudios lo dicen: somos más emocionales que racionales. El cuerpo se entera primero de lo ocurrido, después se lo comunica a la mente. Las emociones son una reacción corporal, las sentimos en el cuerpo, cuando las queremos explicar describimos sensaciones: como el nudo en la garganta. Las emociones, como la memoria, no se alojan en una parte específica del cuerpo, son el resultado de una compleja interacción física e intelectual de todo nuestro ser, igual que los pensamientos, son energía.
Gracias a las emociones podemos expresarnos, son catarsis y, al mismo tiempo, regulan nuestras relaciones con los demás, también nos permiten protegernos. Son parte fundamental del diálogo interno, a través de ellas percibimos al mundo, hacen posible la empatía, nos dan información propia y del entorno. Las usamos para prepararnos y hacerle frente a situaciones diversas, también nos permiten comprender a los demás. Nos guían, alertan y ayudan a resolver conflictos.
Arte y memoria: un esfuerzo por captar el tiempo y las emociones
“La inspiración es el fruto más delicado de la memoria”.
Sergio Pitol
En El gobierno de las emociones la filósofa Victoria Camps defiende: “No hay razón práctica sin sentimientos. Nadie que no sea ajeno a la psicología o a las neurociencias discute ya esta tesis”. Se ha dicho de muchas formas: contar nuestra historia la vuelve real. Siempre hay deseos de hablar de lo vivido, de nuestra visión del mundo. Cuanto más importante es un acontecimiento personal o colectivo mayor es la necesidad de compartir, contar, corroborar. Las historias nos ofrecen la posibilidad de experimentar, por un momento, la completitud. La ficción en las historias es una vía para captar el tiempo, aprenderlo, experimentarlo como es: una dimensión, no un discurrir. Una narración tiene principio y fin, da la sensación de un todo. Los seres humanos somos incapaces de percibir la simultaneidad, para compensarlo creamos narrativa, hacemos discursos, inventamos historias, así logramos estar inmersos en el tiempo en lugar de transcurrir en él. Las historias nos capturan, nos engullen, nos volvemos parte de ellas, es como vivir un sueño, quedamos contenidos en la acción.
Nuestra mente es discursiva, por eso necesitamos el lenguaje. La memoria, a través del lenguaje, intenta catalogar el caos, para lograrlo fragmenta las escenas, separa en partes, trata de poner orden donde hay azar, impone leyes a las probabilidades y retiene todo eso en la memoria. Las referencias, las teorías, todo lo aprendido, son ficciones, memoria, con ese conocimiento moldeamos la percepción, por eso comprender es interpretar. Aprender es hacer nuestro el conocimiento mediante un acto creativo. Somos memoria, ¡somos ficción! Ficción entendida no como algo irreal, sino como una narración construida por nosotros, con o sin colaboración de los demás. La realidad dónde habitamos todos es una creencia compartida, emana de la imaginación, de la memoria, es ficción.
Rafael Pérez Gay lo ilustra muy bien en su libro Todo lo de cristal. En un intento por ser lo más fiel posible a los acontecimientos, reconstruye con afán un contexto, confronta sus recuerdos contra los hechos en los periódicos de la época. Su deseo de plasmar de manera literal sus vivencias hace inevitable ofrecernos una cartografía de emociones. La crónica de sus andares no es una descripción de hechos es dotar de sentido a sus recuerdos. Pérez Gay cita a Oliver Sacks para explicarlo: “Cada acto de percepción es en alguna medida un acto de creación; cada acto de la memoria es en algún grado un acto de la imaginación”.
La literatura nos permite habitar el tiempo como dimensión, contemplar, es el placer de fundirnos con el todo. Gracias a la experiencia estética nos liberamos de la temporalidad, al leer nos fundimos con la vida misma. Gabriel García Márquez en Vivir para contarla afirma: “La vida no es la que uno vivió, sino la que uno recuerda para contarla”. Al narrar damos forma, dotamos de significado a los hechos, el orden le da importancia a cada suceso. ¿Cuál es el impacto de lo ocurrido en nuestras vidas?, depende de la interpretación en el presente, siempre cambia, es contingente. Esa contingencia nace no solo de qué y cómo percibimos, también de para qué recordamos y con quién lo compartimos.
¿Para qué recordar? para sobrevivir. La memoria no solo ofrece información práctica para la supervivencia, también pregunta, quiere completar, entender, encontrar respuestas para preservar la vida. Son más importantes las preguntas que las respuestas, cuando hacemos una buena pregunta la memoria no tiene información para responder, entonces estamos en el umbral del verdadero conocimiento.
La memoria compartida tiene un efecto aglutinador, se convierte en nuestras creencias, de ellas emanan los significados para darle sentido a los actos cotidianos. Las creencias transmutan en rituales, en mitos, esos relatos crean comunidad. Las culturas crecen y se vuelven robustas en torno a un cuerpo de interpretaciones del mundo, son la realidad compartida. Yuval Harari en De animales a Dioses habla con hondura de cómo la ficción ha hecho posible las organizaciones complejas y la cooperación entre los seres humanos sin importar sus creencias. La mayor ficción compartida por todos es el dinero. Todos creemos en él, eso lo vuelve real. Sin embargo, no existe, no tiene ningún sustento, es solo simbólico porque deja un rastro, es ficción, es memoria, se materializa en el mercado, el gran rector de la humanidad.
La muerte nos obliga a vivir con libertad
“Si no conoces todavía la vida,
¿cómo puede ser posible conocer la muerte?”
Confucio
Hay un recuerdo perenne: todos vamos a morir. Saberlo es un acto de consciencia, es la única verdad, quizá por eso dispara la búsqueda de sentido. El duelo es la persistencia de la memoria para luchar contra la muerte, pero su batalla es infructuosa. Todo se transforma, no vamos a desaparecer, cambiaremos de estado. Hay una amplia discusión científica en torno a si la mente, la consciencia, trasciende a la muerte.
Cuando alguien muere finaliza una época, termina un modo de ver el mundo, un todo se funde con el cosmos. Solo los vivos cambiamos. Las experiencias transforman, la vida nos arrasa una y otra vez, las emociones lo registran y alimentan la memoria. Incluso los iluminados, los grandes meditadores, viven emociones intensas, tienen memoria, habitan la ficción, están conscientes de estar en el Samsara. Su virtud es conquistar la armonía, un estado de beatitud antes de la muerte, ahí desaparece la memoria y toda interpretación, tienen paz sin necesidad del descanso eterno.
A veces cosificamos las experiencias, las dejamos grabadas en nuestra mente como un tatuaje, se vuelven pesares, como los objetos tienen peso, se convierten en cargas. ¡Es peligroso!, pueden ser un ancla. No somos nada definido, obligarnos a permanecer iguales no es un principio de identidad, es anquilosarnos. Somos como un pájaro que no puede volar porque carga una piedra. Recordar un hecho trágico solo como dolor es un trauma. Si conservamos objetos sin una utilidad, por apego emocional, podemos crear fetiches. Los juicios y demás pensamientos inoperantes para enfrentar las circunstancias actuales, son prejuicios; nos vuelven intolerantes, confundimos esas ideas con valores.
La mente se defiende del cambio con la memoria, la convierte en necesidad de tener garantías, de vivir en un mundo predecible, donde se cumplan reglas, entonces experimentamos la incertidumbre como tragedia no como una aventura. La muerte es transformación, el olvido permite asimilar, crear conocimiento, experiencia. La memoria no nos salva del olvido, al contrario, nos transforma para fluir con libertad en la vida. Qué olvidar y qué recordar es un acto de libertad, la muerte nos obliga a ser selectivos y preguntarnos ¿qué vale la pena conservar?
La memoria es un acto libre y creativo que permite la supervivencia
“Vivir correctamente ya no es una demanda ética o religiosa. Por primera vez en la historia, la supervivencia física de la especie humana depende de un cambio radical del corazón humano”.
Erich Fromm
Cuando era niña mi abuelita Elena me enseñó a decorar “resguardos”. Les puso ese nombre a cajas de madera, frascos, latas sin chiste que, al pasar por sus manos, gracias al uso de encajes, cintas de colores y pedazos de tela, se convertían en una hermosa variedad de objetos para almacenar, no había dos iguales. En los resguardos metía fotos, hilos, medicinas, dinero, cosas valiosas o útiles, dignas de conservarse.
Un día, cuando terminamos juntas uno, puso su dedo índice en mi sien izquierda, me miró a los ojos con una mezcla de severidad y ternura, me dijo: “Mete en este resguardo solo cosas hermosas, lo triste o feo no vale la pena conservarlo. La vida va a darte mucho de eso, hay en abundancia”. Apretó su dedo contra mi sien como si presionara un botón y continuó: “Si atesoras aquí belleza, amor, ganas de dar y lo útil que has aprendido, encontrarás motivos para dejar atrás lo doloroso. Vivirás con alegría, incluso en medio de situaciones difíciles y tormentosas. Abre tu resguardo y ¡sé feliz! Cuándo no recuerdes qué pusiste dentro de uno de ellos, y además ya perdió su brillo y color, es momento de tirarlo, no lo abras, solo deséchalo, no acumules cosas inútiles”.
Hacernos conscientes de cuánto participamos en formar nuestros recuerdos es liberador. Convertir a la memoria en referencia y no en guía, da flexibilidad, permite estar alertas ante las trampas de la mente. Arturo Guzmán Romano nos legó en sus versos su verdad: “Extraviados ante lo cotidiano/ se nos olvida nuestra propia muerte”.
AQ